El cordobés cuenta cuán importante fue el rol de Maipú para protegerlo en una crianza sin su padre y sacarlo de la calle. El día que quiso abandonar un equipo de Liga y el orgullo de hoy en la Selección Mayor.
Marzo de 2015. José Vildoza ya no aguanta más. Está en su casa en Sunchales, pero siente que la situación ya lo supera y no tiene vuelta atrás. Libertad está último en la Liga Nacional y él no puede responder, desde la base, como él y muchos habían imaginado. Por eso llama a Luis Villar, mucho más que su representante, y le tira la bomba.
“Esto no va más, me vuelvo para Córdoba”. El Mili, ex jugador, intenta convencerlo con toda su experiencia, pero está lejos de lograrlo.
“Bueno, venite, lo que a vos te haga bien”, le dice. Pepe, de 19 años, arma el bolso y se va a la terminal de la pequeña ciudad ubicada en el centro-oeste de Santa Fe. Tiene decidido abandonar al equipo cuando apenas ha pasado la mitad de la temporada. Pero el destino le hace un guiño…
“Era de noche y ya no había colectivos a Córdoba. No podía creer mi mala suerte. Pero, bueno, me volví a casa y se me fue pasando una frustración que tenía que ver con lo mal que nos iba como equipo y las expectativas que había sobre mí sin poder responder. Al otro día me levanté como siempre, tomé unos mates y me fui al club a entrenar. Y ya no pensé en irme…”, recuerda hoy, cinco años después, sentado en la concentración argentina en Cali, Colombia, a horas de jugar su tercera ventana eliminatoria con esta nueva Selección formada íntegramente por jugadores de nuestra Liga Nacional.
Pero, claro, si uno conoce la historia de Vildoza, no es casualidad que aquel haya sido el desenlace, que su decisión haya sido seguir, quedarse para enfrentar obstáculos y cumplir sus sueños. Pepe tiene algo potente, relacionado con su personalidad pero, también, con su formación como persona. Aquella que arrancó en una casa sin un padre y siguió entre la calle y, sobre todo, un club que lo arropó y protegió, “una segunda casa” que fue decisiva en su formación.
“Imaginate que yo era muy inquieto y un hijo único que convivía con su madre y abuela... Un día entré al club y no salí nunca más. Lo tenía a una cuadra, llegaba a las 12.30 y me iba a las 22.30. Pasaba más horas que en casa. Allí me crié y me formé como jugador, pero sobre todo como persona”, relata Pepe en una distendida charla con
Prensa CABB.
-Cuando pregunté por vos te describieron como el clásico pibe de barrio. Me contaron que vivías arriba de los techos y los árboles, en la canchita de fútbol de la esquina y te la pasabas mucho con amigos más grandes. ¿Es así?
-Sí (se ríe). Yo era el más chiquito del barrio, diría hasta tres o cuatro años menor que los otros de la barra. Y andábamos por ahí, haciendo de todo, incluyendo algunas cagadas (sonríe). Y un día recuerdo que me pasaron a buscar para ir a jugar al fútbol y terminé siendo invitado a jugar al básquet. Tenía cinco años… Entramos al club y un DT, Cucho, nos dijo: ‘¿No quieren venir mañana a jugar al básquet?’ Así arranqué.
-¿Es verdad que el básquet se sacó de esa canchita de fútbol en la que había algunas compañías no tan ideales para un chico?
-Sí, pero no eran mis compañías. Eran unos pibes más grandes que se juntaban en la parte más oscura de la plaza, pero no eran de nuestro grupo. Pero sí es verdad que el club me protegió. Fue donde adquirí valores que no aprendí en casa. Un ambiente que me llevó a una vida más de familia, amigos, incluso de viajes. Muchas cosas viví en Maipú que seguramente nunca hubiese vivido si nunca hubiese entrado al club.
-Te criaste con tu mamá y tu abuela. ¿Cómo fue eso?
-Bien. Me acuerdo y me emociona, realmente. Porque mi vieja Ana se desvivía para mantenerme para que no me faltara nada. Eramos una familia de clase media-baja. Ella laburaba en un centro de salud y a la noche cuidaba a gente mayor mientras Luisa, mi abuela, se quedaba a cuidarme. Mi mamá se rompió el lomo hasta que me fui a jugar Sunchales y nunca me puso ninguna traba para hacer mi vida en el barrio, más allá de algunas preocupaciones y miedos lógicos de toda madre. Sabía que estaba allí y se quedaba más tranquila. El club fue un poco un refugio, un lugar de contención, y por eso siempre estaré agradecido.
-¿Y cómo fue criarse sin padre? ¿Lo sentiste, te costó?
-No. Nunca noté su ausencia. Mi vieja me contó la situación, qué es lo que había pasado y lo entendí, pero tampoco nunca pregunté mucho más. Nunca quise saber nada ni enterarme más allá de eso. Ella me preguntaba qué sentía, qué pensaba de la situación… Pero yo siento que no lo sufrí. No sé si es que ella cumplió el rol de los dos, pero puedo decir que no me hizo sentir la falta de nada. No tengo problemas de hablar del tema pero lo único que puede decir es el orgullo que me genera mi mamá.
-¿Puede ser que, de alguna manera, ese rol de padre lo haya ocupado el Mili Villar desde que te conoció a los 15 años? El, al menos, me dijo que sos el hijo varón que no tuvo.
- No sé si un padre, pero sí una persona muy especial para mí. Mili siempre me dice eso, que soy el hijo varón que no tuvo y está claro que tenemos una relación que más allá de la típica de agente y jugador, porque hablamos de temas extradeportivos y nos une más cosas que el básquet. Todavía recuerdo cómo lo rechacé cuando se acercó (se ríe). Yo no quería saber nada. Iba a ver mis partidos a Maipú, con un frío tremendo y luego me invita a cenar, pero yo le decía que no. Hasta que un domingo, en el que yo estaba tirando solo en el club, se me acercó y me propuso hacer unos tiros. Juntos. Me pintó la cara (se ríe), pero ese momento fue el comienzo de esta relación especial que tenemos hoy.
-Te imagino, por como jugás hoy, que fuiste siempre el crack de inferiores, el habilidoso y goleador que la tenía atada y hacía 40 puntos.
-Sí, un poco sí (se ríe). Cuando era mosquito ninguno de los padres de mis compañeros quería que yo jugara, porque agarraba la pelota y se la pasaba a nadie, iba de un aro al otro. Y yo enseguida quise empezar a jugar con los más grande, para probarme, aprender, ver cómo me iba. Recuerdo cuando era pibe y me prendía con los jugadores de Primera. No me perdonaban. Me jugaban al 21 y me dejaban en cero.
-Tenías 15 años cuando elegiste Libertad, pese a que te quisieron varios. ¿Por qué te decidiste por Sunchales?
-Sí, es verdad, propuestas tuve muchas: Boca, Sionista, Instituto y hasta Bruno (Lábaque) me llamó para ir a Atenas. Pero a mí me encantó Libertad, la ciudad, el club. Cuando fui e gustó todo, hasta la casa donde vivían los reclutados. Y el Gringo Pelussi fue quien me terminó de convencer cuando me habló. Me dijo que iba a ser el tercer base de la Liga Nacional y yo no lo podía creer.
-¿Y cómo fue llegar a la Liga, a jugar con profesionales, luego de estar en el barrio, en el club donde eras el mejor? ¿Sentiste el cambio?
-Más que el nivel y los entrenamientos, lo que me costó en los primeros meses fue el miedo a jugar mal que tenía, que dijeran ‘para qué trajimos a este pibe’ y me echaran. Recuerdo que lo hablaba mucho con los reclutados, sobre todo con Mati Aritzu. Pero, cuando empezó la temporada, todo cambió. Enseguida me fue bien, Libertad cortó al segundo base y empecé a jugar cada vez más y mejor.
-Tenías 19 cuando dejaste Libertad para sumarte a San Lorenzo. Tremendo desafío para esa edad. Y un volver a empezar, en otro nivel. ¿Cómo fue esa experiencia?
-La verdad es que me costó, sí, porque pasé de jugar mucho, tener pelota en manos y tomar muchas decisiones a jugar poco y nada. Me costó asimilarlo. Muchas cosas se me pasaron por la cabeza, sobre todo le preguntarme si habría hecho bien en elegir San Lorenzo. Pero hablé mucho con el Mili. Debí tener paciencia y, con el tiempo, está claro que fue un aprendizaje, aunque en ese momento no te das cuenta y te calentás. Igual nunca llegué al punto de arrepentirme porque sabía que estaba con los mejores, jugando Liga de las Américas, saliendo campeón. Todas cosas que, en otro lado, eran imposibles de vivir.
-¿Y cómo fue tener delante al Penka Aguirre, líder y figura del equipo? Porque, por un lado, querías jugar pero a la vez te debe haber servido para aprender de un juego que es opuesto al tuyo. ¿Cómo fue eso?
-Sí, fácil no fue. Entrar por un tipo que maneja un equipo que viene de ganar todo es difícil. Recuerdo que yo entraba, me mandaba una cagada y me puteaban todos, pedían que volviera el Penka a la cancha. La vara estaba muy alta. Por suerte me llevé bien con él y traté de concentrarme en darle al equipo algo distinto y, a su vez, tratar de incorporar algo de su juego para que el equipo no sintiera tanto cada vez que salía.
-Hasta que llega la lesión de Penka y asumís la conducción de un equipo que termina siendo bicampeón de América en 2019, con vos siendo valioso. ¿Cómo fue aprovechar esa chance que tanto habías esperado?
-Sí, Penka se lesiona una semana antes de jugar el Final 4 de la Liga de las Américas y recuerdo que todos estaban esperando a ver si llegaba o no. Yo escuchaba todo, sólo se hablaba de eso. Pero yo confiaba en mí y por suerte pude hacer lo mío de siempre: levantarme, escuchar a Charly y el Indio, tomar unos mates e ir a jugar. Como en Maipú. Sabiendo que era una buena oportunidad, pero confiando en mis condiciones.
-¿Y cómo fue llegar a la Selección?
-Algo especial y muy diferente. Antes había entrado en listas de 24, pero quería estar en una preselección. Cuando llegó el momento fue muy especial. Recuerdo que llamé a mamá y ella se puso a llorar. Y en mi caso se pasa mucho por la cabeza, el esfuerzo, el entrenamiento, las horas y hasta las veces que iba cruzando la plaza para jugar al básquet en el club.
-Y debe ser significado muy especial volver a estar, por tercera ventana consecutiva en tu caso.
-Sí, significa mucho, el ponerme la camiseta es lo que siempre quise y soñé, lo que imaginaba cuando tiraba en los aritos del costado en el club.
-Vos estás en una posición compleja para dar el salto a la otra Selección, porque está repleto de talento con Campazzo, Vildoza y Laprovittola. ¿Fantaseás con algún día estar a su lado, lo tenés como objetivo?
-No te voy a decir que no, pero soy consciente que para competir con ellos necesito dar un salto en mi juego. Tal vez eso lo encuentre en otra competencia, no por desmerecer nuestra Liga Nacional sino porque está a la vista que existe otro roce afuera y si quiero competir a otro nivel, tiene que ser mi próximo destino.
-¿Y cómo está eso porque sé que tu objetivo es irte al exterior?
-Sí, es así. Mi carpeta para no ocupar plaza de extranjero está listo pero voy a necesitar comenzar el trámite desde allá, porque desde Argentina tarda mucho más tiempo. Es el próximo paso, ojalá lo pueda concretar.