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Tercera entrega de la historia de las actuaciones argentinas en los Mundiales que publica la revista especializada Básquet Plus. Esta vez, la nota repasa lo realizado por el seleccionado en la s ediciones de 1974, en Puerto Rico, y la de 1986, en España, con el recuerdo imborrable del triunfo ante el luego campeón Estados Unidos.
ENTRANDO EN SINTONIA
A los tumbos, sin un proyecto claro ni orden, el básquetbol argentino arrancó la década del setenta intentando reposicionarse en el ámbito internacional. Claro que una cosa era querer y otra poder. Mucho más si ese intento nacía al revés, es decir pretendiendo conseguir ganancias afuera, cuando adentro no se hacían bien las cosas.
Los años sesenta cerraron como se esperaba, sin logros destacables, ni siquiera a nivel sudamericano. Fue precisamente una floja labor en el torneo de 1969, en Montevideo, donde quedó tercera, la que le prohibió a Argentina clasificar, por primera vez, para un Campeonato Mundial. Así los argentinos quedaron marginados del torneo en Yugoslavia de 1970. Veinte años habían pasado desde la creación de los Mundiales y la situación se había invertido: los yugoslavos pasaron de ser últimos en Buenos Aires a campeones mundiales, mientras que el básquetbol argentino había desbarrancado desde el título a quedarse afuera del Mundial. Algo estaban haciendo bien allá afuera, mientras por acá se repetían los errores constantemente.
Los años seguían pasando para un básquetbol argentino que no lograba recuperar una imagen ganadora. Así, desde el Mundial de 1967 la selección deambuló por los torneos regionales con magros resultados: sexta en los Juegos Panamericanos de 1967; un pésimo quinto lugar (el peor de la historia) en el Sudamericano de Paraguay de 1968, tercera en el del año siguiente en Uruguay, igual ubicación en el Sudamericano de 1971 y quinta en los Juegos Panamericano de Cali de ese mismo año. En 1973, después de siete años, volvió a disputar una final sudamericana. Fue en Colombia, donde perdió con Brasil. Entre un Mundial y otro desfilaron cuatro entrenadores: Casimiro González Trilla, en dos torneos, Jorge Canavesi en otro dos, el cordobés Jorge Martínez en otro y Miguel Ripullone en el último Sudamericano. “En aquella época nos costaba ganarle a cualquiera. Teníamos ventajas sobre algunos sudamericanos, pero a Brasil, Cuba, México, Canadá o Puerto Rico le ganábamos muy poco”, recuerda Raffaelli..
Tal vez por haber llegado a la final en 1973 o porque el Bala traía la imagen ganadora de un seleccionado de Buenos Aires que acumulaba seis títulos seguidos en el Campeonato Argentino, lo cierto fue que lo volvieron a nominar como técnico para el Mundial de Puerto Rico.
Decíamos al principio que aún con imperfecciones, sin claridad y de manera individual, pero era evidente que el progreso del básquetbol obligaba, cuanto menos, a adaptarse a los tiempos que corrían. Entonces Ripullone declaraba por aquellos días, que “es necesario tener una mayor competencia internacional. Hay que salir a sumar experiencia en el exterior. Además, para competir con pretensiones a este nivel hay que tener dos centros y un tercer hombre de, por lo menos, 1,95 m., para cumplir funciones de volante debajo del tablero”. Aquella tarea, que hoy desempeña con otras variantes el alero chico, consistía en recorrer el ataque de lado a lado por debajo del canasto y paralelo a la línea final, como para estar cerca del rebote.
Para compensar el primer déficit se planificó una impresionante gira por Europa, la más larga que se ha realizado. Fueron 20 partidos en 46 días enfrentando a poderosos como Yugoslavia, Unión Soviética, Italia, España o Polonia. El saldo fue de 6 triunfos ante Alemania Occidental (2), Suiza (2), Grecia e Italia. “Por más que haya sido muy extensa y cansadora, había que sacrificarse, porque esta gira teníamos que hacerla. Fue una experiencia enorme”, reconocía Ripullone a la vuelta.
Claro que la gira también dejó algunos inconvenientes. Como la discusión entre el técnico y José De Lizaso, que desembocó en la separación del plantel del jugador de Olimpo y su regreso al país. También regresó lesionado del periplo Europeo Carlos Pellandini y ante la duda de su recuperación, quedó marginado del Mundial. También fueron desafectados tras el viaje Prato, Draghi, Mario Benítez y Gaggero.
La base del equipo la conformaban los “veteranos” como Alberto Cabrera, Ernesto Gehrmann, Carlos González, ambos del Palmeiras de Brasil, y Alfredo Monachesi, que promediaban 28 años, a los que se sumaba la generación intermedia de Adolfo Perazzo, Jorge Becerra y Raúl Guitart, todos de 23 años. Para terminar de conformar el plantel Ripullone no pasó por alto los recientes títulos sudamericanos juveniles de 1972 y 1973. De esas dos camadas habían surgido Eduardo Cadillac y Carlos Raffaelli, pero además hombres con buena talla para la época como Gustavo Aguirre, Jorge Martín y José Luis Pagella. “Uno de nuestros objetivos es que la selección tenga una cuota juvenil, porque es la base para el futuro”, argumentó el entrenador. “Ahí se empezó a hacer una limpieza en la selección. Quedaron los veteranos de mejor nivel y nos llevaron a varios jóvenes, que no generábamos conflictos”, cuenta Chocolate, que se sumó al plantel, junto a Martín, tras una magnífica gira de los campeones juveniles del 73 por China.
El tema del profesionalismo o amateurismo ya no era central. Es que a excepción de Cabrera, que por una cuestión de principios no cobraba en Estudiantes de Bahía Blanca, el resto recibía un sueldo por jugar. Aunque algunos mantenían un trabajo o estudiaban, todos vivían del básquetbol.
PUERTO RICO, 1974
La séptima edición del Campeonato Mundial volvía al continente americano, pero esta vez a la zona del Caribe. Puerto Rico recibió el torneo, que aumentaba a 14 sus participantes. El sistema de competencia se modificó, ya que ahora el local y el último campeón pasaban directamente a la segunda fase. Además contaban los resultados obtenidos en la fase inicial entre los equipos clasificados para la ronda siguiente.
Nuevamente el sorteo no había sido benévolo con los argentinos. Tampoco había motivos para que lo fuera con un país que al no ser una potencia, no podía pretender privilegios solo reservados a los más fuertes. Otra vez Estados Unidos como rival de zona, junto a una creciente España y la accesible Filipinas. Aquella vez se puso en práctica el “sorteo digitado”, repartiendo en cada zona dos equipos poderosos y dos débiles, para asegurarse que los mejores estuvieran en la fase de cierre. Para la FIBA, Argentina no era parte de ese grupo…
Los norteamericanos, siempre con un equipo de universitarios, llegaban golpeados por la humillación de la final olímpica de Munich dos años antes, cuando soportaron su primera derrota en los Juegos en una definición polémica, al obligarse, por decisión del secretario general de la FIBA, Williams Jones, a repetirse los últimos 3 segundos, los que le dieron la victoria definitiva a la URSS. Si bien los estadounidenses conformaron un equipo menos poderoso de lo esperado, ya que finalmente se presentaron sin las estrellas jóvenes del momento como los pivotes Bill Walton (decidió saltar a Portland en la NBA un año antes de terminar en UCLA) y Moses Malone (pasó directamente de la secundaria a Utah, en la ABA) o el espectacular David Thompson (North Carolina State), eran uno de los favoritos al título.
Los españoles, pioneros en eso de nacionalizar extranjeros, con los fantásticos Wayne Brabender y Clifford Luyk, se habían consagrado subcampeones europeos en 1973 venciendo a los soviéticos y llegaban con siete jugadores del Real Madrid que había ganado la Copa de Europa y repletos de expectativas. Contra ellos se habían perdidos dos partidos (por 24 y 20 puntos de diferencia) durante la gira previa. “En esos partidos no contamos con Cabrera, González y Gehrmann. Ellos nos respetan, porque les jugamos de igual a igual. España es difícil, pero no imposible”, declaraba, con optimismo que seguridad, Ripullone. Los filipinos se mostraban, apenas, como campeones asiáticos.
El asunto se tornó convulsionado para el equipo argentino desde la misma llegada a San Juan de Puerto Rico, aquel 1º de julio. Mientras la delegación esperaba las valijas en el aeropuerto de la isla, Jorge Becerra, de conocida militancia en el partido justicialista, fue el primero en recibir la noticia de la muerte del Presidente de la Nación, General Juan Domingo Perón, por lo que el equipo llevó luto en el debut ante los españoles.
Argentina, que inició sus partidos con Cabrera, González, Monachesi, Perazzo y Gehrmann, se jugaba todas las posibilidades de clasificación en la primera jornada, sin ninguna chance de recuperación. Debía ganarle a España para seguir con ilusiones en el torneo. Y no estuvo tan lejos…
Los argentinos ingresaron con el convencimiento de que la clave pasaba por controlar bien a Brabender, elegido MVP del Eurobasket’73. De eso se encargó Cabrera, ratificando que a sus excelentes virtudes de conductor y anotador, le sumaba la de intenso defensor, virtudes con las que se ganó un lugar de preferencia en la historia del deporte argentino. El Beto, que además terminó como máximo anotador argentino con 17 puntos, lo secó al hispanoamericano, que apenas sumó 2 puntos en la primera mitad, la que Argentina ganó 47-44, gracias al aporte de los veteranos (Gehrmann, González y Monachesi). El sueño duró hasta los 5 minutos de la segunda parte. Cuando Cabrera acumuló la cuarta falta, Brabender encontró libertades para llegar hasta los 22 puntos. Las pérdidas (23) fueron determinantes, aunque empezaba a asomar un problema estructural del equipo: la floja defensa. A pesar de eso y la salida por faltas de Finito, Perazzo, Beto y González, a 33 segundos del cierre se perdía por 92-88, con un buen aporte de los jóvenes. Fue digna derrota por 89-96, pero que sería irreparable.
Ante los filipinos fue un correr y tirar desprolijo (20 pérdidas) que le permitió a los argentinos llegar a la victoria, con Gehrmann (31 puntos y 12 rebotes) como “Guliver” entre los diminutos asiáticos. Sin embargo, esa alegría fugaz no pudo ocultar que la defensa no era un punto fuerte del equipo: 110-90.
El milagro ante Estados Unidos, que tenía el equipo más joven con 19,7 años de promedio, no se produjo y terminó en una contundente caída por 86-109. La inferioridad rebotera (41-29) y las dificultades para frenar a John Lucas (15 puntos) y Luther Burden (22) fueron evidentes. Más allá de que Argentina mostró un planteo inteligente, cuidando el balón y alargando las posesiones, y que los jóvenes volvieron a mostrar sus virtudes, la caída trajo la condena a la ronda consuelo.
Para Finito Gehrmann estaba claro que “en la formación inicial éramos todos goleadores, pero ninguno tenía mentalidad defensiva. Así era difícil, porque el equipo está descompensado”. Sobre el mismo tema el Gallego González fue descarnado: “Para poder ganar necesitábamos meter 120 ó 130 puntos, porque no marcábamos nada”.
El espejismo de hacer una buena rueda consuelo se esfumó rápidamente cuando se comprobó que el equipo argentino se iba desinflando jornada a jornada, un poco por el desgaste físico al que no estaban acostumbrados nuestros jugadores y otro por la impotencia de verse superados. La única sonrisa apareció ante República Centroafricana, con el mayor puntaje argentino en un Mundial (121-70). En ataque había alternativas, pero el problema era la defensa. Así sucedió frente a Australia (100-102). Ante México (94-96), la defensa argentina quedó destrozada por los extraordinarios Arturo Guerrero (30 puntos) y Manuel Raga (29 puntos con su característico tiro en suspensión), además de perder a Cabrera por 5 faltas a los 12 minutos de juego!! Contra Checoslovaquia, se sufrió el poder ofensivo de Kamil Brabenec (45 puntos) y la derrota final, que mandó al equipo al 11º puesto, un lugar que terminó siendo mucho menos de lo que se insinuó en la etapa inicial.
La mejor actuación argentina fue la del árbitro Rodolfo Gómez. El Loco, con su particular estilo, histriónico y temperamental, demostró un alto nivel internacional, participando de partidos decisivos como Estados Unidos-Yugoslavia, Canadá-Yugoslavia o España-URSS.
El torneo tuvo una de las definiciones más parejas de su historia, ya que se produjo un triple empate entre Unión Soviética, Yugoslavia y Estados Unidos, que se definió por diferencia de puntos, dándole la merecida victoria a los soviéticos.
¿Qué quedó de esta nueva experiencia para los argentinos? La demostración, una más, de que el progreso de otros países, sobre todo los europeos, era mucho más acelerado que el nuestro, por lo que las diferencias eran cada vez mayores. Un choque, otro más, contra la realidad, que ubicaba al básquetbol argentino en el lugar que le correspondía. El mendocino Becerra no anduvo con vueltas: “Ese verso de que entrenando un poco le ganamos a cualquiera es una gran mentira” y para el mismo lado se dirigió Chocolate Raffaelli, remarcando que “nosotros creemos que dos o tres jugadores nos van a salvar. Caemos en lo individual, cuando la verdad está en el trabajo de equipo”.
El Beto Cabrera apuntó a una cuestión de fondo, al señalar que “el problema es viejo. En el básquetbol argentino de todos los días el entrenamiento es insuficiente y estamos aburguesados, porque no hay una competencia de buen nivel. En un Mundial, al segundo partido se siente el esfuerzo por todo lo que nos falta”.
La gira previa y el Mundial le dieron una visión a Ripullone de dónde estaba parado nuestro básquetbol: “Con relación a los europeos nos hemos quedado desde hace mucho tiempo. En lo técnico no estamos lejos, pero en lo físico y lo organizativo la distancia es demasiado grande. Por eso las experiencias vividas este año no pueden ser una gota de agua en el desierto. Este es el principio y ahora debemos seguir trabajando con mentalidad internacional”. Un análisis certero, pero de una implementación dificultosa en medio de un ámbito con más características amateurs que profesionales.
Sin embargo, hubo un aspecto positivo para destacar. Tal vez el más importante. Los jugadores jóvenes demostraron tener proyección. Raffaelli, uno de los jugadores con mayor jerarquía que ha dado por siempre la Argentina, Cadillac, Martín, Pagella y Aguirre formaban una buena base pensando en el futuro. Tal vez por haber trabajado con los juveniles, Dasso sostuvo que “hay que abrirle paso a los jóvenes, armar una selección nueva y darles competencia internacional”. Más allá de esta apreciación queda claro que ese grupo contaba con calidad como para trascender. Aquel núcleo, junto a Perazzo, conquistaría dos títulos sudamericanos (1976 y 1979) y la frustrada clasificación olímpica de 1980, que no fue otra cosa que el mayor logro del básquetbol criollo desde el mítico Mundial de 1950 hasta ese momento.
Resultados
Ronda clasificatoria (San Juan)
Argentina 89-España 96 (San Juan)
Argentina 111-Filipinas 90 (Caguas)
Argentina 86-USA 109 (Ponce)
Ronda Consuelo
Argentina 121-Rep. Centroafricana 70 (San Juan)
Argentina 100-Australia 102 (Caguas)
Argentina 94-México 96 (San Juan)
Argentina 91-Checoslovaquia 113 (Caguas)
Posiciones finales
1 Unión Soviética (8-1)
2 Yugoslavia (6-1)
3 Estados Unidos (8-1)
4 Cuba (5-4)
5 España (4-5)
6 Brasil (4-5)
7 Puerto Rico (2-5)
8 Canadá (3-6)
9 México (5-2)
10 Checoslovaquia (4-3)
11 ARGENTINA (2-5)
12 Australia (2-5)
13 Filipinas (2-5)
14 República Centroafricana (0-7)
ESPAÑA, 1986
Los siguientes doce años de la selección argentina, los que transcurrieron hasta la posterior presencia mundialista, estuvieron enmarcados en una notable irregularidad. Aquella generación de Raffaelli y compañía, más otros como Perazzo y Prato, continuaron su proyección y empezaron a arrimar algunas conquistas importantes, aunque intercaladas con sonadas frustraciones. Así se volvió a ganar un título sudamericano en 1976 y se repitió como local, en Bahía Blanca, en 1979, pero se falló en los que eran claves como los de 1977 (terceros, pero clasificaban dos, sin contar con Perazzo, Raffaelli y Prato, los tres en Italia) y 1981 (idéntica situación), que dejó a la Argentina afuera de los Mundiales de Filipinas ’78 y Colombia’82. El básquetbol argentino podrá consolarse con que tampoco tuvo a la suerte de su lado. La clasificación olímpica de 1980 ratificaba que esa generación, a la que se habían sumado los valiosos aportes de nuevos jóvenes como Miguel Cortijo, Carlos Romano o Luis González, estaba en su punto de máximo rendimiento. Fue un tercer puesto en el Preolímpico de Puerto Rico, con histórica paliza a un poderoso Brasil incluida, que ilusionaba. Esa Argentina dirigida por Ripullone, pero que contaba con el aporte intelectual del yugoslavo Ranko Zeravica en las sombras, jugó a gran nivel. Cuando parecía que nuestro deporte empezaba a emerger nuevamente, la estúpida decisión de la dictadura militar argentina de sumarse al boicot impuesto por los Estados Unidos a los Juegos Olímpicos de Moscú, le asestó otro golpe demoledor. Aún hoy, cada uno de esos jugadores es incapaz de contener su desconsuelo por aquella frustrada participación olímpica.
A aquel doloroso desencanto le siguió la poco previsible decepción del tercer puesto (con Raúl García como técnico por el imprevisto fallecimiento de Ripullone y sin Cadillac, lesionado) en el Sudamericano de Uruguay en 1981 que nos hizo perder el Mundial del año siguiente. Entonces pareció que regresaban los años negros, ya que la selección tardó un año y 8 meses en volver a juntarse. Una enormidad. El Sudamericano de 1983 (segundos, con Alberto Finguer de entrenador) pasó sin pena ni gloria y en 1984 la realidad nos impactó nuevamente: séptimos entre 9 equipos en el Preolímpico de Brasil. Pero a pesar de este retroceso, el básquetbol argentino empezaba a caminar hacia tiempos mejores, gracias a la implementación de una nueva forma de competencia interna, lo que representa uno de los hechos más importantes de la historia del básquetbol criollo: la Liga Nacional.
Cuando el dirigente Amadeo Cejas se postuló para la presidencia de la CABB, lo hizo apoyando la creación de la Liga, en contra de Miguel Mancini, que se oponía. Para completar su atractiva oferta, Cejas la acompañó con la propuesta al inigualable León Najnudel de hacerse cargo del seleccionado. Sin embargo, poco tiempo después se descubriría que el proyecto renovador de Cejas era puras mentiras.
Argentina concurrió al Sudamericano de 1985 en Colombia con un equipo que empezaba una renovación. Najnudel hizo debutar en el seleccionado a Héctor Campana (20 años), Hernán Montenegro (18) y Sergio Aispurúa (20) y más tarde a Marcelo Milanesio (20), pero además incorporó a los dos jugadores más altos de las historia del básquetbol argentino: Jorge González (2,30 m y 19) y Fernando Borcel (2,18 m y 17). Argentina consigue un módico tercer lugar, el necesario para asegurarse la clasificación al Mundial del año siguiente.
A mitad de los ochenta, España vivía la moda del básquetbol. La medalla de plata en los Juegos de Los Angeles había conmocionado el ambiente y el impacto económico que esto provocó, hicieron que los españoles se animaran a un Mundial de 24 equipos. Un aumento de 10 selecciones se sostuvo con el definitivo ingreso de los derechos de televisión (nacionales e internacionales), lo que a su vez le abrió la puerta a los sponsors.
Antes de que se intuyera la cercanía del Mundial, Najnudel ya no era más el entrenador del seleccionado. Una pelea con Cejas, debido a que el técnico se negaba a parar la Liga (en aquella época dependía de la CABB) para que la selección hiciera unos partidos amistosos, fue el motivo del despido de Najnudel. En su lugar fue designado el puertorriqueño Flor Meléndez, quien dirigía al mismo tiempo a Unión de Santa Fe. En el medio de la temporada liguera, Meléndez no pudo completar el equipo para el único partido de preparación, ante Cuba, porque los clubes no querían ceder a los jugadores. Finalmente el entrenador conformó un plantel con mitad de experimentados, entre ellos Cortijo, en el mejor momento de su carrera, Camisassa, Romano, Luis González, Oroño y Milovich, y el resto jugadores que promediaban apenas 21 años: Campana, Uranga, Maggi, Milanesio, Montenegro y Aispurúa. Para un hombre que fue símbolo del seleccionado durante varios años como Sebastián Uranga, “ese era un equipo con proyección, por la edad de la mayoría. Pero como era habitual en esa época, al no haber continuidad se rompía todos los equipos por los cambios de entrenador. En este caso el aporte de Flor fue fundamental, porque dentro de un equipo sin experiencia internacional, él la tenía, conocía el ambiente”.
Como siempre hubo que salir a buscar el roce internacional con el que no se contaba. Otra vez una larga, agotadora y ríspida gira por cinco países, con 19 partidos en un mes, casi paralela al Mundial de fútbol, ya que solo el primer partido, ante Corea, los jugadores iban a verlo desde sus casas.
Una particularidad acompañaría la primera etapa del viaje: como Flor Meléndez estaba dirigiendo los playoffs de la Liga Superior de Puerto Rico, su lugar lo ocuparía el asistente, Juan Carlos Alonso. La aventura empezó por México, contra el que enfrentaron cinco veces. El primer partido, en el que los locales pegaron hasta el cansancio, terminó con victoria azteca. Después vendrían cuatro triunfos argentinos, en medio de arbitrajes espantosos y peleas permanentes. El segundo juego fue en Puebla, justo donde Argentina empató 1-1 con Italia, y la selección de básquetbol tuvo el privilegio de asistir al estadio y deleitarse con aquel toque sutil de Maradona.
República Dominicana fue la segunda etapa, donde se jugaron seis partidos ante los locales. Los tres primeros, en Santo Domingo (allí vieron el 2-0 ante Bulgaria), fueron derrotas, mientras los segundos tres, en Santiago de los Caballeros, terminaron en victorias. Fue en esta ciudad donde festejaron el gol de Pasculli a los uruguayos. En Dominicana se sumó Meléndez, aunque entre partido y partido, viajaba a Puerto Rico para dirigir a su equipo, en una actitud poco prolija.
La tercera escala la harían en Puerto Rico para jugar la Copa Latina. Derrotas contra Puerto Rico y Panamá y triunfo ante los dominicanos. Para el recuerdo: la genialidad de todos los tiempos de Maradona ante Inglaterra la vieron mientras comían en la casa del entrenador…
De la isla volaron a Europa. En Verona, Italia, los esperaba un cuadrangular de gran nivel y Argentina estuvo a la altura de las circunstancias. Le ganó a la siempre complicada Canadá, perdió por 5 con Australia y le ganó, por 2, a Italia en su propia casa para quedarse con el torneo. El dato negativo fue la lesión de Luis González, que lo marginaría del Mundial, motivando su reemplazo por Borcel. Ni siquiera esta mala noticia haría que el plantel siguiera y festejara la victoria del fútbol ante Bélgica 2-0 y la clasificación para la final desde un bar en Verona, que terminaría con el desalojo de los jugadores por parte de la policía.
De allí a Lyon, Francia, para otro torneo con balance favorable, al ganarle por la mínima a los locales y a pesar de la derrota ante Estados Unidos en la final. Tal vez por la cercanía del campeonato y buscando concentración, el equipo esta vez celebró en tierra francesa con moderación el título del equipo de Bilardo en México. “Es cierto que esa gira fue muy dura, pero esas cosas sirven para fortalecer el grupo. Más allá de todos los viajes y los partidos, se hizo una preparación a conciencia que nos ayudó mucho”, reconoce Uranga. Así, los argentinos llegaron al Mundial de España en crecimiento, tanto en lo deportivo como en lo anímico.
Nuevamente el debut en el torneo resultó decisivo para los argentinos. Se descontaba que Yugoslavia y Canadá eran los más poderosos del grupo D, en Tenerife. Por el tercer lugar, el que completaría el cupo de clasificados a la segunda fase, había que pelear con Holanda y sus torres, ya que Malasia y Nueva Zelanda eran muy limitados. Argentina mantendría mayormente una inicial con Cortijo, Romano y Camisassa en el perímetro y Montenegro (19 años), tomando el lugar de González, y Maggi, en la zona interior.
El partido ante los holandeses, donde ya se destacaba un inexperto Rik Smits, de 19 años y 2,21, quien anotó 25 puntos, resultó durísimo. Argentina lo quebró en suplementario 82-75, con un buen aporte de los suplentes, Campana (13 puntos) y Uranga (16). Canadá dominó sin problemas a los argentinos por 96-82 con 14 puntos y 13 rebotes del rubio Greg Wiltjer, quien así se ganaría un contrato con el Barcelona. Tras la cómoda victoria ante Malasia por 93-73, vino una inapelable caída ante Yugoslavia (68-87), en la que el genial Drazen Petrovic sumó 12 puntos en menos de 15 minutos. El cierre ante Nueva Zelanda, 89-64, fue distendido. El logro no era menor, al pasar a la ronda final, evitando un corte que dejaba eliminados a doce equipos, dentro de un torneo al que concurrieron todas las estrellas.
El arranque de la segunda fase, en Oviedo, se presentaba muy complicado, ya que el rival era Estados Unidos. Si bien era un equipo universitario el potencial su potencial puede medirse en que 11 jugadores de su plantel llegaron a la NBA, entre ellos estrellas como David Robinson y otros jugadores valorados que lograron el anillos como Kenny Smith (Houston), Sean Elliot (San Antonio), Steve Kerr (Chicago y San Antonio) o Brian Shaw (Lakers). Sin embargo, Argentina jugó un partido casi perfecto y dio la gran sorpresa del torneo. Camisassa (21 puntos y 6 rebotes) y Romano (16) desde afuera y Maggi (11 y 6) y Aispurúa (14) adentro, con un Cortijo que manejó el ritmo de manera magistral, fueron los artífices de un triunfo histórico por 74-70. La imagen del Vasco Aispurúa, en primer plano para la televisión, insultando al aro en unos tiros libres sobre el final, quedará entre los recuerdos imborrables de la selección argentina. Para Uranga fue fundamental “el scouting que hizo Flor para plantear un partido muy inteligente. Los controlamos en todo el desarrollo”. El entrerriano no oculta el orgullo de ese triunfo: “Hasta los logros que consiguió la actual selección, esa había sido la mayor victoria argentina. Esa alegría nos quedará de por vida, ninguno de ese plantel la olvidará por la trascendencia que implica ganarle a Estados Unidos y por el placer de sentir que hiciste las cosas bien”. Miguel Cortijo demostró que era uno de los mejores bases del mundo, terminando como mejor pasador del torneo con 4.7 asistencias por juego.
Allí cambió el panorama para la selección, mucho más cuando venció a China con contundencia (97-80), ya que hasta se podía clasificar para semifinales, lo que hubiese sonado a glorioso milagro. Sin embargo, todo se desmoronó rápidamente. Los argentinos dependían de una victoria de Yugoslavia sobre Estados Unidos, pero ese día el diminuto Tyrone Bogues lo enfermó a Drazen Petrovic y los estadounidenses comenzaron su camino al título. Así Argentina entró a enfrentar a Italia con la ilusión, de máxima, de pelear del 5º al 8º lugar. Pero la Italia de los poderosos Pierluigi Marzoratti, Antonello Riva (23 puntos), Renato Villalta y un Walter Magnífico (25 puntos y 11 rebotes), que jugó como su apellido, fueron demasiado para una Argentina que empezó mal, se recuperó y a pesar de mantenerse en juego, nunca pudo igualar el marcador. Fue derrota 78-70 y consuelo por un premio menor: jugar del 9º al 12º lugar.
Grecia, con los mítológicos Nicos Gallis (40 puntos) y Panagiotis Giannakis (27) desbordó a los argentinos por 102-88, mientras que la evitable derrota con Cuba 85-81 los condenó al 12º lugar. Veinte años después Uranga analiza que “la realidad fue que hicimos el pico máximo de rendimiento en la mitad del torneo y sobre el final nos caímos. También influyó lo anímico, porque de poder llegar a semifinales, en un par de horas, al ganar Estados Unidos y nosotros perder con Italia, pasamos a pelear en el fondo”.
El torneo fue ganado por Estados Unidos. Los pibes de Lute Olson jugaron como veteranos en la final para derrotar a una Unión Soviética que asustaba con Sabonis, Homicius, Volkov, Tikhonenko y Kurtinaitis.
En el análisis general el pivote, que disputó tres Campeonatos Mundiales, acepta que “la nuestra era la generación de los peros. ‘Jugamos bien, pero…’, ‘Estuvimos cerca, pero…’.
En ese torneo demostramos que Argentina tenía buenos jugadores, aunque le faltaba algo para poder escalar un poco más. Una de las carencias era que todavía no teníamos una competencia interna más fuerte, porque la Liga recién empezaba”.
Solo el paso del tiempo era lo que necesitaba la sabia Liga Nacional para empezar a gestar los futuros jugadores que llevarían al básquetbol argentino nuevamente a lo más alto del mundo.
Resultados
Ronda clasificatoria (Tenerife)
Argentina 82-Holanda 75
Argentina 82-Canadá 96
Argentina 93-Malasia 73
Argentina 68-Yugoslavia 87
Argentina 89-Nueva Zelanda 64
Ronda final (Oviedo)
Argentina 74-USA 70
Argentina 97-China 80
Argentina 70-Italia 78
Por el 9º al 12º puesto: Argentina 88-Grecia 102 (Madrid)
Por el 11º puesto: Argentina 81-Cuba 85 (Madrid)
Posiciones finales
1 Estados Unidos (9-1)
2 Unión Soviética (9-1)
3 Yugoslavia (8-2)
4 Brasil (6-4)
5 España (8-2)
6 Italia (7-3)
7 Israel (5-5)
8 Canadá (5-5)
9 China (4-6)
10 Grecia (4-6)
11 Cuba (4-6)
12 Argentina (5-5)
13 Francia (3-2)
14 Holanda (2-3)
15 Puerto Rico (2-3)
16 Alemania (2-3)
17 Australia (2-3)
18 Uruguay (2-3)
19 Angola (1-4)
20 Panamá (1-4)
21 Nueva Zelandia (1-4)
22 Corea (0-5)
23 Costa de Marfil (0-5)
24 Malasia (0-5)
Alejandro Pérez
Especial para Básquet Plus
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