Batman destruía redes en los 90 pero sobresale por su perfil bajo. “Tengo algunas copas menos que otros, pero muchas satisfacciones personales”, dice. Responde por qué jugó mejor en clubes que en la Selección.
Le decían Batman y, por momentos, es verdad, parecía un súper hombre. O un jugador sacado de un dibujito animado. Jorge Racca tenía una mano infernal, una capacidad física superior a la media y el aro era su gran objetivo. El escolta pampeano de 1m98 fue una estrella de la Liga Nacional en los años 90, tocando su techo en la temporada 95/96, cuando resultó el goleador y MVP de uno de los mejores equipos que se hayan visto en la historia, aquel Olimpia de Venado Tuerto campeón liguero y de la Liga Sudamericana. Un conjunto que quedó en la memoria colectiva de miles. Dentro de una armoniosa orquesta que sonaba al ritmo de jugadores como Alejandro Montecchia, Sebastián Uranga, Leo Gutiérrez, Lucas Victoriano o los extranjeros Michael Wilson y Todd Jadlow, el nacido en General Pico se erigió como el instrumento principal, afinado, finalizando la histórica campaña con 26.6 puntos de promedio.
Aunque su paso por la Selección Mayor no gozó de la trascendencia que supo tener a nivel clubes, Racca sobresalió en el recordado título Panamericano U22 de Rosario en 1993, terminando como máximo artillero del torneo con un letal 25.7 puntos, incluso sobre estrellas como Marcelo Nicola y Hugo Sconochini, quienes ya se desempeñaban en España e Italia, respectivamente.
A pesar de sus impactantes números, que lo ubican como el nacional con mejor promedio de puntos de la historia de la Liga (23.1, por encima de Espil y Campana, por caso), su humildad nunca le permitió verse a sí mismo como un fuera de serie. Por el contrario, desde sus inicios en Pico FC hasta su temprano desenlace con el Reggio Calabria, siempre se adaptó a lo que el contexto le solicitaba. Fue un líder y un anotador colosal, pero tanto dentro como fuera de la cancha lo más importante para él fueron siempre los valores. Hasta en el mejor momento de su carrera, el amor por su familia pudo mucho más que el dinero. A sus 49 años, Batman repasa junto a
Prensa CABB los vaivenes de su historia deportiva y personal.
-Comenzaste tu carrera en Pico, pasaste por Regatas y Boca. Me imagino que te preparó para llegar a esa gran explosión que fue Olimpia, ¿no?
-Sin dudas. Más allá de que el año en Boca fue complicado por cuestiones organizativas del club, todos esos pasajes me sirvieron para ganar experiencia dentro de la Liga. Cuando Julio Lamas me lleva a Olimpia, me encuentro con un grupo consolidado y una organización muy buena donde pude volcar todo lo aprendido en los años previos. Ahí pude alcanzar el punto más alto de mi carrera.
-En Olimpia reemplazaste a Campana y terminaste siendo campeón y MVP de La Liga. ¿Cómo recordás el campeonato y aquel equipo histórico? El nivel que tomó ese equipo y aquella mediacancha tuya con Montecchia fueron una locura…
-Llegué en el medio de un trabajo de reclutamiento que ya había comenzado con Lucas Victoriano, Leo Gutiérrez y, más tarde, Andrés Nocioni. Al igual que Ale Montecchia, me encontraba en la transición de un jugador joven a uno mayor. Más allá de que siempre se recuerda al Olimpia campeón, el año anterior habíamos sido subcampeones eliminando a Atenas en un quinto partido en Córdoba con un Pichi (Campana) brillante. Y también habíamos llegado a la final del Panamericano de Clubes, perdiendo contra Franca. Entonces se trataba de un equipo que, si bien era de una ciudad chica y se mostraba humilde, ya venía de pelear cosas importantes. Ese campeonato nos preparamos muy bien, ajustamos lo necesario e hicimos una gran Liga, incluso llegando invictos a la instancia final.
-Te llevo a la final de la Liga Sudamericana 1996 en Brasil ante el Corinthians de Óscar. Triple tuyo a la carrera y sobre la marca para gritar campeón y sufrir la agresión del público brasilero. Un final de película. ¿Qué me podés contar de esa jornada épica, qué recordás de tu lanzamiento y de lo que significó ese título?
-Significó la coronación de todo lo que habíamos trabajado individual y colectivamente. Yo en Pico FC comencé jugando como pivote y luego en los seleccionados juveniles me convertí en un alero alto. Más adelante, cuando se sumó Nicola, empecé a jugar de escolta. Y en esa final sudamericana, con Victoriano y Montecchia afuera por cinco faltas, terminé el suplementario ocupando la base. Entonces, personalmente, fue cumplir el sueño de haber jugado en todas las posiciones, encima en un momento tan importante. Y aquel lanzamiento se dio definiendo por el eje de la cancha, saltando en velocidad y marcando un triple que ya casi nos daba el campeonato, porque sólo nos quedaría defender la última posesión.
-¿Qué pasó en Quilmes? Tenían todo para pelear arriba pero, a pesar de tus 26.8 puntos de promedio, terminaron descendiendo.
-Tuvimos un año muy accidentado, se conjugaron varias cosas. Quilmes ha sido a lo largo del tiempo una institución con altibajos, en la cual se han armado muy buenos equipos para ascender pero en la máxima categoría siempre le ha costado. Creo que la culpa de esto es compartida entre los dirigentes y los jugadores que hemos estado allí. Particularmente, yo arrastraba ese año una tendinitis desde el Premundial de Uruguay donde prácticamente no pude jugar, y me costó cinco meses recuperarme. Eduardo Dominé también estuvo muy complicado con sus tobillos, no la pegamos con los americanos y tuvimos una campaña irregular. Todos estos condimentos, sumados a los problemas económicos de un club que no cumplía en tiempo y forma, nos fueron llevando hacia un lugar del cual no pudimos salir.
-Luego conseguís el pasaporte y te sumás a un Gran Canaria recién ascendido, donde tenés un gran segundo año. ¿Cómo fue esa primera experiencia en España?
-Fue muy buena. Me tocó ser uno de los primeros jugadores que emigraban del país, y no es que fui a una segunda división para adaptarme, sino que enseguida debía demostrar. No llegué en las mejores condiciones por la lesión y por el mal año en Quilmes, por eso los primeros meses me costaron. En mi primera temporada allí pudimos cumplir el objetivo de la permanencia, y en la segunda entramos a playoffs y jugamos la Copa del Rey. En mi caso pude estar en el Juego de las Estrellas como uno de los mejores extranjeros. Ahí jugamos ante la Selección de España con el debut de la Bomba Navarro y Pau Gasol.
-Hablemos de Jorge Racca con la camiseta argentina. En 1993, con un equipazo que le ganó la final a USA, la Argentina se queda con el Panamericano Sub22 de Rosario. Vos la descociste ese torneo...
-Nos preparamos muy bien para ese torneo. Sconochini y Nicola habían venido de Europa y, junto con jugadores de la liga local como Montecchia, Wolkowyski, Gabi Díaz, Cocha y Sepo Ginóbili formamos un gran equipo, muy parejo. USA se presentaba como favorito porque llegaba con nombres como Wesley Person, Cherokee Parks, Eddie Jones, Othella Harrington, Theo Ratliff o Monty Williams -todos fueron luego NBA- pero, a pesar de que en la fase regular perdimos contra ellos, en la final hicimos un juego excelente y nos llevamos el título.
-Con la Mayor no pudiste reproducir tus actuaciones en la Liga. ¿Por qué crees que tu extraordinario desempeño a nivel clubes no pudo traducirse en la Selección?
-Creo que era una cuestión de rangos. Tuve la suerte de jugar desde el 88 hasta los Juegos Olímpicos del 96 y siempre respeté a la gente que me enseñó. En Selecciones juveniles, cuando tuve que tomar el rol de liderar la ofensiva del equipo, lo asumí. Luego, al compartir grupo con jugadores de más experiencia como Milanesio, Espil, Campana o De La Fuente, entendí que ese papel era de ellos, sobre todo en una época en la que en el básquet argentino se delimitaban fuertemente los roles, se sabía quiénes eran titulares y quiénes suplentes. Actualmente ya no es así, todos pueden jugar sus minutos, no existen más los cinco fijos e inamovibles.
-¿Estás satisfecho con lo que le brindaste a la Argentina durante tu carrera?
-Sí, lo estoy. Creo que siempre cumplí de acuerdo al para qué me llevaban. Por caso, en Atlanta 96 le ganamos a la Lituania de Arvydas Sabonis y yo tenía un rol más defensivo y de repartir juego a nuestros goleadores. Anteriormente salimos campeones en los Panamericanos del 95, ganándole también a los norteamericanos, con Espil y De La Fuente en un enorme nivel. Siempre fui un jugador que priorizó el bienestar grupal por sobre el lucimiento individual. Tengo la fortuna de poder haber conseguido títulos con la Selección, y me queda la satisfacción de saber que en cada torneo dimos la cara como equipo.
-Quedaste fuera de la Selección para el Mundial 98 en el último corte, con Manu Ginóbili tomando ese último lugar. ¿Cómo fue ese proceso de preselección y competir por un lugar contra ese joven Ginóbili? ¿Creés que Manu merecía ese lugar más que vos?
-Manu lo merecía ya desde el año anterior. Para el Premundial de Uruguay 97 habíamos estado en la misma situación, yo me lesioné el tendón de Aquiles en un entrenamiento, aun así fui citado y casi no pude jugar. Para el siguiente año, Manu había hecho una muy buen Liga en Estudiantes y yo no la había hecho con Quilmes. Sumado a eso, su proyección y condiciones lo instalaban como una fija para esa convocatoria. Por supuesto, como en cada preselección, todos nos entrenábamos para quedar. Pero él estaba muy intenso, quería llegar a lo más alto, y se le veía un futuro espectacular. Eso sí, creo que ni siquiera los que compartimos cancha hubiésemos pensado que iba a tener semejante explosión y carrera.
-Vamos a tu última etapa como jugador. Desde España pasaste al PAOK Salónica de Grecia para jugar Euroliga, pero la enfermedad de tu madre te llevó a retornar al país y hasta a alejarte de la actividad un año y medio. ¿Cómo fue ese tiempo lejos de las canchas? ¿Volviste a Europa siendo otro?
-En el PAOK Salónica habíamos empezado bien, ganándole por caso al Barcelona como visitante por Euroliga. Aun con los problemas fiscales del club que nos impedían jugar con público, a mí me estaba sirviendo como adaptación a las mejores competencias de Europa. Pero justo cuando estaban llegando los playoffs recibo la mala noticia de que mi madre estaba sufriendo una enfermedad terminal. En ese momento, decidí dejar todo para volverme a Pico y poder, junto con mi hermano y mi padre, asistirla durante todo el proceso. Fue un año y medio durísimo que me absorbió física y psicológicamente, porque nos enfocamos de lleno en el tratamiento, y viajábamos a Santa Rosa recorriendo casi 300 kilómetros todos los días. Finalmente, se terminó resolviendo de forma desfavorable, y tras un impasse empecé poco a poco a moverme nuevamente. No diría que volví siendo otra persona, pero después de algo así la cabeza se te va un poco. Me queda el orgullo de haber podido en ese tiempo dedicarme a mi familia y luego volver a ser competitivo a primer nivel europeo.
-Regresaste a España con el Breogán y el Tenerife, y luego te mudaste a Italia para finalizar tu carrera en el Reggio Calabria. ¿Por qué tomaste la decisión de retirarte a la edad de 34 años?
-Luego del Tenerife opté por tomarme otro año sabático y reorganizar mi vida. Y más adelante decidí continuar jugando en el Reggio Calabria porque, cuando tenía 16 años, los directivos del club habían viajado hasta Pico para intentar contratarme. En aquel momento, mis padres pensaron que lo mejor para mí era primero terminar mis estudios, así que me quedé en Argentina, aunque estuve unos diez días sin hablarles. Luego de todo lo vivido como profesional y como persona, quise sacarme la intriga de qué sería jugar para ellos y fui por la experiencia que no había podido tener. Y el retiro se debió a que siempre fui muy activo, y en aquel primer parate comencé una vida paralela a mi carrera deportiva, aproveché mi estadía en La Pampa para desarrollar actividades inmobiliarias y rurales. Entonces, cuando asimilé que el físico no me estaba permitiendo jugar de la manera en que yo quería, fui dedicándome a este lado más empresarial y soltando lentamente el básquet. Era el momento indicado para hacer un click.
-Si tuvieras una vez más la posibilidad de elegir entre emigrar con 16 años o hacerlo a tus 27, ¿tomarías el mismo camino o cambiarías el libreto?
-La verdad es que la decisión de mis padres, estando hoy ya retirado, la valoro muchísimo. Estirar mi estadía en Pico me permitió terminar la secundaria y, sobre todo, me dio los valores que luego me llevaron a rescindir mi mejor contrato en Europa para volver a estar al lado de mi madre. Ese ejemplo de priorizar el estudio y la familia por encima del dinero que me ofrecían los empresarios italianos, me marcó y acompañó para siempre. A la hora de tomar decisiones, yo nunca fui al mejor postor. A mis 27 decidí libremente ir a vivir a una isla paradisíaca como las Canarias, practicando el deporte que amaba y en un momento donde tenía mentalmente claro lo que quería. A lo mejor tendré algunas copas menos que otros, pero he tenido experiencias de vida que me han brindado satisfacciones personales enormes.
-Sos muy recordado por la gente que te vio en aquella época, pero tuviste un perfil tan bajo que pareciera que hoy tenés menos reconocimiento del que merecés. ¿Tenés esa sensación?
-Nunca jugué al básquet para que me reconozcan. En mis participaciones con la Selección nunca fui egoísta: si me decían que debía pasarle la pelota a las estrellas del equipo, se las pasaba; y cuando me pedían que asuma el rol de goleador, no tenía problemas. Tal vez hay gente que espera más de mí, pero me considero reconocido y respetado, sobre todo si me encuentro con ex-colegas en una cancha o una charla de básquet. Algunos jugadores tendrán más prensa o títulos que otros, pero en el ambiente se sabe quién fue mejor, peor o igual que vos, y se respeta la trayectoria. Por caso, en la Liga Nacional del 96 mis propios compañeros y rivales me votaron como MVP, y esa es la mayor satisfacción que uno puede tener. Creo que mi carrera no fue tan espectacular, pero si ponemos las medallas y logros arriba de la mesa tengo mucho para mostrar.
-¿Y a qué te dedicas actualmente? ¿Cómo ha sido estar afuera y no poder volver a tu ciudad argentina por la pandemia?
-Vivo en Coruña, Galicia, y me dedico a la hotelería. Además, hace años que trabajo en emprendimientos que tengo en Argentina de manera online. La pandemia obligó a reforzar el uso de la tecnología, del trato a la distancia, de video conferencias, y por suerte yo ya estaba bastante adaptado. Justamente, en estos días estuve sacando la cuenta de que llevo un año y cuatro meses sin poder volver. Nunca había pasado tanto tiempo lejos porque, incluso jugando en Grecia, siempre trataba de visitar Pico al menos por unos días. Pero sin un panorama claro respecto del virus, las vacunas y la cuarentena, prefiero no arriesgar a mi familia por el momento.
-Tengo entendido que hoy priorizas actividades como el ciclismo y la natación. ¿Al básquet seguís relacionado de alguna manera? ¿Qué jugadores o ligas observás?
-La verdad es que me gusta mucho más mirar futbol, al básquet lo veo de reojo. Siento que en el básquet di todo lo que tenía dar, en momentos importantes debí cargar con una mochila pesada y realmente terminé cansado. Sí he ido a ver alguna vez al hijo de Gabriel Díaz (Mateo) que está jugando en Breogán, y anteriormente a Chapu Nocioni jugando para el Madrid. La NBA me queda incómoda por el horario, e incluso hace mucho que no observo un juego de ACB. Por supuesto, disfruté mucho el campañón que hizo la Selección en el último Mundial e intento ver algún resumen de Campazzo en Denver, pero llevo una vida bastante agitada lo cual me impide seguir la actividad.
-¿Es verdad que no te gusta hablar mucho sobre tu pasado como jugador, y que ni siquiera a tus hijos les has contado mucho de tu historia?
-Sí, es así. Si algún día ellos me lo piden les enseñaré videos pero, mientras tanto, prefiero mostrarles más mi presente que mi pasado. Ninguno de mis dos hijos, a pesar de que son altos, ha ido todavía a sus 12 años a una escuela de básquet. Han hecho natación y tenis, y mi hija equitación. De a poco les estoy enseñando a lanzar al aro y a entrar en bandeja, aunque no me gustaría que se dediquen a esto porque siento que sufrirían con las comparaciones. Obviamente, si el día de mañana los atrapa, los apoyaré, pero sostengo que cada uno debe hacer lo que le gusta.
-Alguna vez contaste que tu madre te exigió seriedad por el básquet en tus comienzos, y también que con su partida se llevó casi todas tus ganas de seguir jugando... ¿Qué significó su figura en tu vida deportiva y en lo personal?
-Lo fue todo. Mi padre era un trabajador y mi mamá, una educadora. Yo ya era protagonista en las Selecciones juveniles y tenía posibilidades de irme a Estados Unidos o Europa, pero ella insistía con el estudio. Hasta que se dio cuenta de que estaba tomando al básquet como una vocación, y me pidió que lo haga con la mayor seriedad y profesionalismo posible. Sus enseñanzas me ayudaron a transitar mi camino adaptándome a lo que necesitaban de mí: cuando me llevaron a Olimpia para ser suplente, fui el Mejor Sexto Hombre de la Liga; y cuando me promovieron a titular, fui MVP. Pero nunca me interesó ser el mejor, sino simplemente cumplir de la mejor manera con lo que se me pedía, porque así es el básquet, un juego de roles.