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Esteban Camisassa: memorias de un hombre récord

Miércoles, 07 de Abril de 2021 / Publicado en Entrevistas, Selección Mayor
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En otra entrega de "¿Te acordás de...?, entrevista con este alero dueño de un talento único. Brilló en los 80 y hoy rememora su carrera lejos del básquet. Anécdotas y frustraciones de un grandísimo jugador.

Campeón del mundo con Obras, ganador de un Sudamericano con la Selección y récord vigente de puntos en un partido con la celeste y blanca (51 a México en el Preolímpico de San Pablo, en 1984) son algunos de los pergaminos que convierten a Esteban Camisassa en una leyenda de nuestro básquet. Su capacidad atlética, facilidad para anotar y carácter preponderante lo convirtieron en estrella, pero también lo condujeron hacia la polémica y los enfrentamientos con dirigentes y entrenadores.

A sus 60 años, el alero de 1m98 que disputó cinco temporadas en la Liga Nacional con una media de casi 19 tantos tuvo una extensa charla con Prensa CABB, en la que contó su historia, recordó anécdotas y comentó su actualidad, sin ocultar su enojo por ciertos acontecimientos que vivió a lo largo de su carrera profesional, que lo llevaron a apartarse por completo del básquet.

-¿Cómo fue que empezaste a jugar al básquet?

-Empecé tarde, con 15 años, en 1975. Yo hacía tenis en GEBA en un momento en el que era muy difícil encontrar cancha, porque era la época de (Guillermo) Vilas. Por ahí conseguía un turno a la mañana y otro a la tarde. ¿Qué podía hacer en el medio? Me quedaba en las tribunas de la cancha de básquet. Y bueno, al principio miraba, y de a poco empecé a jugar. Era horrible y ya estaba grande para aprender, pero me obsesioné y me puse a entrenar fuerte.

-¿Osea que te tomó sólo cuatro años llegar a la Selección Juvenil? En 1979 fuiste parte de ese equipo que logró el bronce en el Mundial jugado en Salvador de Bahía.

-Sí, en realidad fue un poco menos, tres años y medio. Tenía muy buenas condiciones físicas, eso me permitió progresar muy rápido dentro del básquet. Igual tampoco es que tenía un papel importante en ese plantel, pero como tenía condiciones, me llevaron. Era un lindo equipo: Daniel Arejula, Gabriel Milovich, Jorge Faggiano, Javier Maretto, Mauricio Musso, Julio Politi y varios más. No todos trascendieron y llegaron a la Mayor, pero fue un buen grupo.

-De ahí se da tu paso a Boca y luego a Obras, un club que competía al máximo nivel internacional, en 1981. ¿Cómo fue esa transición?

-Sí, yo voy a Obras en 1981 después de jugar un par de años en Boca, pero con la condición de que me consigan una beca en una Universidad de Estados Unidos, que es lo que quería en ese momento. Estuve tres meses en la Universidad de Utah y la verdad es que me fue muy bien.

-No era para nada habitual que un jugador argentino pudiera estudiar en EEUU por entonces. Dijiste que te fue bien. ¿No había chances de quedarse y seguir allá?

-Podría haberme quedado. Más allá de que a veces insultaba o me comportaba de una manera que no les gustaba a los de la Universidad, me querían. Es más, el asistente técnico me preguntó varias veces si me quería quedar, pero no me parecía correcto, ya que le había dado mi palabra a Obras y lo que me habían conseguido era más un intercambio que una beca.

¿Cómo creés que habría sido tu carrera si decidías quedarte en Estados Unidos?

Yo creo que podría haber llegado a la NBA sin ningún problema. Era una época distinta, si estabas allá y tenías cualidades, llegabas. Podría haber sido como Pepe Sánchez que estudió y llegó. Los que jugaban en la NBA por entonces no eran Superman. Ahora llegan muchos extranjeros y es diferente. Además, por entonces yo ya estaba estudiando arquitectura en Buenos Aires y no quería dejar la carrera, aunque la podría haber hecho en Estados Unidos, seguramente. Nunca lo vamos a saber. Preferí ser leal a mi palabra con Obras y mal no me fue.

-Volviendo a Obras y ese plantel lleno de estrellas. ¿Fue difícil adaptarse?

-Tuve la suerte de que se armó como un equipo nuevo justo cuando llegué. Parece difícil entrar en un club con tantas figuras como las que había en Obras, pero justo en esa época hicieron un cambio generacional y entramos varios jugadores nuevos. Muchos habíamos estado en ese mundial juvenil. Eso nos ayudó, porque de otra forma, entrar a un equipo con el Tola Cadillac, Gurí Perazzo, Choco Raffaeli y todos esos monstruos habría sido más difícil. No porque sean malos justamente, sino porque juegan mucho y cuesta que acostumbrarse. Así fue más fácil.

-En 1983 llegó la gran hazaña, la copa William Jones con Obras. ¿Qué recuerdo tenés de ese torneo?

-La verdad es que recuerdo poco. Muchas veces, cuando lo pienso, me pregunto si realmente era yo el que estaba ahí. Hay varias cosas que siento que me pasaron en otra vida. Me acuerdo del estadio de Obras explotado en el partido con el Cantú de Italia en el que fuimos campeones. Ellos eran muy buenos, tenían a Antonello Riva que era un fenómeno. Pero nosotros éramos todas estrellas y teníamos competencia, porque viajábamos mucho y jugábamos en todos lados. A los que nombré les tenés que agregar a Frazer y Butler, las dos torres panameñas que teníamos nosotros. Era una época en la que todos nos querían ver jugar. También fue muy importante lo que se vivió al año siguiente, con la misma copa que se jugó en San Pablo, Brasil. Le ganamos al Barcelona que venía de ser campeón de Europa por 20 puntos, y yo les metí 30. Salimos segundos porque al equipo local (Sirio) lo favorecían, pero bueno, fue un logro.

-Pasaron grandísimos equipos desde entonces. Atenas, Peñarol, San Lorenzo, Quimsa hace poquito, y ninguno pudo coronarse. ¿Creés que con el tiempo se valora más ese título?

-Es un gran orgullo lo que conseguimos. Es cierto, se va tomando dimensión con los años. Está bien que ser locales fue una condición importante, pero no es fácil. Quimsa jugó acá y no pudo conseguirlo, aunque la verdad que estuvieron cerca y la pelearon muy bien. Sabemos que fue algo importante, como otros logros que uno pudo obtener y siguen siendo únicos.

-Como el récord anotador en un partido con la Selección que estableciste, con esos 51 puntos a México en el Preolímpico de 1984. ¿Sentís que eso también se valora más ahora, con los excelentes jugadores que representaron a la Argentina desde entonces?

-Sí, tal cual. Además lo hice sin triples, algo que para el básquet de hoy sería imposible. En general metí muchos puntos en ese torneo que fue el Preolímpico en San Pablo, pero no nos fue muy bien en cuanto a resultados. Ese fue un día especial porque metí de todo, pero se me daba bastante bien la anotación. Es más, una vez que instalan la línea de triples, para el Mundial del ’86 en España, yo ya tiraba un poco de afuera. No tenía mucho sentido antes, porque todos los tiros valían dos. Cuando se puso la línea de triple lo practiqué y me fue muy bien. No era un gran triplero como los que hay ahora, pero me adapté rápido. Hoy todos tiran, es más, en la NBA en cualquier momento meten una línea de cuatro puntos. Es increíble cómo la meten de cualquier lado.

-Ya que mencionaste el Mundial del ’86, te pido que cuentes un poco de ese partido que le ganaron a Estados Unidos. No fue un gran torneo para la Argentina y los españoles decían que iban a aprovechar para probar los tableros electrónicos, porque les iban a dar una paliza. ¿Te acordás de cómo fue?

-Como te dije antes, recuerdo poco. Tengo como una negación con muchas memorias ligadas al básquet, que no sé si son por haberme ido por la puerta chica o por qué. Sí me acuerdo de ese comentario, que iban a usar el partido para probar hasta cuántos puntos llegaba el tablero electrónico del estadio, de la paliza que nos iban a pegar. También recuerdo que el coach de Estados Unidos, Bobby Knight, uno de los más importantes en la historia del básquet norteamericano, que dirigía a la Universidad de Indiana, me vino a felicitar después del partido. Y yo lo saqué cagando porque no lo conocía. Cuando me dijeron quién era me acerqué, le pedí que me firmara un papel y él me escribió que disfrutó mucho de verme jugar. Bobby Knight era un tipo súper duro, no te decía ni buen día. Que te felicitara era un milagro.

-Y hablando de leyendas, te enfrentaste a Michael Jordan en el Panamericano del ’83, cuando él jugaba en Carolina del Norte. ¿Ya lo veías distinto? ¿Te imaginabas que iba a llegar tan lejos?

-En su momento ya lo tenían como un tipo importante, pero después despegó y llegó a un nivel increíble. Ya era una estrella, jugamos contra él en Caracas y se notaba que era diferente. Todavía no estaba tan desarrollado físicamente pero sí te dabas cuenta que se quedaba un segundo más en el aire. Eso era lo llamativo. Si es por saltar yo también saltaba alto, pero él flotaba. Igual los norteamericanos siempre tenían esos súper equipos. En el ’86 nos enfrentamos con David Robinson, Steve Kerr, Kenny Smith y varios más. Eran todos unos fenómenos.

-¿Es cierto que después de tu paso por Obras, a mediados de los ’80, te convertiste en ídolo en Brasil?

-Sí, con el Corinthians. Fueron dos años fantásticos. Ganamos el torneo Paulista que era el más duro del país y fuimos subcampeones de Brasil. Teníamos un equipo bárbaro y los hinchas me querían mucho. Era tremendo escuchar a diez mil personas gritando “argentino, argentino”. Lo comparo con lo que le pasó a Carlitos Tévez en el fútbol. Corinthians es un club de huevo y corazón, y como yo era así, me querían. Desgraciadamente me tuve que volver porque Obras me dio a préstamo a Unión de Santa Fe. Si no me quedaba tranquilamente allá.

-Pero, ¿por qué desgraciadamente? Ahí empieza tu etapa en la Liga Nacional. Y tuviste muy buenos números, incluso promediaste 21.3 puntos.

-Sí, tenía buenos promedios, pero el equipo era un desastre. Ahí empezamos con los problemas de siempre que hay en este país: que no te pagan, que no te cumplen, que dicen una cosa y hacen otra. Por eso me quería quedar en Corinthians donde estaba muy cómodo.

-Igual después viene River, donde sí te fue bien. En el ’88 llegan a la final con Atenas, que terminan perdiendo, pero fue un gran año.

River era un club más serio, aunque el primer año no nos fue nada bien. Estaba Alberto Finger en el banco, y la verdad fue un desastre. En el segundo, con Carlos Boismené, teníamos un mejor equipo y cumplimos con una gran temporada, en la que llegamos a la final con Atenas. Aunque perdimos 3-0, todos los partidos fueron parejos. Teníamos al Tola Cadillac, Luis Villar, Raúl Merlo, jugábamos muy bien. Paradójicamente, fue una gran temporada para mí, pero como Finger estaba en la Selección, no me llamaron, porque nos habíamos peleado el año anterior.

-Hablando de quedarse fuera de la Selección, al Mundial del ’90 no te citan. ¿Por qué creés que fue?

-Por todos estos problemas. También se decía que yo estaba roto, porque tuve una operación de rodilla cuando estaba en River que salió mal. Pero nada, me volví a operar y seguí jugando. Imaginate que hasta los 37 años tiré. En el ’90 tenía 30, así que roto no estaba.

-Y eso que poco antes habías ganado el Sudamericano del ’87 en Paraguay, tu único título con la Selección. ¿Qué recordás de ese título?

-Fue muy lindo salir campeón, pero lo que más recuerdo fue el partido con Brasil, que lo perdimos por un punto y nos recontra afanaron. Yo venía jugando mal, pero ese partido metí 17 puntos y 15 rebotes en 20 minutos, que para un alero es una barbaridad. Sólo pude jugar 20 minutos porque me sacaron por cinco faltas, todas inventadas. Flor Meléndez (DT) estaba tan enojado que casi los trompea a los árbitros en el ascensor. Estoy seguro que los habían sobornado, la Confederación Sudamericana estaba totalmente intervenida por brasileños. Terminamos ganando el campeonato por diferencia de gol, porque hubo triple empate con ellos y Venezuela. Podríamos decir que se hizo justicia, fue un desahogo.

-En Uruguay también dejaste un buen recuerdo, en tu breve paso por Hebraica. ¿Te sentías cómodo jugando afuera?

-En el extranjero me fue muy bien, brillaba en todos lados. Acá fue donde tuve problemas porque nadie cumple su palabra. El argentino firma una cosa y a los diez minutos la desfirma. Pasaba antes y pasa ahora. Si no fíjate lo que es la política, firman un convenio con el Fondo Monetario Internacional y al rato dicen que son unos chorros y no cumplen con nada. En el mundo saben que el argentino es así.

-¿En qué momento decidiste alejarte definitivamente del básquet?

-Ya tenía 36 o 37 cuando lo definí, y no fue por un tema físico, en eso estaba muy bien. Llegó un momento en que me di cuenta que no estaba más para esto. Yo creo que merecía otra cosa, jugar a otro nivel. Había tenido una muy mala experiencia jugando el TNA (actual Liga Argentina) con Olímpico de La Banda varios años atrás. No me pagaron nunca, ni un peso. Después jugué en Luz y Fuerza de Posadas, un lindo club, y estuve cuatro años en Náutico Hacoaj, que estaba en la Liga B, debajo del TNA. Yo soy arquitecto y quería dedicarme un poco más a la construcción.

-¿Cómo fue estudiar arquitectura, con lo compleja que es la carrera, mientras te dedicabas al básquet?

-Como todo en la vida: sacrificio y perseverancia. En esa época te la pasabas dibujando en el tablero, y eran muchas horas, todos los días, que me las pasaba dibujando. Me tomó dos años más, la terminé en ocho a la carrera. Se complicó cuando me fui a Brasil. Todavía me acuerdo de cómo fue la última entrega para la facultad. Me quedé toda la noche trabajando sin dormir, al día siguiente me tomé un colectivo a Rosario, donde me estaba esperando el Corinthians, jugamos esa misma noche y de ahí nos volvimos a dormir. Así era la vida. También tenía una ayuda, mi papá, mi hermana y varios en mi familia ya eran arquitectos. Mi cuñado era profesor mío en la facultad. Igual los trabajos los hacía yo y nadie me ponía el presente, eh. En la facultad no me ayudaron en nada.

-¿Ahora a qué te dedicás? ¿Seguís con la arquitectura?

-Lo último que hice en cuanto a arquitectura fue mi casa en Benavidez, que la diseñé yo y la construí con ayuda de algunos albañiles, por supuesto. Ahora estoy trabajando poco, lo justo para mantener mis cosas. Cuando tengo que arreglar algo lo hago con mis propias manos. Hago de carpintero, herrero, plomero, yesero, lo que sea. No pienso en construir de nuevo en este país, no tengo ninguna confianza.

-¿Y el básquet? ¿Alguna vez volviste a jugar o dejaste definitivamente el deporte?

-El deporte no lo voy a dejar nunca. Lo mío es el tenis, y lo sé hace un montón de años. Voy a un club, entreno todos los días, sigo sano y me gusta. El básquet me dejó un sabor amargo, porque en otros países te ponen en el Salón de la Fama y acá te mandan al subsuelo. Cuando terminé mi carrera jugué en veteranos de GEBA, salimos campeones varios años. Y eso fue todo. En su momento, al básquet le di la mano y me fui. No estoy interesado en jugar de ninguna manera. Además me operé de las dos caderas y es un deporte muy bruto. No tengo ganas de que otros me lastimen porque no saben jugar. El tenis fue una asignatura pendiente que me quedó y la estoy cumpliendo ahora. Es un deporte muy diferente. En el básquet si te calentas te peleas con uno, vas, corres, le pegas a algo. Acá, ¿a quién le vas a pegar? Ya rompí unas cuantas raquetas, me tengo que controlar. Lo lindo es que lo comparto con mi hijo de 12 años, ya que lo metí en la academia donde yo estoy. Se nota que le gusta mucho. Con el básquet no quiso saber nada.

-¿Qué es lo mejor que te dejó el básquet?

-Hice amigos, viví y aprendí muchas cosas. En cuanto a momentos, me quedo con tres que ya conté: lo de Bobby Knight, las ovaciones de los brasileños y haber salido campeón del mundo con Obras.
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