El Loco, distinto dentro y fuera de la cancha, repasa su carrera con la celeste y blanca, los mejores momentos y por qué se perdió tantos torneos pese a que el equipo nacional "fue lo máximo". Sus anécdotas top
Hernán Abel Montenegro siempre fue distinto. Adentro, por su excelsa calidad, nutrido arsenal de habilidades y versatilidad en el juego, con un físico de pivote (2m07) pero recursos de perimetral. Un adelantado a su época que, gracias a su carisma y cualidades de showman, nunca pasó inadvertido y cautivó a multitudes. Y afuera por ser un deportista que nunca le esquivó a la polémica ni se quedó callado, que se perdió muchos torneos con la Selección y se fue de muchos clubes, todo por creer que las condiciones no estaban dadas para competir o convivir de la mejor forma. Hoy, a los 54 años, ocho después de su retiro de la actividad profesional (jugando el Torneo Federal para Del Progreso de Río Negro) y 27 luego de su último partido en la Selección, el Loco repasa su carrera con la celeste y blanca, en una extensa charla con
Prensa CABB. La visión de un atleta especial que fue el primer argentino en ser elegido en el draft de la NBA (N°57, tercera ronda, en 1988), jugó como extranjero en época gloriosa de la Lega italiana, pasó por la Universidad de Louisiana State y tuvo momentos de alto nivel, en la Liga Nacional, en Puerto Rico y la Selección.
-Siempre fuiste un talento precoz: debutaste en Bahía a los 13 años, te fuiste a España a los 16 y tu primera citación a la Selección Mayor llegó a los 18. ¿Qué sentiste con aquel llamado?
-Precocidad es una palabra que me marcó siempre. Para bien o para mal. No sé, todo me superó... Pero sí, recuerdo bien el llamado, como no podía ser de otra forma. Yo había regresado de España, León (Najnudel) había tomado el equipo y yo sabía que podía darse porque él me había dicho que estaba buscando hacer, de a poco, un recambio generacional. Y esa Selección lo tuvo, con una camada joven y un plantel muy alto, con Diego (Maggi), Jorge (González), Palito (Borcel), Sebastián (Uranga), con algunos jugadores de más experiencia como Cortijo, Luis Oroño, el Gurí Perazzo… Recuerdo que la citación me dio mucha alegría, sobre todo por ver que era el momento de los más jóvenes. La experiencia resultó genial y nos marcó a todos. Fue como quiebre, a partir de ahí la Selección dejó de ser una caravana que se armaba 10 días antes de un torneo. Hubo más seriedad y organización, con Cacho Lentini como médico, por ejemplo.
-El debut fue en el Sudamericano 1985. ¿Cómo lo recordás?
-Sí, fuimos a experimentar. No resultó un mal torneo, fue el comienzo de una forma distinta, con un básquet muy nuestro, similar al que hizo con Ferro e indudablemente eso se vio reflejado en el tiempo. Quedamos lógicamente detrás de Uruguay, que fue completo con Fefo Ruiz y Tato López, y de aquel famoso Brasil de Oscar y Marcel.
-Al otro año llegó el Mundial 86. Un mundo nuevo, para vos, imagino. ¿Te movió el piso?
-Sin dudas, fue como un segundo revivir. Recuerdo que el Mundial 83 me catapultó a España y el del 86 me abrió las puertas de Estados Unidos. Con Vlade Divac fuimos los jugadores más jóvenes del torneo y apareció John McCloskey, general manager de los Pistons, para hablarme de un interés y eso empezó a abrirme las puertas de USA. Recuerdo que me propuso ir a Michigan State, la universidad de Magic (Johnson), y así empezaron a caerme oportunidades de varias universidades. En ese torneo me hice conocer y tuvimos momentos inolvidables como el triunfo ante USA.
-El recordado triunfo en Oviedo contra el que sería el campeón.
-Sí, fue una experiencia única, irrepetible, por lo emocional, por lo que significaba ganarle a USA en aquella época y porque, en ese momento, a esa altura del torneo estábamos para volvernos enseguida. Pero ese partido nos dio otra vida, luego le ganamos a China y, de repente, nos encontramos con chances de llegar a semifinales. Después perdimos con Italia pero, para mí, terminó siendo un gran torneo, con Flor Meléndez como entrenador y Juanqui Alonso como asistente.
-De 1986 saltamos a 1992 en tus participaciones en la Selección. ¿Qué pasó en esos seis años que no estuviste?
-Sí, yo me abrí, me perdí dos Mundiales. De alguna forma, por lo mismo que luego denunció la Generación Dorada años después... En aquella época eran organizaciones malas, llevadas de los pelos. Yo les llamo equipo caravana, era un carnaval carioca: 10 días antes nos juntábamos a entrenar en un lugar donde no se podía entrenar, íbamos a malos hoteles, teníamos malos viajes y malas comidas. Todas esas situaciones me cansaron, lo mismo que pelearme con los dirigentes. Eso fue lo que me aparto de las selecciones. En lo deportivo perdí yo pero yo sentía que, como uno de los mejores jugadores del país, debía luchar por condiciones mejores y el tiempo me dio la razón, cuando la Generación Dorada lo hizo y las cosas fueron cambiando hasta tener hoy otra realidad.
-Te perdiste el Mundial 90, por ejemplo.
-Sí, una lástima, porque era el torneo esperado por todos, en casa. Pero, en realidad, me perdí muchos torneos. Yo estaba en el exterior y tenía una idea de cómo debían ser las cosas. Y, cuando veía que todo era un carnaval, me iba. No estiraba la agonía, no quería ser parte de algo así.
-El Preolímpico 92 es un torneo muy recordado por el duelo ante el Dream Team, pero no hay que olvidar que Argentina llegó con un plantel de grandes jugadores y la ilusión olímpica. ¿Cómo lo recordás?
-En mi caso, como el mejor en la Selección. Jugué realmente muy bien. El equipo, en general, también. Nos sentimos cómodos, jugamos bien y no logramos la plaza olímpica por la falta de roce internacional, una constante en esos tiempos. Justamente el gran cambio del básquet argentino se da cuando los chicos talentosos empezaron a irse a Europa. Cuando ellos crecieron individualmente, hicieron crecer a la Selección. Esa fue la clave. El talento argentino estuvo siempre, pero sin competencia internacional, sin roce, no había crecimiento. Físicamente no estábamos al nivel de los principales equipos en el mundo, en primer lugar. Las forma de entrenar eran arcaicas y teníamos el problema de estar lejos del mundo. Estar lejos en el mapa te mata. Hasta los caribeños crecían más que nosotros porque estaban a una hora de avión de muchos lugares, nosotros cuando íbamos tardábamos siete días. A Europa íbamos muy poco. No nos podíamos topar con las grandes potencias, eso fue lo que sucedió. Te lo digo yo que estuve afuera y vi la enorme diferencia.
-¿Alguna anécdota de aquel duelo contra el Dream Team y Jordan?
-Sí, tengo un par con Jordan. Una me pasó con Seba Uranga, antes del partido. Cuando hicimos el clásico cruce en mitad de cancha para saludarnos, Seba iba al lado mío y cuando llegamos al lado de Michael, me mira y me dice. ‘¿Esta porquería es Jordan?’. No sé qué imagen tenía el Cabezón, pero es verdad que MJ era un alfiler, flaquito… ‘Esa porquería nos va a asesinar”, le respondí’. Luego recuerdo otra historia cuando (Walter) Garrone me saca y entra la Vaca Tourn. Recuerdo que le dije ‘che, fíjate que Jordan está tranqui. No le pegues, por favor’. Fabián me respondió ‘quedate tranquilo, venimos a divertirnos’. A la primera jugada veo que le da un piñón… Bueno, ‘fuiste’, pensé. Hasta ahí había estado en una nube, te diría sin ganas de jugar, y los cinco minutos siguientes fueron un aluvión, un recital. Ese golpe de Tourn lo despertó.
-En aquel torneo estuviste en boca de todos, por tu talento y porque te hiciste un rapado con el 22 en la nuca, siendo una especie de un Dennis Rodman argentino. Recuerdo que el relator estadounidense dijo que Robinson y Ewing iban a soñar con el “Loco 22” y otro periodista te hizo explicar el corte en la conferencia de prensa post partido. Una prueba más que fuiste un showman, que siempre fue más allá del básquet.
-Sí (se ríe). Fue insólito porque tuve que ponerme a explicar los dos patitos, que significaban en la quiniela (el Loco). Y, mientras yo hablaba e intentaba hacerles entender, Pippen se inclinó para adelante y me miraba, como preguntando quién es este tipo. Me acuerdo que terminó la ronda de preguntas y me vino a saludar, riéndose. ‘No puedo creer lo que contaste’, me dijo. Una anécdota más de un partido increíble’.
-El sexto lugar en el torneo y la no clasificación a Barcelona te debe haber dejado gusto a frustración, ¿no?
-Sí, sobre todo porque teníamos muy buen equipo y, en partidos jugamos muy bien. Pero pagamos caro la falta de roce, que los partidos eran bastante seguidos y nos faltó esa experiencia para ganar juegos clave.
-En 1993, en Puerto Rico, debe haber sido al revés. Se le ganó a Brasil luego de mucho tiempo con un brillante Espil. Fuiste parte de aquel tercer puesto y la clasificación Mundial 94, en tu último torneo.
-Sí, fue un gran torneo. Juancito estaba intratable y jugamos para él. Yo hice un muy buen aporte, sobre todo contra Uruguay, Venezuela y Estados Unidos. Fue mi último torneo, aunque no lo pensaba en ese momento.
-En 1995 te autoexcluiste de los Panamericanos y posteriormente de lo que fue clasificación olímpica: te fuiste de la concentración, incluso enojado con tus compañeros, porque aceptaban esas condiciones.
-Claro. Así fue. Fue aquel enfrentamiento famoso con (Guillermo) Vecchio, quien citó a 50 jugadores, una cosa jamás vista. No, esto ya está, cerré la puerta, porque además me daba cuenta que mi presencia alteraba todo el mundo. Todos sabían que no me iba a callar, que iba a denunciar, como hice siempre, y generaba esa tensión. En la época fue un trago amargo para mí, pero cuando Manu y los chicos reivindicaron mi lucha, la del derecho de los jugadores, me quedé con otra sensación. Ojo, tampoco pedíamos gran cosa, ni que nos paguen un millón de dólares. Sólo tener condiciones normales para entrenarnos.
-Por último, Hernán. ¿Qué representó la Selección para vos?
-Como digo, el básquet me salvó la vida y la Selección me dio la posibilidad del jugador de básquet que fui y la clase de persona que soy. Si no hubiese jugado no me habría ido afuera, ni hubiese crecido en todo sentido. Fue todo para mí. Algunos pueden decir que jugué poco, pero en realidad jugué lo que tuve que jugar, porque di las luchas que tuve que dar. Lo volvería y lo que hice no lo cambio por nada. Si me hubiese gustado jugar más torneos, Mundiales y hasta un Juego Olímpico, obvio, claro... Pero hay circunstancias y momentos en la vida que no se dan como uno quiere y vuelvo a repetir, no tengo resquemores. Yo no jugué para ganar premios y títulos. Es no fue mi objetivo. Mi campeonato fue la vida, disfrutar, viajar, sobre todo luego de los desengaños que tuve. Pero, más allá de todo, tengo un agradecimiento absoluto a lo que dio la Selección, yo le di todo lo que pude, como yo pude, sin excusas ni arrepentimientos.