El DT cuenta intimidades, vivencias y sensaciones de lo que pasaba hace 12 meses en China. Una ratificación de lo especial que es este nuevo seleccionado. Además asegura: "Fuimos el equipo que mejor jugó".
A un año de la épica, de una actuación argentina que impactó en todo el planeta basquetbolístico y de un Mundial que quedó en la memoria de todos los argentinos. Por estos días disfrutamos del primer aniversario de aquel evento en China que volvió a depositar a nuestro deporte en la elite del mundo y, entonces, es un buen momento para reflexionar con los protagonistas, conocer las vivencias y sensaciones que ellos fueron teniendo durante aquel camino hacia el subcampeonato. Sergio Hernández, entrenador y conductor del grupo, charló durante una hora con
Prensa CABB para repasar una experiencia que aún lo conmueve.
-¿Qué significa en tu vida este Mundial que estamos recordando?
-Mucho, la verdad. Seguramente el torneo más importante de mi carrera porque, más allá del resultado, pocas veces me sentí tan conectado con un grupo de trabajo, desde los jugadores hasta mi staff. Y por suerte, además, puedo decir que disfruté el camino. Desde la clasificación hasta el torneo en China. Aprendí a hacer eso en vida y pude conseguirlo… Y el Mundial en sí fue muy especial por ser parte de un grupo de gente muy especial, que tiene una convivencia y una armonía muy impactantes.
-¿Hablamos de una hermandad como aquella de la Generación Dorada?
-Creo que sí. Yo estoy viviendo más esta camada, porque a la GD ya la agarré siendo campeona olímpica y con un largo camino recorrido. Y yo, además, no me metía mucho y más que nada disfrutaba ver cómo ellos disfrutaban. Ahora es distinto, estoy más dentro de todo. Pero sí, al comparar, hay grandes similitudes en la armonía, la hermandad, la unión... Y una forma especial de respetar las jerarquías, de reconocer autoridades y roles, sin perder las relaciones humanas. Todo se da de forma muy natural en este grupo.
-Fue una preparación larga, con los Panamericanos de Lima como parada previa, un esfuerzo que terminó siendo bancado y muy valioso.
-Sí, esa medalla de oro en los Panamericanos fue fundamental. En un punto, más importante que el Mundial, porque era el primer torneo de esta camada que tuvo la obligación de un resultado, el oro puntalmente, si me apurás. Y ese torneo, con ese resultado, nos permitió llegar mucho mejor al Mundial. Luego lo completamos con una previa muy buena, en Francia, donde nos sentimos bien pese a las dos derrotas. Ya empezábamos a creer que había algo con el equipo.
-¿Qué era lo distintivo que veías en ese momento?
-Lo especial es que el equipo siempre se enfocó en el rendimiento. Ni hablábamos de resultados, sino de cómo mejorar el ataque rápido, la rotación de balón o la ocupación de espacios. Cada asistente tenía claro su rol. Y yo, como todos, pude disfrutar el camino. Creo que realmente eso fue lo que nos llevó a jugar la final. Aquella frase que dije “se gana porque se disfruta y no se disfruta porque se gana” la sostengo más que nunca. Fue un plantel que disfrutó cada minuto, sin caras de culo ni reclamos. No molestaba madrugar, nada... Siempre estuvieron todos bien predispuestos.
-Contame lo que sentías antes del debut. Estaba el esguince de tobillo de Campazzo y hasta se hablaba de no entrar en el ritmo de Corea del Sur, que podía ser peligroso, algo que hoy casi da risas. ¿Vos tenías dudas antes del debut?
-Yo siempre tengo dudas como técnico. No por lo de Facu, por ejemplo, porque sabía que iba a llegar. Además, tampoco soy ansioso. Ante un problema, busco la solución y ya tenía el plan B por si no llegaba. Claro, atrás tenía a dos cracks, como Lapro y Luca (Vildoza), con la certeza de que si si les pedía más, lo darían porque tienen esa ambición. Aún hoy, dentro de la gran amistad que los une, ellos quieren el lugar de Campazzo, no se esconden detrás de él. Luego, pensando en Corea, preparamos el partido como si fuera Lituania. Mi mentalidad es siempre así, paso a paso, sin descuidar nada.
-Pasó Nigeria, temido por su capacidad atlética, luego los duros rusos, después la paliza a Venezuela, que siempre había costado, incluyendo la final del Preolímpico 2015, y después Polonia, que aparecía como peligroso y no lo fue... ¿Qué fuiste sintiendo, pensando?
-Recuerdo claramente lo que sufrí contra Venezuela porque, en ese momento, sólo pensábamos en la clasificación a los Juegos Olímpicos. Y ese partido era peligroso. Como rival de continente, una derrota podía costarnos demasiado. Entonces, teníamos la presión de ganar, ante un rival que históricamente nos había costado mucho. No disfruté nada ese partido, si lo ves de nuevo te das cuenta que ni una vez sonreí...
-Y en ese momento, ¿qué pensabás? “Che, qué bárbaro, no puedo creer lo bien que estamos”. ¿Algo así?
-Exactamente. Fui sintiendo eso que decís. Veía que estábamos muy bien, cada día mejor, que ganábamos sin tocar el techo de producción. Era como que el equipo manejaba los partidos sabiendo que los iba a ganar y eso me impresionaba muchísimo.
-¿Y en qué momento dijiste “estamos para algo grande”, recién cuando viste el recital ante Serbia o fue antes?
-Y (piensa). Serbia era una medida demasiado grande. Decir hoy que, antes de Serbia, pensábamos que podíamos jugar la final del mundo, es un lugar complejo… Tampoco era un tema de sobremesa en el equipo. “Che, jugamos bien, loco”, era el comentario dominante. Pero el boleto olímpico siempre estaba en el medio. Era el primer gran objetivo, no se pensaba en el resultado final. Por eso mi peor día en el torneo fue el de USA-Brasil. Al seleccionado estadounidense lo veía tan vulnerable que pensé que Brasil le ganaría. Por eso, por los nervios, me fue imposible seguir el partido. Me quedé solo en mi pieza cuando el equipo lo fue a ver a un piso del hotel. Cuando me llegó un mensaje de mi hijo, con banderitas de Japón y aviones, me di cuenta que se había dado el resultado y subí con el plantel. Y los chicos me gastaron mucho (se ríe).
-¿Cómo fue la previa de Serbia? ¿Notaste algo distinto?
-Sí, claro. Yo los notaba para ganar y lo decía. Algunos me veían como un loco (se ríe). Pero al equipo lo veía ganador. Después de años aprendés a ver cosas y al plantel lo notaba muy crecido, poderoso, sabiendo que por más serbios que fueran los rivales, todos sienten la presión de ganar. También había visto, en el torneo, que Serbia subestimaba bastante la estrategia, como que ganaba por peso específico. Y pensaba que si ellos no se preparaban para jugar con nosotros, no nos iban a ganar. Luego lo confirmé: ellos no lo hicieron como nosotros, seguramente por tener más margen de error. Imaginate que nosotros fuimos al juego de ellos, al que más les gusta y en ese terreno les ganamos. En la discusión del staff planteé que Serbia, sí o sí, nos iba a meter 90 puntos y que, para ganar, nosotros debíamos anotar más y la única forma era entrar en su juego. Con el factor de sorpresa a favor porque ellos creían que nosotros íbamos a jugar a otra cosa, a pocas posesiones, controlando la pelota. Pero le salimos al palo y palo. A ellos les gustó al principio pero, en un momento, se dieron cuenta que no era negocio. Porque ellos querían otro juego, de sacar diferencias con sus torres, desgastarnos abajo, y no pudieron por nuestro small ball. Y cuando se dieron cuenta, ya era tarde.
-Una cosa es tener un día mágico, como ante Serbia, y lo otro es ganarle en fila a dos potencias, como repitieron 48 horas después contra Francia en semi. ¿Qué es lo distintivo que notás de este equipo?
-Hay algo de liderazgo muy importante, que viene de Luis y han seguido sus generales, Campazzo y Lapro. El tema que los grandes triunfos no sean sorpresas. Nosotros no festejamos contra Serbia como si estuviésemos sorprendidos. Y el secreto estaba en los vestuarios post partido. Yo se los dejaba a Luis y eran brillantes. Se encargaba de decir “vamos bien, sigamos así”, dando esa sensación de poder y tranquilidad. En un torneo importante, cuando sos inexperto y te dejás llevar por la euforia, al otro día perdés. Y nosotros en el Mundial éramos las estrellas y nos sentíamos así. Fuimos el equipo que mejor básquet jugó por una diferencia abismal, el mejor equipo aunque no hayamos sido campeones… Un ejemplo, nosotros lo veíamos caminar a Campazzo en China y, aunque fuera nuestro Facundito, era como cuando hace décadas veíamos caminar a Sasha Djordjevic en Yugoslavia. Pensá que Kobe decía “quiero a Tortuga en los Lakers”, ¿entendés? Todo eso te puede afectar. Pero no nos pasó, eso marca lo importante de tener a un líder como Luis.
-¿Pesó un poco la final, que sea España, o fue más táctico?
-Seguro puedo decir que no tuvo nada que ver el cansancio o el conformismo, porque llegamos bien y no es una característica del equipo. Tal vez pueda resumir un motivo con una anécdota con Sergio Scariolo, su DT. Cuando terminó la final y esperábamos la premiación, lo felicité y él me respondió. ‘¿Sabés porque jugamos el mejor partido por diferencia de los últimos años? Fue la primera vez que veo a mis jugadores cagados hasta las patas. Lo sólidos, sin fisuras, que los veían a ustedes hizo que cada cosa que decía me la preguntaran diez veces. Fue el partido con más concentración que jugamos en la historia’, me admitió. Nosotros jugamos con la inercia que veníamos y ellos, un partido especial. Pensá cómo ellos llegaron a la final, con el goleador del Mundial, Patty Mills, errando un tiro libre. Por eso, sabiéndose inferiores, prepararon algo especial, desgastaron a Luis, no nos dejaron correr y cargaron fuerte al rebote ataque. Y súmale que ellos tienen muchos jugadores que, esos partidos decisivos, los juegan todos los días desde hace diez años. Nosotros teníamos sólo a Facu y Luis con esa experiencia y seguramente se sintió. Pero nadie nos quita lo que hicimos. Y lo que disfrutamos.