Recordamos el regreso de Argentina a un Juego Olímpico tras 44 años. Fue en 1995, ante una multitud en Neuquén y en un cara a cara ante Brasil. Los datos, el análisis y el recuerdo de Daniel Farabello.
“Ahora nos parece muy normal ir a un Juego Olímpico, pero por entonces era algo extraordinario. Lo normal era no clasificarnos”. Con esa frase, Daniel Farabello nos pone en contexto sobre la realidad del básquet argentino hasta el 26 de agosto de 1995. Helsinki 1952 había sido la última cita olímpica de la que participó nuestro país, a lo que le siguieron diez intentos de clasificación frustrados, incluyendo el boicot a Moscú 1980, certamen al cual sí se había obtenido plaza.
La oportunidad era única: el plantel que se había consagrado en el Panamericano de Mar del Plata meses atrás, con algunos cambios de nombres, recibía el torneo Preolímpico en casa, una parte en Tucumán y otra en Neuquén. En ambas ciudades, el público abarrotaba los estadios, llenaba las calles e incluso seguía a los jugadores hasta el hotel. El sueño de obtener uno de los tres boletos a Atlanta 1996 y romper con la maldición de 44 años sin disputar un Juego Olímpico desvelaba al país basquetbolero.
“La presión era más algo nuestro que lo que marcaba el periodismo o el entorno”, rememoró Farabello sobre la previa al torneo.
“No había antecedentes cercanos de un equipo olímpico en básquet, por lo que todos lo teníamos como ilusión y lo tomábamos como una chance histórica. Diría que más que presión lo que había era motivación de lograr un objetivo tan grande y hacerlo frente a nuestra gente. Veníamos haciendo las cosas bien, con la clasificación al Mundial 94 y el Panamericano 95. Además la gente también estaba muy ilusionada, donde íbamos era una fiesta. En ningún momento se sintió como una presión sino como un apoyo”, completó el base.
El camino comenzó en el estadio Villa Luján de Tucumán, con triunfos ante Venezuela (83-66 con 27 puntos de Juan Espil), Uruguay (79-75 con 15 del Escopetero) y Bahamas (86-66 con 20 del escolta bahiense), y una dolorosa caída frente a Brasil por 83-78, pese a los 26 de Marcelo Nicola y 17 de Espil. Desde ahí, la localía se trasladó al Ruca Che de Neuquén, donde Argentina venció a Cuba (86-81 con 23 de Espil), Dominicana (97-75 con 29 de Juan), Puerto Rico (105-70 con 30 del goleador de casi siempre) y Canadá (102-95 con 26 de Diego Osella), para llegar a semifinales del certamen contra Brasil, en una revancha con boleto olímpico de por medio.
“Eran tres los que se clasificaban y sabíamos que incluso perdiendo teníamos una oportunidad más, pero hacerlo contra Brasil obviamente era algo diferente. Logramos la clasificación en el partido que todos querían ver. Lo que se produjo en Neuquén fue una locura. Gente afuera del estadio, del hotel, incluso nos recibieron en el aeropuerto cuando llegamos de Tucumán”, relató.
“Teníamos una localía muy fuerte y eso se hacía notar en cada partido con final igualado. El día que jugamos con Brasil el estadio explotaba de gente. Creo que no éramos del todo conscientes de lo que se jugaba ahí. El sueño de todo atleta de representar a su país en un Juego Olímpico y la posibilidad de llevar a nuestro básquet de nuevo a la competencia más importante después de tantos años”, expresó Farabello, actual coach de la Selección U19.
En un duelo vibrante y parejo, nuevamente Juan Espil se erigió como la figura de la noche, con 31 puntos. Sin embargo, el autor del tiro que definió el encuentro fue Marcelo Nicola, el versátil interno de gran mano a distancia que castigó con un triple a falta de un minuto, el cual sirvió para marcar la diferencia final en el tanteador (87-82) y llegar a 20 puntos. En la cancha se desató una fiesta. Claro, el básquet argentino volvía a ser olímpico, en este caso de la mano de una camada consagrada en la Liga Nacional y con algunos representantes en Europa.
Espil, claramente, fue el goleador (21.6 puntos) y la estrella del equipo.
“Juan era el tirador del equipo”, recordó Farabello.
“Desde el 93, que vamos al Premundial de Puerto Rico, se definió así. Era nuestra principal vía de gol. Después teníamos muy buen juego interior, con Diego Osella, Luis Villar y Nicola, que más era un tres/cuatro, un alero internacional. Dos buenos anotadores como Gallo Pérez y Jorge Racca y en la base titular Milanesio, que era el eje de todo. Éramos un equipo muy completo”, continuó.
En el banco quien dirigía la orquesta era Guillermo Vecchio, DT que había comenzado un cambio generacional un par de años atrás. “
Él tenía esa filosofía de ocho o nueve pases antes de tirar, lo que serían posesiones largas cuando todavía se jugaba con reloj de 30 segundos, claro. Muchos en ese plantel veníamos de jugar a un ritmo más alto y él le puso su impronta. Sirvió para que nos entendiéramos mejor y jugáramos todos al mismo ritmo”, destacó Daniel.
Aunque el desahogo fue grande, la algarabía no duró tanto. Al día siguiente, Argentina jugaba su tercera final continental en el año, luego de ganarle a Brasil en el Panamericano y caer frente a Uruguay en un Sudamericano al que no pudieron asistir todas sus figuras. El rival fue Puerto Rico, el mismo al que se le había ganado de forma contundente en la fase previa. Pero, claro, los boricuas tenían calidad y, sobre todo, experiencia, con Piculín Ortiz, Ramón Rivas, Jerome Mincy, y Georgie Torres. Justamente un triple de Mincy, un viejo conocido de los argentinos -se lució en la Liga Nacional con Boca- le dio el triunfo a PR en la última jugada (87-86).
Pero la derrota no ocapó lo que fue aquel torneo ni el inolvidable año, en el que la Selección brilló en América y volvió a abrirse al mundo, tras varias décadas de desorganización y descuido organizacional. La competitividad en la Liga Nacional, la creciente difusión de los medios y el talento que poco a poco surgía en nuestras tierras marcaba el inicio de una nueva era para el básquet argentino.