Se cumple un nuevo aniversario del título que marcó el inicio de la camada más ganadora de nuestro básquet, tras la paliza sobre Brasil en un colmado Ruca Che. Lo revive Daniel Farabello.
Neuquén, julio de 2001. Comienza el ciclo de Rubén Magnano al mando de la Selección mayor, con 18 convocados y un objetivo concreto: conquistar el Premundial que se disputaría el mes siguiente en la provincia patagónica. Antes del torneo, se arrasa con el Sudamericano de Valdivia, pese a no contar con varias de sus figuras. Era el inicio de la etapa más gloriosa del básquet argentino.
“A Valdivia fuimos todos, incluso varios chicos que no jugaron el torneo como Manu (Ginóbili), Pepe (Sánchez) y Fabri (Oberto)”, señaló Daniel Farabello, uno de los que vivió el proceso completo.
“A la mañana entrenábamos normal, todos juntos, a la tarde jugábamos y a veces volvíamos a entrenar después del partido, hacíamos triple turno. La cabeza estaba puesta en el Premundial y la preparación fue larga. En esa exigencia estuvo el origen de lo que conocimos como la Generación Dorada”, detalló.
Con esta impronta, Argentina se presentó al torneo como uno de los candidatos. Y no decepcionó. En primera ronda, aplastó a Uruguay por 40 puntos (103-63), a Estados Unidos (sin jugadores NBA) por 39 (108-69), a Venezuela por 17 (90-73) y a Brasil por nueve en tiempo suplementario (108-98), con la clasificación ya asegurada. Cada partido era una fiesta: con el Ruca Che colmado, el combinado de Magnano le marcaba la cancha a quien estuviera en frente, con una impenetrable defensa y un ataque de veloz ejecución, con múltiples opciones. Fue la génesis del juego que cautivaría al mundo, un año después en el Mundial de Indianápolis.
“Todo eso que se veía en la cancha se gestó en los entrenamientos, los cuales eran una carnicería, en el buen sentido. Ese equipo no necesitaba mayor incentivo. Era una lucha sana por ganarse un lugar en la rotación. Teníamos pibes que empezaban a romperla en el plano internacional y llegaban pidiendo pista. Incluso recuerdo que Scola llegaba directo del Mundial juvenil. También estábamos los más experimentados, como Hugo (Sconochini), el Colo (Wolkowyski) y yo. Tenías que jugar los entrenamientos al 110% porque te pasaban por arriba. Además de los pibes, Rubén también lo exigía así”, recordó el base entrerriano.
En segunda fase, el hambre de gloria no desapareció. Argentina le sacó 21 a Islas Vírgenes (98-77), 28 a Panamá (115-87), 25 a Puerto Rico (95-70) y nueve a Canadá (85-76), rival al que volvieron a superar en semis esta vez por mayor diferencia (97-76). Estamos hablando de un rival que tenía a dos NBA, el base Steve Nash y el pivote Todd MacCulloch. Ya con el boleto a Indianapolis 2002 asegurado, la albiceleste llegó la final con una racha de 25 triunfos consecutivos, contando amistosos y juegos oficiales. En frente estuvo a Brasil, el único rival al que no habían podido vencer en los 40 minutos de tiempo regular.
“Teníamos excelentes defensores, muy ásperos. El plan de juego ante Brasil pasaba por ahí, por cerrarles todas las vías de gol. La principal figura de ellos, que era Marcelinho, venía promediando más de 20 puntos y no metió ni uno esa noche. Estoy seguro que el Chapu Nocioni tuvo algo que ver con eso”, remarcó Farabello entre risas. Después del salto inicial, no hubo equivalencias. Los dueños de casa, apoyados por su público, rápidamente marcaron un parcial de 12-0 y se quedaron con el primer cuarto por 23-6. Si la pelota lograba atravesar la sólida primera línea defensiva de los argentinos, aparecían los internos, como Oberto, Wolkowyski, Leo Gutiérrez o Gaby Fernández, para negar el acceso al aro.
“Manteníamos un juego muy intenso, defensivamente, sobre todo. El objetivo era correr, y si no se podía, desde el ataque estacionado podíamos crear juego para cualquier jugador. Teníamos muchas variantes. Calidad y cantidad en todas las posiciones”, sostuvo Dani quien sumó dos unidades esa noche, entrando desde el banco. Tras sacar una distancia de 37 puntos, los conducidos por Magnano bajaron un poco el ritmo y Brasil logró maquillar el resultado final a un 78-59. El goleador del partido fue Manu Ginóbili, quien meses atrás había conquistado la Euroliga con el Bologna, con 28 puntos. El bahiense, a sus 24 años, demostró toda su calidad individual a lo largo del certamen, en el que promedió 16.9 tantos. Sin embargo, lo que impactaba de ese equipo era su juego colectivo, en el cual no se distinguían egos.
“Recuerdo escuchar después del partido, en la transmisión oficial, que nos decían que éramos el Dream Team argentino, la mejor Selección que había tenido este país. Por suerte después seguimos mejorando y no nos quedamos ahí. Pero a la gente le impactó ver volcadas, tapones y todo ese espectáculo de nuestro lado, y más en una final ante Brasil. Desde ese punto de vista se entiende el impacto, no era normal, era algo extraordinario”, expresó Farabello.
Sobre cómo se forjó esa identidad, y ese espectacular juego en equipo que luego continuó desarrollándose con la Generación Dorada, el actual coach de la Selección U19 reflexionó lo siguiente.
“Había grandísimos jugadores en plenitud y otros que todavía tenían un enorme potencial. Se dio una combinación de todo y fuimos creando una mentalidad ganadora que se mantuvo durante varios años. Rubén es un entrenador que le gusta involucrar a todo el equipo y creo que por eso eran tan contundentes los resultados”, apuntó.
“La mentalidad ganadora es algo que está en el ADN argentino, pero que se desarrolla cuando te concentrás 100% en el juego y te enfrentás todas las semanas a los mejores del mundo”, explicó Dani, continuando con su idea. “La Generación Dorada se asentó cuando todos sus representantes jugaban en Europa y sólo se dedicaban al básquet. Por ahí antes jugar acá era duro, por los viajes y porque habían jugadores que podían estar ocho o nueve meses sin cobrar. Ir a Europa significaba vivir tranquilo, viajar en avión y que tu familia esté bien. La única ocupación que tenés es el básquet. Eso, sumado a enfrentarte con los mejores en las ligas de Italia, España, Francia, Grecia o Turquía es lo que te forma. Los yugoslavos, los lituanos, todos los mejores estaban ahí, hoy quizás la NBA acaparó un poco más ese territorio”, comentó.
Las raíces florecidas de la camada más ganadora del básquet argentino se encuentran en ese Premundial, en cada actuación dominante, pero jamás sobradora, de un plantel con recursos, ambición y talento para llevar a su país a lo más alto. El subcampeonato en el Mundial de Indianapolis, en el que merecieron un poco más, y el oro olímpico conseguido en Atenas, más el posterior Bronce en Beijing, fueron los resultados de una camada que dejaría una huella a nivel mundial.
“Fue ahí que tomamos dimensión de que podíamos competir al más alto nivel internacional y lograr un título”, relató Farabello.
“Quizás en el Mundial todavía nos faltaba un poco de experiencia, pero cuando los pibes la agarraron ya no pararon y se llevaron el oro. Compitieron durante muchísimos años. Había una mentalidad ganadora que se podía sentir incluso desde afuera. Los egos estaban equilibrados. Estaba todo dado para lograr algo grande”, concluyó.
Un equipo que cautivó y un grupo que sentó las bases de una forma de trabajar, entrenar y jugar.