Hoy disfruta su segundo año en Peñarol pero el camino desde Córdoba no fue fácil. El llamado de Pepe Sánchez, la grave lesión de rodilla, el problema cardíaco y hasta el día que quemaron un quincho con Juampi.
“Mi familia es del básquet. Mi vieja jugaba y mi viejo también. Siempre como amateurs, pero les gustaba. Mi mamá nos mostraba videos de Milanesio y Campana cuando éramos chicos. Ella renegó mucho con Juan Pablo para que juegue, porque él no quería ir. Lo llevaba, se largaba a llorar y tenía que volverse. Conmigo fue más fácil: me llevó, me gustó y empecé”. Así, con la tonada cordobesa y la sonrisa característica, comienza la charla Santiago Vaulet con
Prensa CABB en un parate del día de descanso previo a afrontar la parte final de la temporada de nuestra Liga Nacional.
Hijo de Néstor y Mónica, hermano del medio de Juampi y Valentina, y novio de Micaela, Santiago parece muy tranquilo, a diferencia de lo que él mismo reconoce:
“De los tres, creo que soy el más inquieto. El que más lío hace, en el buen sentido”. Santi empezó a jugar al básquet a los 7 años en Parque Vélez Sarsfield, un club que le quedaba cerca de la casa, y a los 10 pasó a Atenas.
“Yo me quedaba en el club porque mi hermano, al ser más grande, entrenaba después. Entonces me quedaba ahí viendo, y sabía que cuando faltaba uno, me llamaban y entraba a jugar”, contó. Pero claro, el Griego no es un club más en el básquet argentino. “De chicos íbamos siempre a la cancha. El Cerutti se llenaba. No me acuerdo de lo que pasaba adentro, pero era hermoso, íbamos con toda la familia”, relata.
En Atenas jugó hasta los 13, porque la familia decidió mudarse.
“La otra casa ya nos quedaba chica, y Barrio Jardín es en la otra punta de la ciudad, en relación a Atenas. Entonces nos tomábamos todos los días dos colectivos para ir a entrenar, hasta que empezamos en Unión Eléctrica. Fue un cambio de todo, y para mis viejos, un alivio, porque íbamos en bici a Unión y al colegio caminando”, recuerda. El cambio de club no impidió el desarrollo a tan corta edad. “Ahí jugué dos años, y salí campeón del primer Torneo Argentino de Clubes que se hizo de U13; estuvo muy bueno”, recordó el perimetral.
Un año después, su hermano pasó a vestir los colores de Hindú, luego de la insistencia del DT Juan Pablo Caro por el gran año que había tenido en Unión. Tuvo que transcurrir una temporada más para que el combo Vaulet volviera a completarse.
“Juan Pablo se sintió cómodo, entonces para la campaña siguiente me llamaron para entrenar en las vacaciones. Me gustó mucho y me quedé”, explica el menor de los hermanos.
“Ahí tuve mi primer acercamiento al profesionalismo, porque jugué el Federal a los 16 años. No jugaba al principio, pero después sí, porque cambiaron al entrenador y se hizo cargo del equipo el que nos había llamado, Caro, que sí me ponía”, expresa Santi, quien recuerda con lujo de detalles, el día de su debut: “Estaba re asustado. Fue el primer partido del Torneo, íbamos ganando por 30, en Mendoza o San Luis. Tenía un miedo…. Me acuerdo que a lo último fui a hacer una bandeja y me hicieron un ‘foulazo’, que los jueces no cobraron nada, y yo me quedé mirando para todos lados, no sabía qué hacer. No entendía nada”.
La llegada a la Capital del Básquet
Santiago permaneció en Hindú dos temporadas y después recibió la chance de sumarse a Bahía Basket, club donde ya se encontraba su hermano.
-¿Cómo fue el llamado de Pepe Sánchez?
-Pepe había venido para buscar a casa a Juan Pablo, y yo siempre estaba ahí, aunque nunca hablaba. Tenía mucha vergüenza. Siempre Pepe bromeaba con que la próxima me iba yo, y así pasó varias veces, pero yo quedaba solo con una risa. Al otro año, después del Sudamericano U17, donde salí mejor jugador (15,3 puntos y 12,8 rebotes por partido), me llamó y fui de una, sin dudarlo.
“Al principio te da miedo, pero después te das cuenta de que es una persona normal. Igual he pasado papelones adelante suyo... Decía dos palabras y me trababa, pero después te vas acostumbrando”, admite el cordobés que al mismo tiempo reconoció que no es el único jugador histórico con quien se relacionó durante sus años en Bahía.
“Estuve con el Puma (Montecchia), Sepo (Ginóbili), Espil, o Pancho (Jasen), quien incluso jugó con nosotros. Estuvo bueno porque hubo muchos tipos reconocidos, y todos te dan muchos consejos”, precisó recordando una interesante historia. “Yo cuando me cambié de Hindú a Bahía, llegué y quería jugar igual que en Hindú, que era uno de los mejorcitos. Defendía así nomás. Estaba acostumbrado a otra cosa, y el Puma fue el que más me decía que tenía que ser más intenso, que cambie los ritmos, porque ya no era lo mismo. Estaba en Bahía, estaba en La Liga. Y después de tantas veces que lo escuché, me fui poniendo más duro e intenso. Tenía que dar ese clic. Me di cuenta con los entrenamientos, porque no podía salir del ritmo que tenían los chicos”, detalla.
Si bien no era el primer cambio de club que concretaba, la nueva aventura traía un condimento especial: alejarse de casa, aunque la adaptación no sería tan brusca por la presencia de su hermano: “
Con el tema de las Selecciones yo ya sabía lo que era no estar cerca de mi familia, pero por otro lado sabía que iba a estar Juan Pablo. El transcurso de esos tres años que convivimos, nos hicimos re amigos. Nos empezamos a llevar bien, cuando antes nos peleábamos todos los días. Bahía nos unió más”, admite.
-¿Es verdad que Juan Pablo, una vez, te culpó de una travesura suya en la casa de los abuelos?
-Sí. Tenía una bronca… Una vez incendiamos la cancha de pádel de mi abuelo. Lo hizo Juan Pablo y me echó la culpa a mí. Estaba jugando con un fósforo, encendió un sillón donde había telgopor, prendió eso y se cayó todo el quincho de la casa. Salimos corriendo, no dijimos nada, y después estaban los bomberos, la policía, la casa incendiada, todo. Andaban preguntando quién era y Juan Pablo decía que fui yo, aunque después se enteró todo el mundo que había sido él.
Hoy en día se extrañan. Juan Pablo está en España, con mamá Mónica (que se quedó por la pandemia), teniendo una temporada de lujo en Manresa. Papá Néstor está con Valentina en Córdoba, donde la menor de la familia se encontraba jugando, hasta hace algunas semanas, la Liga Argentina de Vóley (máxima categoría), con las Panteritas, la Selección Argentina U18.
“No es normal que estemos los tres en el Alto Rendimiento, pero nunca hablamos al respecto. Nuestros papás quieren lo mejor para los tres, y nos apoyan en todo, pase lo que pase, tirando para adelante. ‘No importa si pasa algo, siempre seguí para adelante’, nos dicen siempre’”, explica.
“Es así: te pasa una cosa, y a intentar otra vez”
A Santi, como a su hermano, siempre le pasaron cosas, tuvieron que superar obstáculos, como fue aquella impactante lesión en el Casanova, contra San Lorenzo, en noviembre del 2016.
“Me rompí todo. Me corté el ligamento lateral cruzado y los meniscos. Caí mal en una penetración. En ese momento no recuerdo qué se me pasó por la cabeza, pero estaba triste. Venía jugando cada vez más, sintiéndome bien, siendo mi primer año de Liga. Venía bien con la Selección. Y son cosas que el deporte tiene. Me tocó a mí. Siempre me pregunto por qué a mí, me podría haber doblado el tobillo, pero no. Caí mal y se me fue la rodilla”, rememora.
Luego del mal trago, vino un año de recuperación.
“Me perdí la mejor temporada de Bahía , en la que llegaron a la final de la Liga de las Américas (2017), y de la Liga Sudamericana (2016). Tuve momentos donde veía que jugaban los partidos internacionales, y yo de afuera pensando que no son cosas que pasen todos los días, sino una vez cada tanto. Me sentía mal, pero es así. Siempre decía ‘pero bueno, es lo que hay, ¿qué voy a decir? ¿Qué? ¿Voy a llorar?’ No, pero pensar, lo pensás. Por suerte ya pasó, ya está. Y siento que aprendí, que sirvió”, confiesa.
La fortaleza con la que pudo superar esa primera lesión, sin dudas, fue un envión importante para afrontar la segunda interrupción que lo tuvo afueras de las canchas. En noviembre de 2018 unos estudios arrojaron que el jugador tenía una anomalía cardíaca, la cual le provocaba tener la tensión alta, y por eso debía frenar la actividad física.
“Se hizo muy confuso todo. No era grave, pero se hizo muy confuso por todas las cosas que me preguntaban, incluso mis amigos. Veían una nota de acá, una nota de allá, y nosotros mirábamos y decíamos ‘¿qué onda esto?’”, explica.
“Tuve apoyo de todos, desde mi novia hasta mis amigos y familia. Todos me decían que siga para adelante, que descanse un tiempito y que después iba a volver. Esto es así. Te pasa una cosa y a intentar otra vez. No me gustó que se haya hecho una confusión muy grande, porque después quiera o no, a muchos les entró la duda, y al tener poca información, veían cualquier cosa y se lo creían. Pero ya estoy jugando por suerte. Fue un momento muy feo, por las cosas que se decían. Hoy estoy controlado al 100%”, resalta.
Peñarol, el acompañante silencioso
Cuando se enteró que debía parar, Santiago (y su hermano también) tomó la decisión de quedar libre de Bahía, para hacer la recuperación, y después ver qué surgía. Lo hizo, y llegaron los sondeos desde Mar del Plata.
“Me querían a mí y a mi hermano, y yo todavía no podía. Pero nunca dudé ir ahí. Ellos me siguieron llamando, preguntándome cómo estaba. También por las cosas que me contaba mi hermano, que estaba bien y muy contento. Y aparte de todo, era Peñarol: yo ya sabía que iba a venir acá cuando me recuperara”, reconoce Santi.
De chico, su familia veraneaba seguido en las costas marplatenses, y como toda familia de básquet, la visita al Polideportivo Islas Malvinas era una parada obligatoria. Por eso, detalla:
“Veníamos a ver a Peñarol, que estaba siempre con la hinchada, con mucha gente. El primer año que tuve acá, se jugaba con las tribunas llenas. El ambiente de Peñarol, los hinchas… es muy linda la sensación. Estás por el club y la gente te alienta. Saben que estás ahí y te apoyan”.
Contaduría, otro aspecto heredado
La charla se hace extensa, pero el jugador sigue sonriendo y contando su historia como si recién empezara. Antes de la siesta, tenía que repasar unas cosas de la facultad. El jugador del Milrayita está cursando el segundo año de la carrera de Contador, en la Universidad Siglo XXI, a distancia, y está por retomar la cursada después de dos meses de vacaciones, donde quiso enfocarse de lleno a la Liga.
¿Por qué esa carrera? Así como sucedió con el deporte, la respuesta puede que ya no sea sorpresa:
“En la escuela siempre me fue bien con Matemáticas, todo lo que es de exactos. Mi mamá es contadora, así que me ayuda mucho cuando se me complica. Al ser todo online hay muchas cosas que por ahí se me pasan”, relata.
“Estudio para despejar la cabeza e ir haciendo la carrera mientras juego. Ojalá algún día, y sino bueno, será a los 40”, bromea, entre risas, para rápidamente puntualizar:
“El deporte no es una traba para seguir estudiando, pero obviamente le tenés que dedicar su tiempo, y a vos te va a llevar más que a uno que sólo estudie. Hay que hacerlo con paciencia”.
La celeste y blanca
Santiago, como todo chico del deporte, siempre soñó con vestir los colores de la Selección; y de muy joven tuvo ese privilegio: el cordobés se puso el manto sagrado en el Sudamericano U17 de Chaco de 2015 (campeón y MVP), en el FIBA Americas U18 de Chile en 2016, en el Mundial U19 de Egipto en 2017 y en el Sudamericano U21 de Salta en 2018.
“Lo que más te queda de las concentraciones y los torneos son los grupos. Soy amigos de todos, pero de los que más me hice amigos son Lisandro Fernández, Santi Bruera, Facu Corvalán, Pancho Barbotti. Es muy bueno eso, que se forme un grupo lindo. Todos compiten para quedar y nunca me tocó que haya mala leche. Eso fue lo que más extrañé cuando no pude jugar: los viajes, el estar con el equipo, hacer los scouting, reírnos, los asados, los compañeros”, explica el base.
-¿Y qué significa ponerse la camiseta de la Selección?
-Es algo hermoso. Inexplicable (se le dibuja, otra vez, la sonrisa en su cara). Representar a tu país, con tantos jugadores que quieren estar en tu puesto... No sé si es un privilegio, sino algo que llega sin darte cuenta, porque estás haciendo las cosas bien en tu club. Después te das cuenta de que cuando estás ahí hay otro rol, pero vos seguís jugando al básquet. En el himno se te pone la piel de gallina.
De Córdoba a Mar del Plata, con escala en Bahía (y algunos otros países también). Un pibe de barrio y familiero, con el humor como bandera y la actitud de un adulto, en el cuerpo de un joven. Con su carrera, y todo lo que atravesó, ya no es el
“hermano de” (¿alguna vez lo fue?). Desde hace mucho, es Santiago Vaulet.