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la historia Argentina en los mundiales (ii)

Domingo, 21 de Mayo de 2006 / Publicado en
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Continuamos reproduciendo la serie de notas que publica la revista especializada Basquet Plus sobre la historia de las participaciones de la selección argentina en los Campeonatos Mundiales. Aquí se repasan los torneos de 1963, en Brasil, y de 1967, en Uruguay.
LA TRANSICION HACIA UNA NUEVA ERA

Poca concordancia existía entre la imagen que de afuera se tenía del básquetbol argentino todavía a comienzos de la década del sesenta con la realidad que se sufría de puertas adentro. Como si la estela de aquellos magníficos campeones mundiales del 50 aún le otorgara un crédito abierto a cualquier equipo que vistiera la celesta y blanca, pero que se despilfarraba indolentemente a pura desorganización, desidia y falta de ambición. El Mundial de Brasil, en 1963, estuvo en sintonía con esa triste etapa internacional de nuestro deporte.

RIO DE JANEIRO, BRASIL, 1963

El nuevo Mundial ofrecía otra oportunidad para testear el lugar en el que se encontraba Argentina. La perversa sanción a los campeones mundiales de 1950 y a los universitarios de 1953, ya lo dijimos, dejó un vacío imposible de ocupar con rapidez y similar calidad. Eso hizo que se apresurara el desembarco de jugadores jóvenes al seleccionado sin que eso resultara beneficioso. “Nosotros nos encontramos en la selección mayor a los 18 ó 19 años, pero sin el apoyo de los veteranos para que nos pudieran guiar. Entonces hacíamos lo que queríamos y eso no fue bueno…”, solía recordar con algo de pena el inolvidable Ricardo Alix de aquellos tiempos.

La cuarta edición del Mundial volvió a dejarse influir por cuestiones políticas que reincidieron en conflictos. La elección de la sede había recaído sobre Manila, en Filipinas, para diciembre de 1962, ya que la FIBA pretendía retomar los períodos cuatrianuales iniciados en 1950 y que había sufrido su primera alteración en Chile’59. Sin embargo, tres meses antes del Mundial salta el primer problema cuando la Unión Soviética y Bulgaria manifiestan, como en el Mundial anterior, que desconocían a Formosa (hoy Taiwan) y no pensaban enfrentarla. Al mismo tiempo el Gobierno de Filipinas anunció que no concedería las visas a las selecciones de la órbita comunista (soviéticos, búlgaros y yugoslavos), las que tenían una fuerte presencia en la Federación Internacional. En una reunión de urgencia la FIBA, que veía espantada cómo los problemas políticos dañaban su imagen, decidió quitarle la sede a los filipinos. El excelente nivel de su selección, campeona mundial en 1959, la buena respuesta de público en el Mundial de 1954 y, porqué no, la nacionalidad brasileña del presidente de la FIBA, Antonio Dos Reis Caneiro, influyeron para otorgarle la organización, con apenas seis meses para el inicio del torneo, a Brasil.

¿Cómo encontró el Mundial de 1963 al seleccionado argentino? Mal, como no podía ser de otra manera. En 1962 un grupo había entrenado casi un mes en Santiago del Estero con Francisco Barrientos, pero la postergación del torneo disolvió esa preselección. Los antecedentes inmediatos tampoco invitaban a ilusionarse, ya que en el Sudamericano de 1961, en Río de Janeiro, se terminó tercero y en el de 1963, durante febrero en Perú, se decepcionó con un flojo cuarto puesto. Para completar el panorama desalentador, no se había participado en los Juegos Panamericanos de San Pablo, también en 1963, que hubiesen servido para darle algo de la competencia internacional, previa el Mundial, de la que carecía el seleccionado.

Cuando el torneo pasó a Brasil la dirección técnica también cambió, recayendo en Alberto Andrizzi, campeón con Córdoba en el último Argentino, por aquel mamarracho reglamentario. Los problemas empezaron ni bien se buscó conformar el equipo. Nombres que en los torneos anteriores habían rendido en buen nivel como los bases Ricardo Crespi y Hugo Olariaga, los escoltas Marcelo Farías o Norberto Batillana o el pivote Miguel Ballícora no pudieron concurrir por problemas de trabajo, estudios o familiares. Algo diferentes eran los casos de los difíciles Alix o el pivote Guillermo Riofrío (había jugado en Italia en 1965-66), siempre envueltos en ausencias poco claras.

Para comprender mejor esto de las ausencias hay que ubicarse en una época en la que la mayoría de los jugadores eran amateurs, alternando el deporte con el trabajo y el estudio. En ese período volvía en encenderse la discusión sobre si los deportistas debían cobrar o no y el “marronismo” (cobrar algún dinero en negro) empezaba a tomar fuerza. Lo explica bien el valorado Samuel Oliva: “Para poder jugar en la selección tenías que conseguir el permiso en el trabajo y era con descuento en el sueldo por los días faltados. Muchas veces te ibas sin saber si cuando volvías te mantenían el puesto. A lo máximo que podías aspirar era que la Confederación Argentina te pagara los días que te descontaban. El equipo no siempre se armaba con los mejores jugadores, si no con los que podían ir”.

Aún en este marco, Andrizzi logró conformar un plantel con “lo mejor que quedaba en el ámbito local”, según quiso convencerse el propio entrenador. Del fracaso del Mundial anterior apenas sobrevivió Antonio Tozzi y se conformó un plantel extremadamente joven, el de menor promedio de edad de la historia, con 22,8 años de promedio. Por otro lado, Argentina por primera vez se presentó a un Mundial con un jugador de más de dos metros, Zoilo Domínguez (2,04). Si armar el equipo fue dificultoso, la preparación no fue mucho más placentera. El grupo, que se iba conformando a medida que conseguían sus permisos laborales, concentró durante 10 días en Villa Allende, Córdoba. Sin embargo, en realidad pudo entrenar ocho días, porque al hacerlo en cancha descubierta, se perdieron dos días por lluvia…

En cuanto a los amistosos, se jugaron algunos partidos ante equipos de Córdoba y Santa Fe, que además sirvieron para recaudar dinero que cubriría los gastos de preparación. En esa época se comenzaba a reclamar por un asistente (en Córdoba había cumplido la tarea el recordado Negro Jorge Martínez) y Andrizzi lo justificaba con algo tan sencillo como obvio: “Cuando estemos en el Mundial, ¿si yo tengo un entrenamiento, quién va a ver jugar a nuestro próximo rival?”. La delegación la integraron los 12 jugadores, el entrenador, un utilero y dos dirigentes. De médico, ni hablar…

En Brasil al equipo argentino no lo esperaba un grupo accesible. Todo lo contrario. Enfrentar a rivales como Estados Unidos, Italia y México con la pobre preparación que se llevaba no conducía a otra parte que una nueva frustración. El debut en el grupo de San Pablo, con el estadio Ibirapuera como escenario, fue ante Italia y resultó el primer golpe contundente, ya que la derrota fue por 18 puntos. Un equipo casi amateur como el argentino ante otro profesional como el italiano, cuya competencia interna había comenzado a crecer tras la II Guerra Mundial.

Allí se escurrieron casi todas las posibilidades de clasificar a la ronda final, ya que la segunda jornada oponía a Estados Unidos, con un equipo universitario del cual cuatro jugadores llegarían a la NBA, entre ellos el mítico pivote Willis Reed (Salón de la Fama) y Don Kojis (12 temporadas hasta 1975). Fue paliza por 30. La debacle no se pudo contener y se cerró la fase inicial con una ajustada, pero repetida caída ante México, que contó con Manuel Raga y Carlos Quintanar, figuras emblemáticas del básquetbol azteca, que años después fueron seleccionados en el draft de la NBA. Ante los mexicanos no alcanzaron los 35 puntos de Alberto De Simone, que todavía marcan el récord de puntos argentinos en un partido de Mundial.

El análisis del legendario santiagueño Gustavo Chazarreta es contudente, cuando repasa que “fue un choque contra la realidad. Ante Estados Unidos nos costó pasar la mitad de la cancha, nos hizo una presión que nos mató. En los italianos se notaba que eran profesionales, porque tenían gran capacidad física y estaban acostumbrados a competencias internacionales.
Contra México perdimos un partido increíble, porque éramos un equipo con demasiada juventud y mal preparado”.

¿Por dónde pasaban las diferencias que notaban los jugadores argentinos? Samuel Oliva lo explica con claridad: “Por la forma de juego, ya que ellos manejaban más recursos tácticos, la condición física, de altura y fuerza, y la experiencia internacional. En técnica individual estábamos bien, pero no teníamos conocimientos estratégicos. El básquetbol nosotros lo aprendimos mirando, no por enseñanza”.

El doctor Chazarreta profundiza esta idea: “El primero que comenzó con las tácticas fue Casimiro González Trilla, pero eran movimientos simples de cortes entre los bases y los aleros. Cuando en ese nivel sufrimos defensas más agresivas, no sabíamos cómo resolverlas, cómo hacer para sacarnos los marcadores de encima. En esa época todavía los entrenadores argentinos no manejaban la estrategia como ahora, que hay jugadas para todas las situaciones”.

La ronda consuelo disputada en Petrópolis, que extrañamente puso en juego una copa, fue ganada por Argentina con victorias sobre Japón, Uruguay, México y derrota ante Canadá. “El equipo no funcionó en ningún momento. Estuvimos lejos de las potencias. La ronda consuelo la ganamos porque los rivales eran muy flojos. Uruguay en ese momento estaba flojo y Brasil nos llevaba mucha ventaja”, dice descarnadamente Zoilo Domínguez.

Más allá del innegable fracaso, la actuación argentina no pasó desapercibida. Al menos para algunos extranjeros. Los dos pivotes, De Simone y Domínguez, recibieron ofertas del Cantú de Italia. El primero la aceptó y desde 1964 cumplió una campaña de 11 temporadas en la Lega. Domínguez prefirió otra del St. Joseph College (luego Universidad de Albuquerque, de la División II de la NCAA). Se marchó tras el Mundial, se recibió de profesor de educación física y todavía reside allí. Lo inexplicable es que ninguno de los dos retornó a jugar para la selección…

El cuarto Mundial volvió a coronar a un maravilloso Brasil, que esta vez no necesitó de cuestiones reglamentarias para imponer una neta superioridad, liderada por los admirables Amaury (MVP) y Wlamir, dentro de un equipo cuyo pivote era un argentino. Se trataba del tucumano Antonio Sucar, de 2,02 de altura. A su vez, Yugoslavia y la Unión Soviética ratificaron que ya estaban entre las potencias mundiales.

Pero regresemos a la selección argentina para tener una noción más amplia de lo que sentían los jugadores de la realidad de nuestro básquetbol. Samuel Oliva plantea que “alrededor del equipo siempre se decía que íbamos a aprender. Pero después cada uno se iba a su casa, a su trabajo, a su club, volvía a su torneo local, en el que la exigencia era mucho menor, y todo se olvidaba. Nos conformábamos con lo que hacíamos en nuestro torneo. Entonces cuando había otra competencia internacional, nos juntábamos unos días antes, nos preparábamos como podíamos y otra vez íbamos a aprender. La organización del seleccionado era rudimentaria, no había un proyecto de parte de la Confederación. Se iba a los torneos a cumplir, no a competir”.

Con el hablar pausado que lo caracteriza Gustavo Chazarreta apunta hacia una cuestión estratégica. “En un Mundial se juega otro básquetbol, mucho más intenso. Jugadores como Samuel (Oliva) o yo acá podíamos jugar hasta debajo del cesto, pero en un Mundial teníamos que jugar de aleros. Estábamos acostumbrados a los torneos locales, donde jugábamos en buenos equipos, pero la oposición era débil. Se sintió la falta de una competencia interna fuerte, porque el Campeonato Argentino era aislado e insuficiente”. 

En los pasillos del Ibirapuera andaban dos entrenadores argentinos, íntimos amigos entre sí, que se habían acreditado en el torneo como periodistas por el diario Noticias Gráficas. Eran Armando Grynberg y León Najnudel. Movilizados por la pasión por el básquetbol y la curiosidad por aprender de los mejores no tuvieron reparos en hacer el viaje a San Pablo en micro. Después de ver la actuación argentina dos cosas les quedaron en claro: que el jugador argentino tenía condiciones naturales y que nuestro básquetbol estaba atrasado. En la inquieta mente de un Najnudel de apenas 21 años, comenzó a gestarse el convencimiento de que no habría progresos sin cambios. Y la primera modificación debía apuntar a la competencia interna.

Resultados
Ronda Preliminar
Argentina 73 – Italia 91
Argentina 51 – Estados Unidos 81
Argentina 82 – México 84

Segunda ronda
Argentina 88 – México 86
Argentina 103 – Japón 85
Argentina 77 – Canadá 82
Argentina 97 – Uruguay 83
Argentina 84 – Perú 78 (ts)

POSICIONES FINALES
1 – Brasil (6-0)
2 – Yugoslavia (8-1)
3 – Unión Soviética (7-2)
4 – Estados Unidos (6-3)
5 – Francia (4-5)
6 – Puerto Rico (3-6)
7 – Italia (2-7)
8 – Argentina (4-4)
9 – México (4-4)
10 – Uruguay (4-4)
11 – Canadá (3-5)
12 – Perú (2-6)
13 – Japón (1-7)

MONTEVIDEO, URUGUAY, 1967

Está escrito en el número anterior de Básquet Plus que recorrer la historia del seleccionado argentino provoca varias y disímiles sensaciones. A esta etapa que estamos recorriendo le corresponden las que generan la desorganización, la desidia, la falta de interés y la decadencia que abarcó al equipo nacional por la década de los sesenta.

Si fuese cierto aquello que se pregonaba, sobre que era una etapa en la que Argentina concurría a los torneos a aprender, poco se hacía para que esas palabras tuvieran un mínimo de credibilidad. Si se tomaban las grandes competencias como un aprendizaje, lo lógico hubiese sido que luego se ensayara sobre esos nuevos conocimientos. Pero lo real fue que tras el Mundial de Brasil, en mayo de 1963, el seleccionado tardó 2 años y 8 meses en volver a juntarse. Pasaron 1964 y 1965 sin actividad para el seleccionado, que se reunión recién en febrero de 1966. ¿Qué se hizo con esas enseñanzas durante ese tiempo? Nada. Por el contrario, como bien sabían los jugadores, cuando otro torneo exigiera la presencia argentina, allí se convocaría un nuevo entrenador, se armaría sobre la marcha un nuevo grupo y se buscaría una nueva experiencia de aprendizaje. El resultado sería que si se avanzaba un poco, las potencias lo hacían mucho más, con lo que se aumentaba inexorablemente la brecha que nos separaba de ellas.

Ese 1966 resultó, paradójicamente, de bastante actividad. Comenzó en febrero con el Torneo Confraternidad Americana en Cosquín. El entrenador designado fue Miguel Angel Ripullone, que se destacaba en Gimnasia y Esgrima la Plata. Su medida más importante fue la convocatoria de un hombre que marcaría para siempre la historia del básquetbol argentino: Ernesto “Finito” Gehrmann. Ese torneo, en el que Argentina logró el segundo puesto, por delante de Brasil y Uruguay (el campeón fue EE.UU.), que también concurrieron con jugadores sin experiencia, sirvió como preparación para el Mundial Extra de Chile. Allí Argentina presentó un plantel con mucha gente joven, entre los que sobresalió por sus virtudes Alberto Cabrera, otro hombre que luego se convertiría en leyenda. Los argentinos llegaron, como casi siempre, mal preparados y se terminaron de conocer sobre el viaje a Chile. El torneo, del que participaron las potencias con sus mejores valores, los maltrató hasta llevarlos al último lugar, entre 13 equipos, con récord de 2 triunfos y 6 derrotas.

Pero por esas cosas típicas del básquetbol argentino, en diciembre de 1966 se disputaría en Mendoza el Campeonato Sudamericano y para esa ocasión se realizó una buena preparación. Algunas cosas se mantuvieron, como el cambio de entrenador, cargo que recayó en Alberto López, técnico de River Plate y uno de los campeones del 50. La prolongada concentración incluyó hasta dos preparadores físicos, médico y kinesiólogo. Argentina presentó el plantel con mayor promedio de altura que se pudo construir hasta ese momento.

Además de Gehrmann, los hermanos Sandor, Tomás, de 2,03, y Miguel, de 2,05, los que junto a Miguel Ballícora (1,98), Dante Massolini (1,95) y Samuel Oliva (1,94) conformaban un equipo que impactaba en lo físico. Además se logró convencer a Ricardo Alix para integrar el equipo. Con jugadores de calidad y un entrenamiento adecuado el resultado fue ideal, ya que se logró el título que se negaba desde hacía 23 años con una valiosa victoria sobre Brasil incluida. Aquel equipo campeón fue identificado como “Los Cóndores”.

A todo esto, Uruguay debió haber organizado en ese mismo año el Campeonato Mundial, cuya sede había logrado en 1963 al ganarle la pulseada a Checoslovaquia. La FIBA insistía en volver a los eventos mundialistas cada cuatro años, tomando el inicio de 1950. Sin embargo, las autoridades uruguayas pidieron la postergación para 1967 argumentando que en el 66 se realizarían elecciones presidenciales y el convulsionado ambiente político y social que se vivía en ese país (nada diferente a otras naciones latinoamericanas) desaconsejaba la superposición de fechas. Finalmente la FIBA aceptó el pedido de aplazamiento del torneo, que fue fijado para el mes de mayo.

De esta manera el Campeonato Mundial, ya en su quinta edición, seguía disputándose en Sudamérica. Ahora era el turno de Uruguay, como antes lo había sido de Argentina, Brasil, en dos oportunidades, y Chile. En algún momento se especuló con la posibilidad de montar la organización del torneo conjuntamente entre Uruguay y Argentina, señalándose a la ciudad de Bahía Blanca como alternativa para el grupo clasificatorio en el que participaría nuestra selección. Sin embargo, los rumores de la dictadura militar encabezada por el general Juan Carlos Onganía sobre que no daría las visas a la delegación de la Unión Soviética, descartaron esa variante. Igualmente se estipuló que la ronda consuelo del Mundial se realizaría en la ciudad de Córdoba, Argentina.

Si alguien piensa que el título sudamericano en Mendoza del año anterior y el buen trabajo de preparación realizado provocarían decisiones apuntando a la continuidad, se equivoca. El nuevo año trajo un nuevo entrenador, aunque en realidad fue el regreso de Ripullone, quien había llevado a Buenos Aires a ser campeón del Argentino. Con el ancló en el seleccionado el trío que hizo famosa a Bahía Blanca durante muchos años: Cabrera, Fruet y De Lizaso. Del campeón sudamericano repitieron cinco jugadores: Gehrmann, Sandor, Samuel Oliva, Mariani y Masolini y al menos tres jugadores, el propio Oliva, Fruet y Barreneche, tenían experiencia mundialista, algo poco habitual en la selección.

Al margen de la selección quedaron los jugadores que actuaban en Europa, como Carlos Ferello, de Pesaro, Alberto De Simone y Carlos D’Aquila, ambos del Cantú (estos dos serían campeones de Italia en el torneo 67-68), y Guillermo Riofrío, que en la temporada anterior había jugado también en Cantú.

El equipo concentró en Bahía Blanca y se realizó una buena preparación. Argentina integró un grupo clasificatorio accesible junto a Japón, Perú y la Unión Soviética. Los partidos que se disputaron en el Palacio Peñarol, estadio inaugurado para el básquetbol en 1955 con un partido entre Uruguay y Argentina.
“Jugar un Mundial no era lo que es hoy. Sin embargo, para nosotros integrar la selección era lo máximo, un orgullo personal inmenso, ya que no había beneficio económico. Estar en la ceremonia de apertura, con las banderas y entre todas las delegaciones era algo increíble. Nos habíamos ilusionado con jugar en Bahía Blanca, porque el aliento del público nos daría otra fuerza. Al tener que ir a Montevideo bajamos las expectativas”, señala Néstor Delguy.

El debut fue ante Japón, al que se le ganó sin sobrar nada (69-63). Ante los diminutos nipones las torres argentinas (Gehrmann-Sandor) marcaron diferencias, sumando 26 puntos y 19 rebotes. El segundo partido fue ante Perú y también terminó con triunfo argentino por 8 puntos y otra vez se destacaron los pivotes, acumulando 37 puntos y 18 rebotes. Esta victoria tuvo su valor, ya que además de dar el pasaje a la ronda final, los peruanos habían vencido a los argentinos en los dos últimos Sudamericanos (63 y 66). El tercero no fue un partido, sino una masacre. Los soviéticos expusieron su enorme superioridad y ganaron por 39 puntos.

Igualmente el objetivo inicial estaba cumplido, pasando a la ronda final para enfrentar a las grandes potencias. Allí se comprobaría cuál era la realidad del básquetbol internacional.

La ronda final, con los dos primeros de cada grupo (URSS, Argentina, EE.UU., Yugoslavia, Brasil y Polonia) más el local Uruguay, que accedía directo a esa fase, se disputó en el estadio El Cilindro, con capacidad para más de 10.000 personas. Este escenario quedó fijado en la historia de los mundiales por el frío impiadoso que les hizo soportar a los jugadores, los que se tapaban con frazadas cuando estaban en el banco. En Europa aún se recuerda al popular estadio uruguayo como “La Refrigeradora”. Lo destacable fue que a pesar de las condiciones climáticas el público acompañó en buena cantidad durante cada jornada.

El arranque fue ante Estados Unidos y los argentinos hicieron el mejor papel del torneo, a pesar de la derrota. Los estadounidenses, con 9 jugadores que luego llegaron a la NBA o la ABA, recién quebraron a los argentinos en la segunda parte para terminar ganando por 10 puntos, mientras que los 18 puntos de Gehrmann le valieron entrar al misionero en la consideración internacional y empezar a recibir ofertas del exterior. Así rechazó la posibilidad de recalar en el Estudiantes de Madrid, aunque luego aceptaría emigrar al popular Palmeiras de Brasil.

El dato negativo para Argentina en el choque contra Estados Unidos fue la lesión de Sandor (esguince de tobillo). Al no tener médico la delegación argentina fue el médico del seleccionado ruso el que se encargó de atender y recuperar al importante pivote, quien se perdió tres partidos, pero pudo reaparecer para los dos finales.

Después llegaría la victoria ante un Uruguay en declive que le imploró al genial Oscar Moglia, de 32 años, para que regresara a la selección. La Unión Soviética, donde sobresalían Paulauskas, Polidova y Volnov y recién aparecía Sergei Belov, quien brillaría en el ámbito internacional durante más de 15 años, volvió a darle otra paliza, esta vez por 35 puntos.

Yugoslavia, para no ser menos, le ganó por 24. En los balcánicos sobresalían Korac (se mataría en un accidente de auto poco después), Daneu, Skansi y un joven Kresemir Cosic, que luego dominaría los tableros de Europa. Yugoslavia empezaba a construir el equipo que sería campeón mundial en la siguiente edición. El torneo de Uruguay se cerró con otras caídas ante Brasil y Polonia por marcadores mucho más dignos.

Carlos Mariani rememora lo que fue encontrarse con las grandes potencias. “Se sabía que los yugoslavos y soviéticos eran los mejores del momento y junto a los norteamericanos eran las potencias, pero la real medida la tuvimos cuando los enfrentamos. Es que al no tener competencia internacional previa, a los rivales los conocíamos en la cancha. La diferencia física era evidente, pero además estaban adelantados en las tácticas. Ellos manejaban bien la presión defensiva, el uso de las cortinas y el trabajo en parejas, cosas que acá recién empezaban a llegar”.

Para las comparaciones físicas, bien vale una anécdota de Angel Luis Casarín, el pivote de Boca: “En Argentina yo era un jugador alto con mi 1,98, pero cuando nos alojamos en el hotel en Montevideo con el resto de las delegaciones me llevé una gran sorpresa al cruzarme con los soviéticos y yugoslavos, que me sacaban varios centímetros y tenían mucho más cuerpo que yo. Y además jugaban bien…”.

Según Delguy, “la aparición de Finito Gehrmann fue fundamental. Gracias a él podíamos competir contra cualquiera, porque nos daba presencia bajo los tableros. Sin tener una gran físico, era inteligente para aprovechar sus centímetros, tanto para meter puntos como para rebotear”.

Tras ese torneo, que significó el primer título para la Unión Soviética, se abrió una gran discusión en el básquetbol argentino sobre la importancia de los jugadores altos. Como siempre, la falta de proyectos con objetivos claros y programas de trabajo hacía que todo se resumiera a intentos individuales y espasmódicos que aportaban empeño, aunque no siempre buenos resultados. Así, para los Juegos Panamericanos de Winnipeg, dos meses después del Mundial, el entrenador Casimiro González Trilla (sí, dos meses después un nuevo entrenador…) convocó un plantel de enorme talla física para la época, con 5 pivotes y apenas dos guardias.

En una época en la que faltaban hombres altos, el seleccionado nacional perdió tres hombres claves como De Simone, a pesar de triunfar en Italia jamás volvió al seleccionado, y Zoilo Domínguez, quien radicado en Estados Unidos nunca volvió a jugar. También a Tomás Sandor, ya que después de los Panamericanos de Winnipeg, con 25 años, estuvo entrenando más de un mes con Washington Bullets de la NBA y ante la duda de si quedaría en el equipo, decidió aceptar un trabajo como ingeniero en San Francisco, abandonando el básquetbol. Para completar el oscuro panorama, Riofrío se ausentaba más de lo que participaba de le selección.

Pero volviendo al Mundial de 1967, el balance de la actuación argentina puede calificarse de bueno. Al menos ese sexto puesto fue el mejor rendimiento hasta el histórico segundo puesto en Indianápolis 2002.
A Samuel Oliva le quedó el convencimiento de que “hubo una evolución del básquetbol argentino en ese Mundial. Nosotros sentíamos que avanzábamos. El problema era que los otros también lo hacían y más rápido que nosotros. No había continuidad en los procesos de selección. Venía un entrenador con un estilo, elegía unos jugadores y hacía las cosas de una manera. Al siguiente torneo cambiaban el entrenador, los jugadores y la forma de entrenar. Es cierto que estábamos en un sistema con mayoría de jugadores amateurs y así se hacía muy difícil tener una idea común y avanzar”.

Ese, empezaba a intuirse, sería el debate que vendría en los años siguientes. Tener deportistas profesionales de alto nivel. Hoy nadie podría sostener una oposición a esto. Sin embargo, por aquellos años había quienes lo tomaban como un sacrilegio.


Resultados
Ronda preliminar
Argentina 69 – Japón 63
Argentina 73 – Perú 65
Argentina 66 – Unión Soviética 105

Ronda final
Argentina 66 – Estados Unidos 76
Argentina 79 – Uruguay 75
Argentina 61 – Unión Soviética 96
Argentina 69 – Yugoslavia 93
Argentina 58 – Polonia 65
Argentina 66 – Brasil 74

Posiciones finales
1 – Unión Soviética (8-1)
2 – Yugoslavia (6-3)
3 – Brasil (7-2)
4 – Estados Unidos (7-2)
5 – Polonia (4-5)
6 – Argentina (3-6)
7 – Uruguay (1-5)
8 – México (6-2)
9 – Italia (4-4)
10 – Perú (4-4)
11 – Japón (2-6)
12 – Puerto Rico (2-6)
13 – Paraguay (0-8)

Alejandro Pérez
Especial para Basquet Plus

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