Tras décadas de abandono institucional, una camada devolvió a la Argentina al mapa mundial al ganar el Sudamericano 79 y clasificar a los JJOO de Moscú. El boicot del gobierno militar y un hito para no olvidar.
“Hasta ese momento, la Selección prácticamente no competía”, recuerda Carlos Raffaelli, emblema de un equipo que cambió la historia.
“Creo que fuimos el renacer del básquet argentino. Después de lo que sucedió con la Generación del 50, campeones del mundo, hubo muchos problemas para que surja otra camada que compitiera a ese nivel y nosotros lo logramos”, se explayó Chocolate, figura de los grandes planteles que formó Obras Sanitarias entre las décadas del 70 y 80 y obviamente del seleccionado que irrumpió con éxito en la escena continental a fines de los 80.
Aquella infame prohibición de 36 jugadores -por considerarlos "profesionales"- de la dictadura militar impuesta en 1955 diezmó por décadas al básquet argentino. Toda una generación exitosa, que había brillado entre 1948 y 1955, quedó inhabilitada y la Confederación estuvo siempre intervenida por el gobierno de turno. Se carecía de coherencia en quienes estaban al mando y las experiencias anteriores eran descartadas por quienes los sucedían. Y los criterios de elección eran, como mínimo, polémicos. Por caso, las Selecciones que disputaban Sudamericanos o Panamericanos se armaban siempre en base a los triunfos en los Campeonato Argentino de Mayores. Y así era que las victorias del equipo nacional escaseaban.
“Era todo muy amateur. Si Santiago del Estero era el campeón, iban seis o siete de sus jugadores a los torneos. Por ahí llamaban a dos o tres de otras provincias y éstos no iban porque no estaban de acuerdo con el entrenador. Practicaban una semana en Buenos Aires y se iban. La Selección competía poco. Ni hablar de ganar torneos”, contextualizó Raffaelli. Entre el caos, la desorganización, y el desinterés de un público general que no sentía afinidad con este deporte, ni se sentía representado por su Selección, surgió una revolucionaria camada que lo cambió todo.
“Lo nuestro surge en 1972, cuando a Obras se le ocurre armar un equipo súper poderoso, con jugadores de Selección que puedan competir en torneos internacionales. Al mismo tiempo, trae entrenadores extranjeros para que hagan clínicas acá”, rememora el escolta famoso por su tiro. Ese fue el puntapié inicial. Luego, sí, surgió la competencia: Lanús, Gimnasia de La Plata y un joven plantel de Ferro, donde ya se encontraba León Najnudel. Los Campeonatos Argentinos crecieron en nivel. Las Selecciones de Santiago del Estero, Córdoba y Tucumán se fortalecieron, sumándose a la rivalidad que protagonizaban Capital y Provincia de Buenos Aires, con Bahía Blanca a la cabeza.
La historia comenzó a forjarse en 1976, en el Sudamericano que Argentina ganó de manera invicta en Medellín, Colombia. Tres años después, en Bahía, se consiguió el bicampeonato, con algunos nombres que se repetían en ambos torneos, como los de Adolfo Perazzo, Carlos Pellandini, Eduardo Cadillac, Fernando Prato, Gustavo Aguirre, Jorge Martín y el propio Raffaelli. En 1979 se sumaron Carlos Romano, Luis González, José Pagella, Luis Oroño, Carlos González y el icónico Alberto Cabrera, quien colgó las zapatillas tras conseguir su único título con la albiceleste en su tierra natal, en 1979.
Ese mismo año, el equipo dirigido por Miguel Ripullone disputó el Panamericano en Puerto Rico. Si bien la base de jugadores fue la misma, hubo una incorporación que sería determinante: la del entrenador yugoslavo Ranko Zeravica al staff técnico de Ripullone.
“Ranko era un tipo que había sido campeón del mundo y olímpico con Yugoslavia. Tenía unos pergaminos con los que ningún DT podía compararse. Nos dio la confianza de que podíamos competir con otros equipos. Nosotros creíamos que él iba a venir con jugadas extraordinarias y sistemas de juego imparables. Lo que trajo fue una filosofía de jugar al 100% y ejecutar los fundamentos del básquet a la mayor velocidad posible. Ranko nos abrió los ojos y nos hizo dar cuenta que podíamos ganar”, fueron las palabras de Raffaelli hacia quien considera una de los mejores entrenadores que tuvo en su carrera.
Los resultados no fueron los esperados, con un sexto lugar tras seis derrotas en nueve partidos durante julio, pero el proceso no se detuvo y un meses después, exactamente el 29 de agosto, se dio un resultado que llenó de confianza a todos en el marco de la Copa Intercontinental que se jugó con cuatro selecciones europeas y cuatro de América. En el estadio de Obras, Argentina enfrentó a la poderosa Unión Soviética de Sergei Belov y varios jugadores muy altos, liderados por la torre Vladimir Tkachenko (2m20). La Selección se mantuvo en partido con un brillante Raffaelli (26 puntos) y dio el zarpazo al final. El Runcho Pratto (1m98), gracias a su repentización, pudo ganarle el salto a Tkachenko y la pelota quedó para Argentina. Romano falló el tiro, pero el rebote superó a Belov y le quedó a Pagella. Tatote, con un palmeo, puso el 88-87 y generó el éxtasis en el estadio de avenida Libertador y en todo el país, ya que el partido había sido televisado para todo el territorio nacional
Aquel triunfo y el trabajo de un proceso generó confianza para, un año después, ir por el sueño olímpico. Hubo una buena preparación, con diez amistosos en el país y así se pisó nuevamente suelo boricua para disputar el flamante Preolímpico, el primero que organizó FIBA, el cual entregaba tres plazas para los Juegos de Moscú (antes se clasificaba por los Panamericanos). En busca de la obra cumbre, se añadió a Miguel Cortijo, Gabriel Milovich y Mauricio Musso al plantel. El debut fue con derrota ante el local, Puerto Rico (99-93), en un duelo muy parejo y frente a un rival ante el cual Argentina no solía competir de igual a igual. Tras la recuperación con México (104-79) llegó una nueva caída ante un rival de gran envergadura como Canadá (89-86).
Argentina estaba al nivel de los mejores y lo demostró en los siguientes partidos. Primero, un triunfo frente a Uruguay (96-87), y luego, la gran hazaña: el 118-98 a un Brasil lleno de estrellas, como el mítico Oscar Schmidt y compañeros top como Marcel, Carioquinha, Marquinhos y Gilson. Raffaelli lo recuerda bien, claro.
“Fue el partido de mi vida”, destacó el autor de 36 puntos esa noche.
“Después de tantos años jugando, creo que puedo decirlo. Por supuesto que fue gracias a mis compañeros. Son esos partidos que uno se siente cómodo, la pelota entra y ves el aro más grande. Generalmente perdíamos contra Brasil. Fue un partido clave, porque si bien no clasificamos ahí, nos dio un envión importante para vencer a Cuba (86-75), que todavía era un equipo fuerte, y quedarnos con el tercer lugar”, relató uno de los tiradores más impactantes de nuestra historia.
Argentina logró la clasificación olímpica -tras 28 años- ante Cuba, un rival al que hacía 13 años que no se le ganaba, con 20 puntos de Jorge Martín y una gran tarea colectiva. El empate con Brasil en la tabla (récord de 4-2) se definió por la ventaja deportiva obtenida sobre este rival. Era la primera vez que nuestro país tendría representación olímpica en básquet desde 1952. Sin embargo, un conflicto político volvió a interrumpir los sueños de un país, como le había pasado a la Generación del 50.
“Como la propuesta del boicot vino de Estados Unidos, y estaban los militares en el poder, incluso la Confederación estaba intervenida por ellos, no hubo ninguna chance”, dijo el escolta.
“Teníamos la ilusión de que a último momento se iba a arreglar todo, pero no hubo caso. Brasil, también gobernado por militares, terminó ocupando nuestro lugar. Ese torneo nos hermanó mucho. Y si íbamos, no te digo que íbamos a ser campeones, pero habríamos competido de igual a igual., se lamentó.
Sin embargo, entre tanta bronca y desazón, surgió algo muy especial: un legado que unió al básquet argentino y lo encaminó hacia una etapa de organización, armonía y éxitos. Carlos Romano, otro de los artífices de la histórica clasificación, aportó su reflexión sobre lo sucedido, y comentó algunas de las grandes secuelas que produjo esa camada.
“Ese equipo movilizó emociones muy grandes entre los argentinos”, comenzó el Negro, escolta de relevo de aquel equipo, aunque gozaba de buenos minutos en cancha. Después de lo sucedido, todas las canchas explotaban de gente. Entre medio del Preolímpico, el Sudamericano y el Panamericano, se le ganó un partido a la Unión Soviética en Obras que también ayudó un montón para generar sentido de pertenencia. Empiezan a llegar más estadounidenses a jugar acá, los Campeonatos Argentinos y la liga de Capital se hacen cada vez más fuertes”, agregó quien tenía 23 años cuando se logró la clasificación a Moscú.
Otro hecho destacable fue que, entre 1981 y 1982, los jugadores de esa camada lideraron un confrontamiento con el gobierno militar que permitió la creación de la Asociación de Jugadores en 1983, y también la de Entrenadores de Básquet más adelante. Todo esto, sumado a las multitudes que colmaban los estadios, y se entusiasmaban por ver a sus ídolos, gestó las bases para que tuviera lugar uno de los mayores hitos que disfrutó nuestro deporte: la creación de la Liga Nacional en 1984.
“Discutir con los militares fue algo fuerte, pero había que hacerlo. La explosión que generó el básquet fue muy grande. Había donde apoyarse, no estábamos solos. Gracias a esa lucha nació una liga federal, con jugadores y entrenadores de todo el país, que se sostiene hasta el día de hoy. Lo del Preolímpico fue duro, nos dolió, pero logramos mucho a través de eso”, analizó Romano.
Aun sin viajar a Moscú, esa Selección atrajo miradas de todo el mundo. Más entrenadores extranjeros llegaron al país para transmitir sus experiencias y conocimientos, como lo había hecho Zeravica (entre otros) anteriormente. Esto permitió sembrar las bases de una escuela propia de entrenadores, que al día de hoy tiene gran fortaleza.
“Vinieron entrenadores de Europa, Canadá y Puerto Rico. Recuerdo una visita de Antonio Díaz Miguel, quien dirigía a España, cuando perdimos la final de la William Jones en el 78 con Obras. Técnicos como Sergio Hernández y Rubén Magnano estuvieron en esas clínicas, se formaron a partir de ellas. Si uno tiene buenos entrenadores, saca buenos jugadores. Hoy en día nos tienen un gran respeto afuera. Hay que mantenerlo y creo que mis colegas hacen un gran trabajo”, opinó el tucumano, actual head coach de Peñarol (MdP) en nuestra Liga Nacional, permanente formadora de talentos.
Esos años, esa lucha, todo lo que esa camada entregó dentro y fuera de la cancha, sirvió para empezar a construir el adn del cual goza el básquet argentino. Hoy en día, con una Selección subcampeona del mundo, cuarta en el ranking FIBA y clasificada a los Juegos Olímpicos por quinta vez consecutiva, es importante recordar cómo se establecieron las bases. Son éstas las que sostienen las estructuras que nos mantienen de pie. Y no siempre estuvieron allí.
Fotos: Marcelo Figueras.