Conocé por qué esta Selección fue campeona mundial. El poder del DT, el staff conformado, una preparación moderna y jugadores que pensaron primero en el equipo. Las características de los 16 y la unión grupal.
“Recuerdo que Jorge Canavesi, para que nadie se sintiera mal, nos dijo: ‘Al capitán del equipo lo tienen que nombrar ustedes’. Entonces le dio un papelito a cada uno con su nombre, como diciendo ‘vos ya sos capitán; ahora elegí quién te gustaría a vos que lo fuera’. Fue casi unánime, mis compañeros me eligieron y para mí fue inolvidable. A partir de ese momento, si alguno tenía una inquietud, me la transmitía a mí, porque tal vez al Profe no se lo podían decir. Y eso fue algo muy lindo… Con aquel grupo hemos vivido momentos muy gratos en el deporte”. En charla con
Prensa CABB, Ricardo Primitivo González revive el honor que representó para él ser capitán de la primera Generación Dorada del básquet argentino, un grupo muy unido dentro y fuera de la cancha, con un compromiso y ambición que permitieron lograr aquella gesta que recordamos en estos días, a 70 años del título mundial.
Canavesi había sido designado como entrenador de la Selección para los Juegos de Londres 48. Como DT de Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque, conocía bien a varios de los jugadores y tras una muy aceptable performance en los Olímpicos, una pobre 4° ubicación en el Sudamericano del 49 puso en duda su continuidad. En ese momento, tuvo lugar una votación de 17 miembros en la dirigencia nacional. Afortunadamente, 15 levantaron la mano por mantener el proyecto y ratificar en el cargo al hombre que alcanzaría la gloria, pocos meses después. Un paso adelante en una época en el que los equipos eran decididos por los dirigentes. El DT simplemente los entrenaba y ni siquiera podía sentarse en el banco a dirigir durante los partidos. Los tiempos muertos eran solicitados por los jugadores y se usaban nada más que para descansar.
Pero el reglamento estaba cambiando y fue clave cómo se modificó la forma de armar el equipo para el Mundial. En años anteriores, los elegidos salían de las mejores provincias del Torneo Argentino. Pero, para esta ocasión, se decidió que cada dirigencia provincial sólo recomendara a sus principales valores, pero que Canavesi y su asistente González Trilla decidieran los convocados, primero, y después a los 16 nombres definitivos.
“Al final de las prácticas, nos dirigíamos a un restaurante muy grande. Ahí nos tenían preparada la mesa y los dirigentes nombraban a los que íbamos quedando. Empezamos siendo más de 50 y eliminaban varios por noche. Hasta que al final, dos días antes de empezar el Mundial, quedamos 16. Cuando nombraron a los 12 titulares, había una expectativa enorme. Por suerte quedé y fue una satisfacción muy linda…”, recuerda un sonriente Pedro Bustos en Casaca 3, un documental sobre su vida deportiva.
La preparación fue de avanzada, como detallamos en la nota anterior de esta saga que se armó para homenajear esta gesta, pero en el seno del Monumental se cocinó un gran grupo humano que terminó siendo la base del éxito. Un equipo que entrenaba mucho, pero a la vez se fue forjando con las horas compartidas. Para pasar el tiempo en aquella larga estadía, los muchachos se juntaban a conversar, escuchar discos de música, escribir cartas a sus familias y parejas (ya que varios eran del Interior), y jugar a las cartas o al billar, y hasta para fumar (poco). Los de Buenos Aires tenían permitido volver a sus hogares sólo los domingos por la mañana, y los casados también podían visitar a su familia luego del último entrenamiento del miércoles, debiendo retornar el jueves a primera hora. Además, Selección compartió concentración con el plantel de fútbol de River, aquel multicampeón equipo conocido como La Máquina, con figuras como Ángel Labruna y Amadeo Carrizo. El acercamiento entre los conjuntos generó una muy buena convivencia y así lo resume Bustos:
“Nos hicimos amigos, tan es así que quedamos en hacer dos partidos, uno de fútbol y uno de básquet. Jugando al básquet no hubiera pasado nada, pero en el fútbol nos habrían descalabrado las piernas. Los partidos ya estaban arreglados, pero los dirigentes no nos dejaron ni loco. Tenían razón…”.
Pero, claro, los partidos se ganaban en la cancha y Argentina presentó un equipo joven (23 años de promedio) pero muy completo, con individualidades destacadas, algunas con más brillo que otras pero todas muy valiosas para el resultado final. Iniciando desde los bases hay que mencionar a los habilidosos
Raúl Pérez Varela -de gran manejo de balón y capacidad de mando, jugador del temible GEVP- y
Roberto Viau -el más joven con apenas 18 años-. Como escoltas estaban
González y
Pedro Bustos. Para Canavesi,
“el Negro fue el jugador de rendimiento más regular en todo el ciclo internacional entre el 48 y el 55. Era un líder permanente, con mentalidad ganadora, garra defensiva y ofensiva. Además, tenía un notable equilibrio emocional, lo que le daba una tremenda seguridad en los tramos decisivos del juego. Era amigo de compañeros y adversarios. En la cancha gritaba sólo como excepción, tiraba bien de afuera desde posiciones fijas o a la carrera. Cuando marcaba, ponía candados, y era extraordinario en el rebote”. Bustos, riojano de nacimiento y cordobés por adopción, fue una gloria de Atenas de Córdoba. Tenía una gran calidad humana y fue de los que más unió al equipo, con sus bromas continuas. En la cancha era inteligente, de paso cansino, pero veloz cada vez que cambiaba de ritmo.
Para mencionar los aleros iniciamos con
Hugo Del Vecchio, simpático, agradable, técnicamente no tan un dotado, pero con un coraje lo convertía en un personaje importantísimo. De hecho, al mejor estilo Walter Herrmann ante Grecia en Atenas 2004, fue el encargado de destrabar la peleada final contra Estados Unidos, anotando 14 puntos prácticamente en 10 minutos, algo que para aquella época era casi imposible.
Rubén Menini se destacaba por una defensa en base a su temperamento y, en ataque, era veloz y tenía energía y poder anotador, virtudes valiosas para saltar desde el banco. El último de los perimetrales era
Juan Carlos Uder,
“un alero que en su equipo de Ñandú podía jugar de pivote. Medía 1m84, que para esa época era una buena altura, y se las rebuscaba para jugar en esa posición porque era muy fuerte y corajudo. En la Selección, con los mejores pivot del país en el equipo, volvía a jugar de alero, puesto en el que sacaba diferencia por su buena altura y fortaleza”, nos cuenta el periodista Alejandro Pérez. En la final se hizo cargo de defender al más alto de los rivales. Era por caso para ese equipo lo que Andrés Nocioni a los campeones olímpicos: el guerrero.
Como ala pivote se desempeñaba
Oscar Furlong, de 1m86, la estrella, máximo anotador (11.2 puntos) y MVP del Mundial. Se lo considera uno de los mejores de la historia del básquet nacional y es miembro del Salón de la fama FIBA. Un jugador completo, distinto.
“Pillín respondía siempre y tenía un gran ascendente sobre el equipo. Metía puntos, reboteaba y la pasaba bien. Entendía el juego como nadie y encima no era egoísta. A mí me hacía hacer muchos puntos de contraataque”, detalla el Negro. Le seguían
Leopoldo Contarbio y
Omar Monza. Pichón era un ala pivote fuerte, que a pesar de no ser tan alto hacía el trabajo sucio debajo del aro y Monza se trataba de otro obrero útil, otro de los imprescindibles jugadores de rol de la Selección.
Pivotes había dos.
Alberto López, histórico jugador de River, robusto y de buena altura, pero a la vez capaz de mostrar juego vistoso y técnico. Debido a sus aptitudes y su gran amor al deporte, encontró continuidad dentro de la disciplina, siendo por ejemplo el coach de la Selección que obtuvo el Sudamericano de 1966. El otro centro y el último de los 12 jugadores alineados como “titulares” era
Vito Liva. Si bien fue el más alto de ese equipo (1m89), jugó muy poco, pero le bastó con una única citación al seleccionado para consagrarse campeón mundial. Para completar la lista hubo cuatro reservas, todos considerados campeones del mundo.
Alberto Lozano -histórico jugador de Newell’s de Rosario, donde ganó 13 campeonatos locales seguidos-,
Jorge Nuré –gran defensor que formó parte de la Selección durante un lustro-,
Ignacio Poletti -conocido como El Bombardero, destacado escolta santafesino de Racing Club- y
Osvaldo Venturi -con paso por el Club Oroño, Sportivo América, Rosario Central y Peñarol de Elortondo-.
La final, nada menos que ante USA, generó una expectativa enorme en el país y por eso no sorprendió que el Luna Park estuviera abarrotado por la presencia de cerca de 22.000 personas que arrojaron una recaudación récord para un espectáculo deportivo en el país (203.000 pesos). El primer tiempo fue muy favorable, sobre todo tras algunos minutos de nervios, pero se temió que en el segundo, por la condición física rival y el cambio de pelota (se acordó que el PT se jugara con la pelota Superval de cuero, con gajos cocidos, y el ST con la estadounidense de material sintético), cambiara de manos, pero Argentina capeó el temporal inicial (USA se puso a cinco) con un brillante Del Vecchio y lo definió con la eficacia de Furlong desde la línea de libres.
La excelente preparación, la química grupal alcanzada y la complementación de las aptitudes técnicas de los jugadores harían de aquel grupo un auténtico equipazo. Con el transcurrir de los partidos (ver
La campaña...), la Selección se fue afianzando y tomando vuelo, hasta llegar a la histórica final que generó un impacto popular inmediato, aunque fue ganando reconocimiento con el paso del tiempo.
“Sí, tal vez a esa conquista se le fue dando más trascendencia con el correr de los años. Nosotros no jugamos para ser campeones mundiales. Jugamos porque nos gustaba el básquet. Es cierto que le dimos una linda alegría a la gente, pero el Mundial no tenía la difusión que tiene hoy. Yo sé que estuve entre los mejores, pero no era una estrella”, analizó Furlong, quien era tan apegado a lo suyo que rechazó una muy buena oferta de los campeones Lakers para ir a jugar a la NBA.
Así fueron todos, jugadores sin egos, entregados al equipo y al éxito colectivo. Valores que se trascenderían con el tiempo y se convertirían en los intangibles que harían inolvidables a varias de las generaciones que ha disfruto el básquet nacional.
La campaña de Argentina:
Ronda preliminar
Argentina 56-Francia 40
Ronda final
Argentina 40-Brasil 35
Argentina 62-Chile 41
Argentina 66-Francia 41
Argentina 68-Egipto 33
Argentina 64-Estados Unidos 50
La Final
Argentina 64-Estados Unidos 50
Fecha: 3 de noviembre de 1950.Estadio: Luna Park.
Argentina (64): Viau 2, González 7, Uder 1, Furlong 20 y Contarbio 8 (fi) Bustos 1, Del Vecchio 14, Pérez Varela 4, Menini 7, Monza 0 y López 0. Entrenador: Jorge Canavesi.
Estados Unidos (50): Slocum 8, Langdom 6, Stanich 11, Reese 3, Kahler 5, Metzger 3, Parks 2, Jaquet 2, Fisher 0, Haffley 6 y Williams 4. Entrenador: Gordon Carpenter.
Primer tiempo: Argentina 34-24.
Posiciones finales
1-Argentina (5-0)
2-Estados Unidos (4-1)
3-Chile (2-3)
4-Brasil (2-3)
5-Egipto (2-3)
6-Francia (0-5)
7-Perú (3-0)
8-Ecuador (2-1)
9-España (1-2)
10-Yugoslavia (0-3)