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Como cada mes la revista especializada Básquet Plus entrega un capítulo más sobre la historia de la selección argentina en los campeonatos mundiales. En esta oportunidad repasa la segunda oportunidad en la que Argentina fue sede del evento en 1990 y el siguiente, en Canadá 1994, que fue el primer en recibir un Dream Team estadounidense.
LEJOS DEL PRIMER MUNDO
Resulta frustrante y doloroso, pero sobre todo indignante, saber que cuando uno repasa lo acontecido en el Campeonato Mundial de 1990 disputado en nuestro país comprueba que el balance no arroja ningún beneficio para el básquetbol argentino, que debió haber sido el principal beneficiario por albergar esta competencia. Si aquel Mundial de 1950, el primero de la historia, sirvió con el triunfo final para justificar prestigio, para popularizar el básquetbol en nuestro país e instaló ese evento como referencia eterna en el deporte nacional, la segundo oportunidad, 40 años más tarde, pasó rápida y piadosamente al olvido casi sin dejar rastros. Es que ese Mundial no dejó nada. No dejó infraestructura, ya que no se construyeron ni refaccionaron estadios. Tampoco difusión del deporte, porque el torneo fue utilizado, ante todo, políticamente. Y mucho menos beneficios deportivos, luego de una actuación del seleccionado tan mínima como descolorida. Pero de un torneo que fue mal parido no se podía esperar nada productivo.
ARGENTINA, 1990
Durante el Mundial de España, el 3 de julio de 1986, el platense Amadeo Cejas, titular de la CABB, logró que Argentina obtuviera la sede. ¿Cómo hizo un país que se derrumbaba ante una inflación incontrolable para ganarle la pulseada a países poderosos como Canadá o Estados Unidos? Muy fácil: prometiendo lo imposible de cumplir. La mentira duró dos años. Cuando a comienzos de 1988 la FIBA comenzó a exigir avales por 3,3 millones de dólares la situación se le empezó a complicar al enigmático dirigente. Es imposible la organización de un evento de este nivel sin apoyo oficial. Casi en ninguna parte del mundo, mucho menos en un país como el nuestro. El final del invento de Cejas empezó a anticiparse cuando el secretario de deportes de la nación, Osvaldo Otero, aclaró: “No hay respaldo económico del gobierno al torneo”. La tarea oficial se limitaba a gestiones ante la FIBA para postergar la presentación del dinero y para retener la designación de la sede, en medio de versiones internacionales de que Argentina renunciaba a la organización. La dirigencia de la CABB cada vez perdía más fuerza y todo empezaba a depender del gobierno. En mayo de 1988 se funda la Sociedad del Estado CEMBA’90 encargada de la organización. En diciembre Cejas tiene que escapar de la presidencia de la CABB, tarea para la que fue electo el bahiense Rubén Rábano.
Mientras la FIBA monitoreaba la elección de las subsedes, casi ninguna con un estadio adecuado para la magnitud del torneo, en abril de 1989 adoptó una de las medidas más importantes de la historia del básquetbol mundial, al modificar sus estatutos y así permitir la participación de los jugadores de la NBA en sus competencias. La hiperinflación, los saqueos y el cambio de gobierno adelantado resultaban postales aterradoras para el secretario general de la FIBA, Boris Stankovic. Sin embargo, el flamante presidente, Carlos Menem, le envió en julio una carta a la FIBA ratificando el interés por el Mundial. Ante la imagen debilitada de la dirigencia de la CABB, la secretaría de deportes, en cabezada por el pintoresco Fernando Galmarini, se adueñó de la organización del Mundial, imponiendo sus hombres, sus decisiones y sus metodologías.
El aspecto deportivo no estuvo ajeno al cambalache que fue todo el Mundial. Flor Meléndez ya se había ido reclamando una deuda de la CABB. La selección, dirigida por Alberto Finguer, no pasaba un buen momento, mucho más después del octavo lugar, entre diez equipos, en el Premundial de México. Desde arriba se empezó a presionar a la CABB para que cambiara al técnico y así se borró al debilitado Finguer. Proscripto León Najnudel, el mejor entrenador del momento, por el juicio por despido que había iniciado contra la CABB, se eligió, entre una terna compuesta por Carlos Boismené, Walter Garrone y Guillermo Vecchio, al bahiense, quien había hecho dos buenas temporadas con River en la Liga Nacional. Vecchio fue nominado asistente. Sin embargo, nada sería prolijo y tranquilo en todo este proceso. Allí se produjo un bochorno histórico. Mientras Boismené esperaba a Vecchio para dar juntos la primera nota periodística, el asistente se reunía con los dirigentes para serrucharle el piso. Vecchio le duró al bahiense un par de entrenamientos, ya que se lo sacó de encima rápidamente como suele suceder en los matrimonios malavenidos. Su decisión no estaría mal, si no fuera porque desde allí, inaceptablemente, siguió hasta el Mundial sin un asistente técnico. Desde entonces Boismené perdió la línea y empezó a ver fantasmas en todos lados, al punto de rechazar el aporte del serbio Rango Zeravica, acercado con buen criterio por el presidente del CEMBA, el mendocino Jorge Becerra. Zeravica era considerado, aún de viejo, como un gurú en Europa, que al menos podía colaborar con un conocimiento del ámbito internacional del que Boismené, como la amplia mayoría de los técnicos argentinos en aquella época, carecía. Pero Zeravica duró lo que un suspiro.
Las malas decisiones no terminarían allí. Boismené rechazó inicialmente una gira por Estados Unidos para enfrentar a universidades. Sin dudas un error, en una época en la que no sobraba competencia internacional. Cuando llegó el momento de armar la preselección abundaban los problemas: Germán Filloy, Esteban Camisassa y Marcelo Richotti lesionados; Hernán Montenegro envuelto en un conflicto legal-reglamentario por su intención de obtener la nacionalidad italiana, y el más lamentable, la trágica muerte del pivote Carlos Cerutti, el joven con mayor proyección del momento. Richotti lo “apretó” a Boismené y se ganó un lugar en el equipo que viajó a una gira por Europa. Tras las tres derrotas iniciales en un cuadrangular en Bormio, Italia, el técnico decidió cortar a Montenegro, convencido que antes que la jerarquía que podía aportar el pivote (venía de una temporada y media muy buena en el Pavia) prefería llegar al Mundial con el plantel en armonía. Era tal la confusión de Boismené, que tras las derrotas iniciales, lógicas de un equipo que afronta una exigencia superior, declaró que prefería haberse quedado a entrenar en Argentina antes que hacer la gira…
Si bien se podía señalar que el equipo no tenía una línea muy clara de juego, lo que sí estaba claro que en la ofensiva dependía de lo que producía Héctor Campana, quien tras brillar en la gira se lesionó seriamente un tobillo en un amistoso ante Grecia, en Córdoba, a cuatro días del comienzo del Mundial. Eso y un fixture armado por el enemigo, que ubicaba como primeros partidos a la Unión Soviética y Canadá, los dos rivales más fuertes, complicaron el panorama argentino, que tenía como objetivo indispensable pasar a la ronda final.
El debut ante los soviéticos, en la subsede de Córdoba, que armó un estadio desmontable en el predio ferial, no trajo alegrías, como era de esperar. Fue paliza por 20, con un Campana que jugó en inferioridad física y una enorme diferencia rebotera (28-43).
El segundo partido quedará en la historia del básquetbol nacional. A punto de consumarse el mayor fracaso de siempre, cuando a poco menos de 4 minutos Argentina perdía 72-85 ante Canadá, llegó una reacción demoledora de 24-3 que le dio la victoria a los locales. ¿Arbitros arreglados? ¿Privilegios de local? ¿Errores y apatía de los canadienses? Pudo haber algo o nada de cada cosa. Lo que existió fue una gran actitud de Campana, Milanesio y Uranga, entre otros, para revertir una situación adversa, dar un gran paso hacia la segunda ronda y evitar que el Mundial se terminara anticipadamente para los argentinos. La clasificación se concretó ante Egipto. Ante el rival más débil Argentina jugó mal, presagiando lo que vendría después.
En la ronda final tuvo como escenario el mítico Luna Park de Buenos Aires y la ilusión de ver a Argentina peleando de igual a igual contra los mejores solo tuvo argumentos en el primer partido, ante Estados Unidos y con un estadio casi colmado. Se estuvo cerca de dar el golpe, con una actuación fantástica de Campana (33 puntos, que tiempo después le valiera una prueba en la NBA con New Jersey Nets) y un sólido trabajo de grupo, pero entre Kenny Anderson y Alonzo Mourning se encargaron de diluir el sueño. Como si el equipo sintiera el golpe de esa derrota, nunca más se recuperó y lo único que hizo fue bajar, partido a partido su rendimiento, hilvanando caídas ante Puerto Rico, Grecia y dos ante Australia que lo ubicaron, desdibujado, en el octavo lugar.
El Mundial de 1990 pasará a la historia, es muy factible, por dos motivos: su floja organización y por ser el último título de la Yugoslavia unida, aquella que brindó pasajes de un juego extraordinario, lleno de talento, carácter y eficacia y que apabulló en la final a la URSS. Ver a ese equipo sensacional e irrepetible (al año siguiente el equipo se dividiría por cuestiones políticas), liderado por el genial Drazen Petrovic, en el que desparramaba talento Tony Kukoc (MVP) y en el que se destacaban también Divac, Paspalj, Zdovc, Savic, Perasovic, Komazec fue lo único que justificó haber tenido el Mundial en casa.
Los soviéticos, subcampeones, cumplieron, aún sin los lituanos, que renunciaron a jugar anunciando los problemas políticos que se avecinaban y a Estados Unidos, tercero, le sirvió para confirmar que el básquetbol internacional había crecido tanto que ya no le alcanzaba con sus universitarios para ganar.
El balance de Boismené fue el siguiente: “Pienso que no estábamos preparados para un Mundial. Ni yo para dirigir, ni los jugadores para jugar, ni los dirigentes para organizar, ni los periodistas para criticar. Esto nos sobrepasó”. Aún con diferentes grados de “culpabilidad”, esto fue cierto. La de los periodistas pudo haber sido no gritar más fuerte todos los disparates que se cometieron en este torneo.
Resultados
Ronda clasificatoria (Córdoba)
Argentina 97 - URSS 77
Argentina 96 - Canadá 88
Argentina 82 - Egipto 76
Ronda final (Buenos Aires)
Argentina 100 - EE.UU. 104
Argentina 76 - Puerto Rico 92
Argentina 91 - Australia 95
Por el 5º al 8º puesto
Argentina 78 - Grecia 81
Por el 7º puesto
Argentina 84 - Australia 98
Posiciones finales
1 - Yugoslavia (7-1)
2 – URSS (6-2)
3 - EEUU (6-2)
4 - Puerto Rico (6-2)
5 - Brasil (4-4)
6 - Grecia (4-4)
7 - Australia (4-4)
8 - Argentina (2-6)
9 - Italia (7-1)
10 - España (5-3)
11 - Venezuela (4-4)
12 - Canadá (3-5)
13 - Angola (3-5)
14 - China (2-6)
15 – Corea del Sur (1-7)
16 - Egipto (0-8)
CANADA, 1994
Como siempre sucede en básquetbol, un Mundial sirve para ubicar a cada país en el lugar que su realidad se merece. En 1990 se comprobó que estábamos lejos de las potencias, pero sobre todo, que escalar hacia allí sería más difícil de lo sospechado. El panorama mundial había mutado y se transformó más complejo. El grupo de los poderosos creció con los desmembramientos de la URSS y Yugoslavia. Ahora estaba Rusia, pero también Lituania, y si bien los yugoslavos estaban apartados de las competencias internacionales por una sanción de las Naciones Unidas por su guerra civil, su lugar de protagonista la había ocupado Croacia, aunque sin Petrovic, fallecido en 1993. Además, países no tradicionales habían irrumpido en el mapa basquetbolístico con buenos resultados como Grecia, Australia o Alemania. Sin embargo, el hecho más revolucionario fue la decisión de la NBA, encuadrada en el marco de la política de expansión internacional impuesta por el comisionado David Stern y sustentada en un acuerdo de beneficio mutuo con la FIBA, de armar el seleccionado de Estados Unidos con sus jugadores, creando el llamado Dream Team. Para su debut, en 1992, se armó el más maravilloso equipo que existirá jamás, con Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird. A partir de esta decisión hubo que esperar una década para derrocar el imperialismo de Estados Unidos en el básquetbol.
El Mundial de 1994 ratificó que los evidentes pasos hacia delante que daba el básquetbol argentino, sustentado en una Liga Nacional que ya empezaba a dar frutos de calidad, resultarían insuficientes ante el mayor avance de otros países.
La FIBA había asignado en el Congreso de Argentina, cuatro años antes, a Yugoslavia como sede del Mundial. Sin embargo, los problemas políticos que sumían a la zona de los Balcanes en una guerra cruel y devastadora obligaron a un cambio en 1992. Allí apareció Canadá, apoyado por los intereses del Dream Team, como nuevo organizador. Toronto no fue la sede casual, ya que allí se cocinaba para el año siguiente, la entrada de un equipo local al circo de la NBA.
Decíamos que Argentina crecía y es cierto. A fin de 1992 asumió la presidencia de la CABB Horacio Muratore y en una decisión histórica se ofreció (y respetó) el cargo de entrenador de la selección por un período de cuatro años. El elegido fue Guillermo Vecchio, que venía logrando buenos resultados con las selecciones menores. Vecchio, fiel a su estilo verborrágico, no siempre bien fundamentado, asumió prometiendo podios y medallas en mundiales y Juegos Olímpicos. Un arriesgado, teniendo en cuenta el panorama exterior.
Arrancó cumpliendo, porque Argentina logró la clasificación mundialista con una gran actuación en el Premundial de 1993 en Puerto Rico. Para Toronto armó un plantel con lo mejor que había en el medio local, a excepción del polémico Montenegro, quien renunció disconforme con la organización del seleccionado, más Marcelo Nicola, que ya estaba en el Tau español. Aquel equipo empezaba a acercarse, al menos físicamente, a los poderosos: algunos pivotes de más de 2,04 (Wolkowyski, Ossela, Tourn) y aleros altos (Nicola,
de 2,07, y Esteban Pérez). Además, en una de las medidas más acertadas de su polémica gestión, Vecchio llevó al Mundial como sparring para entrenar a un pibe de 19 años que prometía: Fabricio Oberto. En el plantel convivían dos anotadores que necesitaban el balón como Juan Espil y Campana. Aunque la principal carta ofensiva era el primero, el técnico le respetaba la trayectoria a Pichi y hasta los hacía jugar juntos, con el cordobés llevando la base o como alero, lo que terminó dejando disconformes a todos.
Otro acierto fueron los partidos de preparación, ya que disputó 8 en Argentina y 11 en Europa, incluida la Copa Acrópolis en Grecia y los Juegos de las Buena Voluntad en Rusia.
En estos últimos partidos (récord de 3-8, con victorias ante Brasil, China y Croacia B) se comprobó lo difícil que sería pasar a la segunda ronda del Mundial y en el grupo se escapaban quejas contra el técnico por el indefinido sistema de juego. Mucho más cuando Vecchio demostró su equivocada planificación de objetivos: decía que el rival a vencer en el grupo era Rusia, descontando el triunfo ante Angola y descartando una derrota ante el local, Canadá. Argentinos y rusos se enfrentaron 5 veces en la preparación y con dos triunfos para los nuestros. Sin embargo, en todos los juegos quedó la sensación de que Rusia regulaba.
A la hora de la verdad los rusos jugaron como sabían y fue paliza por 20 puntos. Ante Canadá no fue mucho más liviano y se perdió por 19 y chau ilusión de pasar a la ronda final, más allá de la victoria final ante Angola. Aún cuando quedó reflejado que todavía no había nivel para pelear contra los mejores, en la ronda consuelo se salvó la imagen al quedar en el 9º puesto final con meritorios triunfos ante España y Alemania. Esto le sirvió al incorregible Vecchio para justificar que terminamos con mejor récord que Grecia, Puerto Rico, Canadá y China. Lo que se olvidó de aclarar fue que ellos jugaron la ronda final ante el Dream Team, Rusia y Croacia, mientras Argentina enfrentó duros rivales como Egipto y Corea del Sur.
En lo individual quedó la notable jerarquía de Nicola, máximo anotador del equipo, la demostración de que Espil tenía nivel internacional y la confirmación de Milanesio (líder en asistencias del torneo con 6,8 de promedio) como uno de los mejores bases de la FIBA.
El torneo, como se asumía en aquella época, estaba limitado a la lucha por el segundo lugar, debido al dominio de los NBA, que en la final arrasaron a Rusia, aunque ese Dream Team quedará en la historia no por Shaquille ONeal (MVP), Reggie Miller o Dominique Wilkins y su juego espectacular, si no por la soberbia de la mayoría de sus integrantes.
Así la selección pasó por otro Mundial. En esta oportunidad se avanzó, sin dudas, más allá de ese insignificante noveno puesto. Fueron los primeros pasos hacia la cima. Y se sabe que hasta las más grandes travesías siempre comienzan con un simple paso inicial.
Resultados
Ronda clasificatoria
Argentina 64-Rusia 84 (Toronto)
Argentina 73-Canadá 91 (Toronto)
Argentina 67-Angola 59 (Hamilton)
Ronda Consuelo
Argentina 82 - Egipto 76 (Hamilton)
Argentina 105-Corea del Sur 83 (Toronto)
Argentina 70-España 72 (Toronto)
Por el 9º al 12º puesto
Argentina 85-Alemania 71 (Hamilton)
Por el 9º puesto
Argentina 74-España 65 (Hamilton)
Posiciones finales
1 – EEUU (8-0)
2 – Rusia (5-2)
3 – Croacia (7-1)
4 – Grecia (4-4)
5 – Australia (5-3)
6 – Puerto Rico (3-5)
7 – Canadá (4-4)
8 – China (2-6)
9 – Argentina (5-3)
10 – España (5-3)
11 – Brasil (2-6)
12 – Alemania (5-3)
13 – Corea del Sur (3-5)
14 – Egipto (1-7)
15 – Cuba (3-5)
16 – Angola (1-7)
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