El ídolo sorprende al sentir, como Pichi Campana, que quedó en deuda. También asegura que fue lo máximo en su carrera, “la NBA de ese momento”, y que nunca se sintió menos que los bases top que enfrentó.
Sábado. Llueve en Córdoba y Marcelo Milanesio está en las gateras, esperando que pare.
“Es mi día de golf con amigos”, avisa, con la misma pasión que tenía cuando era una de las estrellas del básquet argentino. “Lo arranqué poco antes de retirarme, hace unos 20 años, y me encanta. En realidad a mí me atrapan todos los juegos, desde pool hasta ping pong, pasando por el padel, que empecé ahora durante la pandemia. Pero el golf me genera un desafío especial. Es muy mental, necesitás una mayor concentración que en el básquet porque un tiro te arruina el partido, aunque la vengas rompiendo. En el básquet hay muchos momentos y estás dentro de un equipo. Con el palo en la mano no te salva nadie, la presión es superior”, compara el ídolo cordobés, que atiende a
Prensa CABB para repasar durante una hora su trayectoria en la Selección.
-Te llevó a tus inicios. ¿Cómo recordás tu primera convocatoria a la Selección, nada menos que para un Mundial?
-No recuerdo el preciso momento, pero seguramente fue de enorme emoción y orgullo porque la Selección era el máximo anhelo, la NBA de ese momento. Sí sé que, antes del Mundial, fui convocado a un partido en el Luna Park, contra Uruguay, previo a una gira que hicimos.
-¿Y qué memorias tenés del Mundial, de aquella primera experiencia tuya, nada menos que en un torneo tan importante?
-Lo primero que recuerdo es que en España todos preguntaban si Campana estaba en el equipo. Había brillado en el Mundial Juvenil que se había jugado ahí (NdeR: 31.7 puntos de promedio, con 44 a Canadá, 39 a la URSS y 31 a USA, por caso) y todos lo querían ver. Eso fue lo primero que me llamó la atención. Después me acuerdo que hicimos una muy buena gira, que incluso ganamos un torneo en Italia, que en el debut teníamos que vencer a Holanda para clasificarnos y lo hicimos… También recuerdo el histórico triunfo ante USA y que luego perdimos con Italia y nos caímos, como que nos fuimos de vacaciones antes de tiempo y terminamos mal… En lo personal fue mi primer torneo, jugué muy poco, como era habitual cuando eras suplente en aquella época. El titular era Miguel (Cortijo), quien estaba en su mejor momento y me sacaba una gran diferencia. Incluso cuando él salía a veces entraba el Negro Romano de base. Pero, más allá de eso, resultó una experiencia inolvidable con un gran coach como Flor (Meléndez) y en un torneo en el que conocí a mis referentes, que hoy todavía lo siguen siendo, como el brasileño Oscar Schmidt y el croata Drazen Petrovic.
-¿Por qué decís que estabas tan lejos de Cortijo cuando en la Liga Nacional competías de igual a igual en los míticos Atenas-Ferro?
-Porque Miguel ya llevaba 10 años de Selección y estaba en su mejor momento. Y yo, sentía que me sacaba diferencia en todo: en la claridad, en la visión, en cómo hacía jugar al equipo, en la hombría... En aquel Mundial fue el mejor pasador, en una época en la que era asistencia sólo contaba si la dejabas dada, como se decía. Tenías que habilitar solo al jugador bajo el aro para que contara como pase gol, no era como hoy.
-¿Qué aprendiste de él?
-De todo. De Miguel me llevé el manejo en la cancha, los pases que daba, cómo hacía jugar a todos. Yo siempre traté de copiar a los mejores y Miguel no fue una excepción. Era una época muy distinta, otro básquet, diferente al de ahora. Pero Miguel fue una estrella en esos años.
-Te llevo al año siguiente, al campeonato logrado en el Sudamericano del 87, ante un Brasil con algunas estrellas.
-No sé si Brasil fue completo al torneo, pero está claro que como se armó igual estaba al mismo nivel que nosotros o incluso por encima. Pero lo ganamos en Asunción y fue una gran alegría para mí, en mi segunda salida con la Selección. Lo festejamos mucho, recuerdo. Además, te cuento una anécdota risueña: en ese momento yo venía una novela que protagonizaba Grecia Colmenares y con Palito Cerutti la cruzamos en el hotel y nos sacamos una foto. Todavía la tengo, una ídola (se ríe).
-En ese mismo año tuvieron los Panamericanos de Indianápolis pero hubo un conflicto con la dirigencia y aparecieron lesiones, dos factores que diezmaron al equipo y el resultado no fue bueno (8° puesto).
-(Se ríe) En nuestra época, lamentablemente, siempre había un problemita, en la citación, en el equipo, en la preparación… De ese torneo recuerdo que sí fuimos disminuidos, que contra USA me dieron un codazo que me provocó un corte grande y también que ver jugar al Brasil de Oscar, que vencería a USA y ganaría el torneo, era un placer. Pero, más allá de todo, lo recuerdo como un aprendizaje, el competir a otro nivel... En esos momentos lo necesitábamos. Te hacía crecer muchísimo.
-En ese momento, Argentina tenía un gran Liga Nacional, muy competitiva. ¿Se notaba igual grandes diferencias cuando íbamos a un torneo continental?
-No tengo dudas que era tremenda la Liga en esa época, porque estaban los mejores y nadie se iba afuera. Pero nos faltaba roce internacional. Cuando salíamos con la Selección nos dábamos cuenta que la preparación física que usábamos no era la que debíamos hacer. En ese aspecto perdíamos mucho. Cuando volvíamos de los torneos, lo intentábamos con entusiasmo, pero la Liga te alcanzaba y no podíamos sostener la exigencia. La Liga era muy brava y no podíamos entrenar físicamente como
queríamos. Encima esa camada no tuvo la chance de irse afuera...
-En el 89, al seleccionado no le va bien (8° en el Premundial) y así llega al Mundial, en casa, con una mejor preparación, aunque sin terminar de dar el salto esperado, sobre todo en la fase final en la que el equipo no pudo ganar. ¿Cómo lo recordás?
-Sí, recuerdo que hicimos una buena gira, ganamos la Copa Acrópolis en Grecia y llegamos enchufados. Pero Hernán (Montenegro) no jugó y, sobre todo, Pichi (Campana), el Maradona de nuestro equipo, se lesionó días antes del torneo y jugó con mucho dolor. Para clasificarnos recuerdo que le ganamos a Canadá, no sé si con un arbitraje tan alevoso como se comenta, pero pasamos de ronda para jugar en el Luna Park, que era el primer objetivo. Hubiese sido muy doloroso quedar eliminado en primera fase. Luego es verdad que no pudimos ganar más, pero era una época en la que, en general, quedábamos siempre debajo de lo que creíamos que podíamos lograr. Pero bueno, es lo que hicimos, ya no se puede cambiar.
-En una nota, hace poco, Campana reflejaba cómo era todo en aquella época, ejemplificando lo que le pasó a él con Espil: si jugaba uno, el otro casi no entraba y se sentía fastidioso, medio afuera del equipo...
-Y sí, el básquet era así en ese entonces. El titular jugaba 35 minutos, aunque los dos fueran parejos en la posición. El suplente entraba 5 ó 10 minutos. Me pasó a mí con Cortijo y a él con Espil. En esa época se jugaba con 7/8 jugadores, años después llegó el tema de dosificar los minutos, lo que generó que todos se sintieran más cómodos y participativos en los grupos. En nuestra etapa de Selección, en cambio, siempre había rispideces. Por eso o por la rivalidad que traíamos de la Liga Nacional.
-Tal vez esa mayor distribución de minutos te pasó a vos en el Mundial 98 con Montecchia, quien era suplente tuyo pero jugaba bastante.
-Sí, pero eso fue más una decisión táctica que se daba en mi caso y no en todas las posiciones. Todavía en esa época salías sólo si jugabas mal. Un poco más adelante cambió, cuando creció la exigencia defensiva. En mi época se defendía mucho menos, vos te dosificabas porque jugabas más. Luego la defensa creció tanto que tenías que salir sí o sí para descansar, porque no podías estar en cancha más de 10 minutos seguidos. En la Selección, para mí, todo cambió con Magnano. Fue el quiebre. En especial a partir del Mundial 2002, cuando Argentina sacó a los rivales del campo.
-¿El mejor equipo que integraste fue el de Portland 92?
-No sé. Muchos fueron buenos, pero también es verdad que en varios tuvimos material para más y no logramos lo que podíamos. Por ejemplo, aquel del 92 estaba como mínimo a la altura de Venezuela y ellos se clasificaron para Barcelona 92 y nosotros nos volvimos a casa. Creo que a Venezuela le podíamos ganar con un Atenas reforzado con extranjeros. Pero, bueno, no hacíamos lo que debíamos y no lográbamos lo que podíamos. Generalmente estuvimos siempre uno o dos escalones por debajo.
-¿Por qué?
-Tal vez no había grupalmente la química que debíamos tener y también es verdad que era difícil lograr un estilo de juego, una identidad, juntándonos 10 o 15 días antes de los torneos y teniendo flojas preparaciones.
-En el Premundial 93, con un Espil descomunal, sí se logró lo esperado o tal vez más, porque se le ganó a Brasil luego de muchos años.
-Sí, es verdad. Se jugó en Puerto Rico, país donde siempre nos iba bien, no sé si por los estadios, por ser el Caribe (se ríe), pero la pasábamos muy bien y el equipo se potenciaba. Lo de Espil en ese torneo fue tremendo. Como fue casi siempre Juan en la Selección. Un asesino. Fue el arma principal que tuvimos en aquella década. Era temible para los rivales.
-Siguiendo con torneos donde el equipo respondió llegamos a 1995: oro en los Panamericanos de MdP y la clasificación olímpica en el Preolímpico, ambos torneos disputados en el país.
-Es verdad. Fue un muy buen año. Capaz que esos dos fueron los mejores equipos de aquellos años. Básicamente porque logramos ambos objetivos. Conseguir la clasificación olímpica, en aquella época, era muy difícil y fue la única que vez que esa camada lo hizo. Además, recuerdo bien cómo explotaron el Poli y el Ruca Che. Nunca es fácil jugar de local, por la presión lograr el objetivo, pero en aquellos casos eso nos potenció...
-Luego llegaron los Juegos Olímpicos 96 y el Mundial 98. Fueron los momentos en que te mediste con los mejores bases. Tal vez en tu mejor momento. ¿Te sentiste a la altura?
-Te voy a contar una anécdota que un poco resume lo que pasaba en ese tiempo. Cuando termina el Preolímpico de Neuquén me cruzo con Steve Nash, de quien en ese entonces yo me veía uno o dos escalones encima y me dice ‘ahora yo me voy a preparar para la NBA’. Yo me quedé helado y me dije ‘entonces nos preparamos todos’ (se ríe). Me parecía increíble y luego, fíjate lo que pasó, Nash terminó siendo figura y MVP de la NBA. Para nosotros, que nunca habíamos ido a una universidad, parecía un imposible que, al final, no terminó siendo así… Yo, en esa época, me notaba a la altura de los mejores bases. Nunca me sentí menos, incluso de los más famosos, como el yugoslavo Djordjevic. Cuando lo enfrenté en el Mundial 98, no sentí diferencias. El tema es que nos faltaba competencia, es como que no podíamos animarnos a más. La gran diferencia que nos separaba era donde competía cada uno. Yo, por caso, no hubiese salido de Hernando, mi pueblo, habría sido el jugador que fui porque nunca hubiese subido mi techo, como lo hice en Atenas y la Liga. La competencia te hace el jugador que sos y yo me quedé con la espina de probarme afuera. Pero en esa época era difícil salir de Argentina. Cuando se abrió la puerta para nuestra camada, la mayoría ya teníamos más de 30 años.
-Pero vos pudiste irte afuera y no quisiste.
-Sí, es verdad, al menos tres veces. A la Benetton le dije que si subían la oferta, aceptaba. Y cuando Zeljko Obradovic lo hizo, tampoco pude (se ríe) porque ya había dicho en Córdoba que me quedaba y para mí la palabra valía un montón... Casi todos me decían que me fuera, no sé si hice bien o mal. Seguramente fui esclavo de mis palabras. Antes, en 1990, había tenido otra oferta del Arimo de Bologna. Estaba todo listo, hasta el contrato. Pero salió la ley del oriundo italiano, los jugadores se opusieron y se cayó todo. También estuvo el ofrecimiento de Julio Lamas en Alicante. Yo estaba retirado pero se le había lesionado el base suplente y me quería por 10 partidos. Pero volví a decir que no. Y sí, me costaba irme…
-¿Vos crees que podrías haber jugado en cualquier liga del mundo?
-Yo no tengo ninguna duda de que podía haber jugado en cualquier liga.
En realidad, a pocos argentinos les fue mal en Europa, no creo que yo hubiese sido la excepción. Acá se juega bien. El drama siempre fue el físico. Cuando el argentino se puso a la altura, le fue bien. Lo demostramos nosotros, con Atenas, en el McDonald’s del 97.
-¿Y por qué en la Selección sólo jugaste hasta el Mundial 98?
-Venía con una pubialgia que no la curé hasta hoy. Como era muy lento, nadie se daba cuenta (se ríe). Como no saltaba ni corría, estuve seis o siete años jugando así, condicionado físicamente, pero me alcanzaba. Encima, en aquel Mundial lo terminé con un sabor un poco amargo. También era mi cuarto, sentí que era el momento de dar un paso al costado y dejar el camino para otros armadores. Y está claro que no me equivoque porque mi salida les abrió la puertas a otros bases que hicieron maravillas.
-Te pregunto por el quinteto ideal de tu carrera.
-En la Liga, estaría junto a Pichi (Campana), Germán (Filloy), Diego (Osella) y Palito (Cerutti). Y en Selección, junto a Espil, Esteban Pérez, Hernán Montenegro y Osella.
-¿Tu mejor compañero?
-Pichi.
-¿Rival o rivales más difíciles que enfrentaste?
-Muchos. Nash, Djordjevic, el griego Giannakis, entre otros que me acuerdo. Y Magic, claro, no lo puedo dejar afuera (se ríe)...
-¿Y qué fue la Selección para vos?
-Lo máximo. No hubo nada más importante. En mi época era lo top, no se podía aspirar a otra cosa. Hoy se puede soñar con la NBA, en ese momento era imposible. La Selección era la NBA. Fue mi más exigente competencia. Y me dio todo: jugar a otro nivel, enfrentar a selecciones top, viajar por el mundo… Y esa sensación única de presentar a tu país. Yo me siento muy cordobés pero también muy argentino.
-Pichi me sorprendió cuando admitió que siente que quedó en deuda con la Selección, que pudo dar más. Me imagino que ese no es tu caso.
-Sí, también es mi caso. Yo creo, como Pichi, que pudimos dar más como jugadores. Pero no es algo grupal solamente. También es una sensación individual.
Yo jugué, disfrute, di lo máximo, pero pude dar más, no tengo dudas. Uno se siente en deuda, pero son momentos, es lo que pudimos hacer y ya no se puede cambiar.
-¿Y vos cambiarías algo si pudieras? Porque siempre se dijo que no habías hecho pesas, por ejemplo.
-Sí, eso.
Si volvería a jugar, me entrenaría el doble.
Pero aquella era otra época. Lamentablemente no se sabían muchas cosas. Un par de días hice pesas y cuando fui a tirar al aro no metía una porque tenía los brazos duros. Pensé “esto me va a arruinar” y nadie me dijo “mirá que a los 20 minutos los brazos vuelven a la normalidad”. No tuve una persona que me explicara y fui anti pesas hasta los 27 años. En esa época no teníamos tanta información ni gente que enseñara como hoy. Hoy, con el diario del lunes, es fácil decirlo. Pero en esa época jugabas con las herramientas que existían. Pero está claro que me hubiese gustado tener un mejor físico, sobre todo mejores piernas para defender, penetrar y saltar más. Pero es lo que me tocó.
-Pero más allá de todo fuiste y sos un ídolo, casi un Dios para muchos. La gente te quiere mucho y te lo haces sentir en la calle, ¿o no?
-Endiosado no, muy querido sí. La gente me hace emocionar. Incluso me ha hecho llorar en la calle. A veces me dicen gracias, me cuentan lo que vivieron conmigo y se me caen las lágrimas.