La Generación Dorada fue nuevamente protagonista en los Juegos Olímpicos de Beijing y eliminó en un partido dramático a una de sus víctimas favoritas con una actuación histórica de Carlos Delfino.
Los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 bien podrían haber sido un caso del eterno retorno que planteaba Friedrich Nietsche. Es que Argentina, campeona hace cuatro años en Atenas, se cruzó en las eliminatorias frente al mismo rival en la misma instancia. Aunque el escenario era otro, lejos de aquella caldera edificada sobre la efervescencia de 18.000 hinchas que cuatro años antes bramaban en favor de su selección en territorio helénico, el combinado nacional volvió a enfrentarse a la dura Grecia en los cuartos de final de la cita oriental.
El monarca olímpico había registrado una buena primera fase tras la ajustada derrota inicial frente a Lituania con cuatro triunfos frente a Australia, Croacia, Irán y Rusia para clasificar en la segunda posición del Grupo A. El Grupo B había sido un paseo del Dream Team estadounidense decidido a reivindicarse tras las decepciones de Indianápolis 2002, Atenas 2004 y la derrota en las semifinales del Mundial de Japón 2006 a manos de Grecia.
Los griegos habían completado un fabuloso campeonato del mundo tras arrollar en el Grupo C del certamen japonés ante rivales de fuste como Turquía, Lituania, Australia y Brasil. En la instancia de Playoffs, el combinado helénico despachó a China en octavos, a Francia en cuartos, a Estados Unidos en semifinales y recién España le pudo poner un freno a su ilusión con un contundente 70-47 en la final. Aquella España, reina del mundo, había eliminado a la Argentina por apenas un punto en semifinales.
También bajo las órdenes del entrenador Panagiotis Giannakis y con la misma base de la campaña nipona, una ordenada y disciplinada Grecia sorteó la primera fase en tercer lugar del grupo por detrás de Estados Unidos y España. Aquella posición determinó un nuevo cruce entre dos rivales que cuatro años atrás habían protagonizado un duelo vibrante en el histórico camino argentino al oro.
El trámite, parejo, dramático y emocionante, se repitió en Beijing aunque con otro héroe: Carlos Delfino ocupó el lugar de revulsivo que Walter Herrmann había asumido en Atenas. Lancha salió desde el banco de suplentes en una actuación de récord, histórica y jordanesca. Fue un vendaval, un monólogo consagratorio de uno de los jugadores más talentosos que ha vestido la camiseta albiceleste.
Fue otra batalla entre argentinos y griegos, un menú ya convertido en clásico olímpico. Cada pelota se jugaba como si fuera la última entre dos equipos dispuestos a dejar la piel sobre el parqué.
“Grecia planteó un partido durísimo. Nos cerró las vías de gol, nos hizo jugar mucho uno contra uno y apostar a las individualidades, algo que a nosotros no nos gusta. Ellos jugaron más cómodos a pesar de que nosotros dominamos el juego”, recuerda Delfino.
Grecia ejecutó a la perfección su plan para entorpecer el funcionamiento colectivo de un equipo que se alimentaba del pase extra para encontrar espacios en ataque. Con la zona interior colapsada para evitar que la pareja que conformaban Luis Scola y Fabricio Oberto castigara en la pintura, el talento individual de Pablo Prigioni, Manu Ginóbili y el propio Delfino salió al rescate junto a la impresionante eficacia desde el perímetro (44%).
Los griegos habían levantado una muralla prácticamente inexpugnable que había interrumpido los circuitos albicelestes y en ataque se lucían con el pick & roll entre Vasileios Spanoulis y Konstantinos Tsartsaris. El escenario era delicado para un Oveja Hernández que debió agudizar su ingenio y profundizar su rotación por la molestia que acusaba Andrés Nocioni y por las faltas que había cometido Oberto. Con Ginóbili como emblema y aportes impensados como el de Leo Gutiérrez, Argentina competía de igual a igual en un marcador cambiante durante los primeros dos cuartos.
En el tercer parcial, a falta de 1’48 y con el partido igualado en 53 puntos, Delfino tomó la posta y asumió el liderazgo en una racha inolvidable que empezó con un primer triple tras una asistencia de Manu Ginóbili. En total fueron cuatro triples, dos dobles desde media distancia y una penetración para anotar 18 puntos en un período de ocho minutos con una impresionante efectividad del 78% durante ese lapso con 7 aciertos en 9 intentos. Cada anotación fue rubricada por un Carlitos Delfino indefendible en una tarde consagratoria de quien ya había sido campeón en Atenas 2004 y acababa de firmar el tercer mejor contrato de Europa con el Khimki ruso.
"Lo de Delfino fue sencillamente espectacular. Jugó de escolta, de alero, de base, en todos los puestos. Fue impresionante", afirmó Sergio Hernández minutos después del triunfo con la emoción todavía a flor de piel. "En los equipos grandes, en estos partidos siempre aparece uno y esos son los que ganan el partido", analizó Scola en referencia a la actuación del escolta. Virtud de la Generación Dorada, tanta era la cantidad de talento a disposición que siempre había un crack preparado para socorrer a su equipo en la adversidad.
La impresionante racha de Delfino había dejado a la Argentina arriba por un punto a falta de tres minutos para el final. Con los griegos empecinados en apagar el incendio que había provocado -y encarnado- Delfino, Ginóbili apareció en todo su esplendor para marcar los últimos siete puntos con un triple, dos libres y una bandeja propiedad exclusiva de Manu para sacar una ventaja de cinco a 46.8 segundos del final.
Fue entonces, cuando el duelo parecía sentenciado, que apareció Panayiotis Vasilopoulos con un triple que impactó de lleno en el tablero antes de meterse en el aro y le dio una vida más a una Grecia que en la jugada siguiente fue capaz de forzar un tiro de tres de Manu. Con diez segundos y abajo por un doble, Vasileios Spanoulis capturó el rebote, cruzó la mitad de cancha, se plantó y lanzó un triple frontal -ante la marca de Delfino- que pegó en el aro y salió despedido a un enjambre de manos en el que se impuso Scola. El rebote de Luifa garantizó el triunfo argentino, celebrado en Beijing tras otra noche de sufrimiento con final feliz ante la tragedia griega.
Delfino, quien finalizó con 23 puntos, celebró eufórico post partido:
"Lo festejamos de la manera en que lo hicimos porque al partido lo sacamos adelante con mucho huevo y coraje, como nos gusta jugar. Esto que conseguimos hoy es algo increíble. No fue un milagro lo que conseguimos, sino el esfuerzo. Tenemos huevos, coraje, ganas, llámenlo como quieran. Contra Grecia lo demostramos. Este equipo tiene hambre y quiere seguir ganando”.
Con Delfino como factor X, Argentina clasificó por cuarto torneo consecutivo a semifinales. Otra vez entre los cuatro mejores, el destino volvió a cruzar al combinado nacional frente a un Dream Team sediento de venganza con Kobe Bryant a la cabeza. La derrota y la baja por lesión de Manu Ginóbili fueron dos malas noticias para un equipo que no claudicó y se recuperó para vencer a la durísima Lituania en busca del bronce, otra vez con Carlos Delfino como protagonista excluyente de un bronce que quedó en la historia.