Tras el triunfo en Indianápolis, el combinado nacional volvió a enfrentarse al equipo más poderoso del mundo en las semifinales de Atenas 2004. Gabriel Fernández rememora otra victoria histórica
Tras una primera ronda con altibajos y unos cuartos de final para el infarto, Argentina había recobrado vuelo,
en especial luego de cargarse a los locales con una remontada épica. Era tiempo de semifinales, y mientras esperaba el plantel más poderoso del certamen, los dirigidos por Rubén Magnano estaban listos para dominar el mundo. Con algunos de nuestros jugadores prontos a desembarcar en la NBA, la realidad marcaba que en ese momento sólo había un argentino activo en la liga top, Manu Ginóbili. Pero junto al astro bahiense, se encolumnaba un conjunto de hombres que pisaba fuerte en Europa y arribaba a la capital griega con hambre de gloria descomunal.
“Teníamos en la cabeza la final perdida del Mundial 2002, por lo que estábamos muy preparados para jugar partidos decisivos. Habíamos superado desconcentraciones y bajones defensivos que sabíamos que en momentos clave no íbamos a tener. El de EE.UU. en cuartos fue un resultado que no esperábamos, porque España venía más sólida y con mejor rendimiento, pero enseguida nos pusimos el chip de USA, que también era un equipo súper complicado, mejores que nosotros físicamente, aunque con algún déficit en lo colectivo”, analiza Gabi Fernández, parte del plantel que tocó el cielo con las manos en Atenas.
“Aunque ellos tenían más para perder por ser los candidatos, el nerviosismo siempre estuvo, pero con la tranquilidad de que íbamos a rendir, cada uno pensando en su rol, en lo que tenía que hacer para el equipo”, rememora en conversación con Prensa CAB el surgido de Ferro Carril Oeste.
EE.UU. era capitaneado por Tim Duncan, dos veces campeón con los Spurs, y un Allen Iverson en el pico deportivo de su carrera. Bajo la dupla, se presentaban grandes actores de reparto y lo mejor del Draft 2003: LeBron, Wade y Carmelo. Pero a pesar de los nombres, los de Larry Brown no llegaban óptimos. El primer golpe se lo había aplicado Puerto Rico, con una diferencia de 19 puntos, mientras que Lituania también había logrado imponerse por 4 unidades. No obstante, el planeta entero suponía que los anglosajones no tendrían piedad en la fase decisiva. Después de todo, nadie podía subestimar al seleccionado que, desde la irrupción del Dream Team en Barcelona 92, había alzado la medalla dorada en cada Juego Olímpico disputado.
“Lo primero que se me viene a la cabeza es el momento donde EE.UU. empieza a sentir el partido, a encontrar su juego queriendo imponerse físicamente. Desde el final del primer cuarto, entramos algunos suplentes que hicimos un muy buen trabajo, sin poder ampliar la ventaja, pero manteniéndola a nuestro favor. Los que vinimos desde el banco, obligamos al desgaste físico del rival y ayudamos a conservar la energía de los compañeros de mayor jerarquía en el equipo. Recuerdo muy bien cuando me tocó estar en cancha, haciendo todo para estar a la altura del desafío y para ganar”, comenta quien debió emparejarse con pivotes de la talla de Duncan, Boozer y Stoudemire.
A través de penetraciones y descargas, y con el rebote ofensivo como arma principal, los norteamericanos comenzaron arriba, pero Argentina pasaría al frente en cuestión de minutos, ajustando a una marcación zonal, aguerrida, de rotaciones y ayudas intensas. Congestionando como nunca la pintura, los albicelestes empezarían a marcar el ritmo del juego. En la faz ofensiva, se dio tal vez el mejor partido del torneo, corriendo cuando se podía, pero manteniendo la calma generalmente con ataques inteligentes, de pases y mucha movilidad.
“En el entretiempo hablamos sobre nuestra defensa en zona, donde ellos habían encontrado algunos huecos con su penetración, y la necesidad de hacernos fuertes en nuestro tablero, porque estaban inseguros con el tiro externo, pero cargaban mucho al rebote buscando lanzar dos o tres veces por posesión. Ya lo habíamos hablado en la previa y fue específicamente lo que ocurrió, entonces nos enfocamos en concederles cierto espacio para el tiro y luego bajar el rebote como sea. Así, podríamos tener algún ataque rápido, pero también ofensivas largas que los cansen mentalmente al no poder recuperar rápidamente el control del balón. Teníamos un sistema muy aceitado, donde siempre buscábamos el lanzamiento de mayor porcentaje”, revive Gabriel como si todavía podría escuchar las indicaciones de Magnano en el vestuario.
Argentina no sólo se estaba llevando puesto al favorito, sino que también se deleitaba con las asistencias mágicas de Pepe, el triple con falta de Manu (goleador con 29) o la faja de Sconochini y posterior bandeja elevada de Montecchia en contragolpe. Pero la concentración debía ser permanente porque, a pesar de lograr una máxima de 16 en el tercer período, EE.UU. se mantenía amenazante. “Ellos tenían jugadores con mucha personalidad y sabíamos que, sin una diferencia grande, no iban a bajar los brazos. El partido fue peleado hasta el final, en cualquier momento podían encestar un par de triples y quedar a tiro en el marcador”, enfatiza el campeón olímpico.
El reloj seguía su marcha y la impotencia estadounidense se veía reflejada en Marbury, quien le rompía un dedo a Oberto y propinaba un manotazo en el rostro a Wolkowyski para también sacarlo del parquet. “Después de lo del 2002, caímos enseguida de que en Atenas estábamos dando un salto muy grande, llegando otra vez a una final. Con Fabri lesionado por esa falta malintencionada, el resto de los pivotes sabíamos que en la final tendríamos un compromiso fuerte de defender principalmente y en ataque aportar lo necesario. Por suerte, ese día también tuvimos jugadores en un nivel espectacular”.
La volcada de Scola bajaría el telón del show y desataría por completo la locura del equipo, la hinchada y el pueblo argentino confirmando el 89-81 final.
“Fue un momento de emoción y alegría inmensa. Me acuerdo que hice algo gracioso, porque cuando Luis la entierra el partido todavía no había terminado, pero yo entré a la cancha tirando una toalla y corriendo a abrazarlo, y después nos reíamos de esa acción. Además de pasar a la final, nos dábamos cuenta de que no habría un Yugoslavia, USA o España en frente. Eran Lituania o Italia los que podían estar y, si bien nos podían complicar, nosotros llegábamos con un rodaje, experiencia y nivel de juego que nos encontraba en el mejor momento posible. Aquel equipo tenía eso de que, en los momentos más importantes del torneo, siempre daba un paso adelante”, concluye Fernández con orgullo.
Saltos al cielo y gritos de victoria. Abrazos interminables y sonrisas eternas. De un lado, las manos se unían en los pechos inflados en alusión a una medalla que ya no podría escaparse. Del otro, cabezas bajas y gestos incrédulos ante la derrota que marcaría un antes y un después para los norteamericanos. El 27 de agosto del año 2004, la Selección Argentina se convirtió en el único equipo capaz de eliminar a USA en una cita olímpica, desde el ‘92 de Jordan y compañía hasta el día de hoy. Nadie que haya tenido el privilegio de observar aquel juego, que más que un partido fue un festival de básquet, podrá jamás olvidar la jornada en que la Generación Dorada le hizo un jaque a la historia, se erigió como potencia y se proclamó como el verdadero equipo de los sueños.
Síntesis del partido
Argentina: Manu Ginóbili 29, Andrés Nocioni 13, Alejandro Montecchia 12, Walter Herrmann 11, Luis Scola 10, Fabricio Oberto 6, Pepe Sánchez 4, Rubén Wolkowyski 3, Gabriel Fernández 1, Hugo Sconochini, Carlos Delfino y Leonardo Gutiérrez.
EE.UU.: Stephon Marbury 18, Lamar Odom 14, Tim Duncan 10, Allen Iverson 10, Shawn Marion 9, Carlos Boozer 8, Richard Jefferson 7, LeBron James 3, Dwayne Wade 2, Amar’e Stoudemire, Carmelo Anthony, Emeka Okafor.
Parciales: 24-20 / 43-38 / 70-57 / 89-81
Árbitros: Bultó (España) y Sutolovic (Serbia)