El correntino reflexiona sobre cada paso en su gran carrera y cuenta las mejores anécdotas, incluido el día que salvó a Leo Gutiérrez de ahogarse en Río. Por qué volvió al al país y rechazó ir a Portland.
“Yo no salía a bailar para poder mirar la ACB los domingos por la madrugada, soñaba con estar ahí”. Así de simple, Yaca Kammerichs resume dos puntos clave de su carrera: la dedicación que tuvo con el juego y la negativa a la propuesta NBA. No fue un deportista cualquiera. A pesar de haber sido un permanente competidor, campeón con Regatas y con la Selección Argentina, se lo recordará siempre con la sonrisa que evoca su don de gente y permanente tono bromista. Un excelso nivel basquetbolístico lo catapultó a Europa y a dos Juegos Olímpicos, pero su carisma y positivismo se posan inevitablemente por delante de sus capacidades técnicas a la hora de describirlo.
De intelecto y cultura sobresaliente, capaz de citar a Borges, Menotti y Pelé en la entrevista que están por disfrutar, el chico de Goya fue pieza fundamental en el ensamble de un grupo humano plagado de talento, por su influencia en la cancha pero sobre todo por su incomparable personalidad. Una complicada pesca y una vida salvada son sólo algunas de las tantas anécdotas de este tremendo personaje en su paso por la Generación Dorada. En una extensa y divertida charla con
Prensa CAB, revivimos su trayectoria junto a otras perlitas como la peregrinación incompleta, su pasión por la música y una completa ignorancia del draft en el que fue elegido.
Kammerichs dio sus primeros pasos en Ferro, y emigró para desplegar su habilidad en Ourense, Valencia, Girona, Bruesa y Murcia. Retornó a su provincia, apostó por la aventura brasilera y volvió a calzarse la camiseta remera para una última pero gloriosa temporada. No era un líder vocal, predicaba con el ejemplo, y anhelaba festejar un campeonato con el club Regatas de su amada Corrientes. La Liga Nacional 2012/13 significó el logro de su más profundo deseo y la frutilla del postre para un temprano final en el profesionalismo. Paralelamente, se ganó un puesto en la Selección y un lugar en el corazón de los argentinos. El Preolímpico de Mar del Plata 2011 fue su esplendor con la celeste y blanca:
“Y ya lo ve, y ya lo ve, son los bigotes del Yacaré…”
-Tus primeros pasos en el profesionalismo fueron en Ferro, de la mano del emblema León Najnudel. ¿Cómo recordás tus inicios en la Liga, cómo era el ambiente en un club tan especial?
-No pude haber caído en un mejor lugar, por la historia del club y porque León significaba muchísimo para nuestro básquet. Era febrero del 98 y él ya tenía su enfermedad avanzada, pero seguía yendo al club. Cada vez que terminábamos de entrenar, mientras tomaba mates con el utilero, yo le pasaba cerca deseando que me pregunte algo. Por suerte, pudimos conversar y fue una satisfacción enorme, esas charlas me marcaron. Recuerdo que yo pasaba todas las siestas con Diego LoGrippo, quien vivía en un departamento con un montón de videos de Tolcachier y León, con recopilaciones de partidos y entrenamientos de todo el mundo. Así como para Borges el paraíso es una gran biblioteca, en mi caso el paraíso era ese cuarto repleto de básquet.
-Contame qué pasó la famosa noche del draft… Nadie esperaba la elección, ni siquiera vos, hasta el punto de ni siquiera saberlo, ¿no?
-Realmente no tenía idea de estar en los planes de una posible selección. Estaba de vacaciones en Goya y había ido a comer un asado al club Juventud Unida. Llamaron a casa, atendió mi mamá y hasta le explicaron lo que era el draft, pero no pudieron localizarme porque yo no tenía celular. Volví a las cuatro de la madrugada y abrí el Messenger (NdeR: chat del momento), Adrián Boccia y el Lata Ibarra empezaron a felicitarme diciéndome ‘te la tenías guardada, eh’. ¡Y yo no sabía nada, ellos me dieron la noticia! Ahí ingresé a los portales y descubrí que Portland me había elegido en el pick 51. Fue una sorpresa inmensa. Al día siguiente me despertó un llamado de Gonzalo Bonadeo para entrevistarme, y el resto del día fue un infierno de notas, pero con una alegría gigante.
-¿Y por qué nunca te sumaste a la franquicia de Portland?
-Mi representante me llamó y me dijo: ‘Yaca, tengo la oferta de Portland, te la mando por correo. Leela porque tenemos que responder hoy mismo’. Estuve todo el día meditando en el sofá, y la terminé rechazando. Eran dos años de contrato garantizado, pero yo estaba muy contento y cómodo. Durante la temporada me había visitado un ojeador que me regaló un bolsito con ropa de los Blazers y me manifestó que querían verme en la Liga de Verano, pero no podía ir porque tenía la convocatoria con la preselección argentina. Me siguieron invitando dos o tres años más, pero para mí ya se había terminado la idea NBA.
-Un día Scola te dijo que habrías podido jugar tranquilamente en la NBA, ¿verdad?
-Arriel McDonalds, base estadounidense que tuve en Girona, siempre me decía: ‘Ey, man, vos NBA’. Yo sólo me reía y le decía que sí. Pero el que me dejó pensando fue Luis (Scola) cuando en una sobremesa de Selección me dijo que podría haber jugado, porque él es sincero y nada demagogo, si te lo dice es por algo. Para un fanático del básquet es inentendible mi decisión, pero mi sueño era el básquet europeo porque lo consumí mucho en mi adolescencia. A la NBA, a pesar de haber vivido el boom de los Bulls de Jordan, nunca le presté mucha atención.
-¿Cómo recordás tu época en España?
-La disfruté y la viví muy intensamente, sobre todo los primeros años. Después entré en un pequeño declive porque me afectó el desarraigo, y empecé a masticar la idea de volver. A mucha gente le costó entender que volví con 28 años, pero me hizo bien, mis mejores intervenciones en Selección fueron ya habiendo regresado. Estaba desmotivado, pero volver al país y en especial a Corrientes, fue recuperar todo lo que extrañaba: mi familia, mis amigos y nuestras costumbres. Ahí entendí la frase de César Luis Menotti cuando dijo que ‘se juega como vive’. Mi buen estado anímico terminó incidiendo en mi rendimiento. Retomé el llegar y quedarme media hora antes y después del entrenamiento. Recobré la fuerza, el deseo, las ganas de jugar al básquet y centrarme exclusivamente en eso.
-En tu último retorno a Regatas, tras jugar un año en Flamengo, declaraste que morías por ser campeón. No sólo ganaste la Liga, sino también el Súper 8 siendo el MVP y luego la Liga de las Américas. ¿Cómo viviste ese año histórico?
-Mi objetivo y gran desafío era ganar una Liga con Regatas. Te lo hacía sentir la gente y la dirigencia, pero nadie tanto como uno mismo. En los tres años iniciales alternamos buenas y malas, y decidí vivir la experiencia de Brasil, la cual fue muy interesante a pesar de no haber logrado las metas deportivas. Volví a Regatas y me reencontré con jugadorazos como Paolo Quinteros y Javier Martínez, se armó un grupo fascinante. Hace poco vi un documental sobre Pelé, y me quedó algo grabado: esa sensación de alivio luego de lograr un título. Creo que me pasó lo mismo, porque llevaba la carga emocional de lograr eso por lo que tanto luchamos.
-En el regreso de Brasil, tenías decidido que sería tu última Liga. ¿Qué te llevó a tomar esa determinación? Incluso ganando todo te mantuviste firme.
-Cuando inicié la temporada ya lo tenía pensado, pero nunca lo manifesté ni dejé que se transmita, fue sorpresivo para todos. Incluso pensé en decírselo a Nico Casalánguida en los festejos, pero me contuve porque no era el momento. Quizá si no ganábamos la Liga no me hubiera retirado, porque tenía eso entre ceja y ceja. Pero lo logramos, fue una sensación hermosa, y sentí que me había vaciado, no tenía fuerza para más. Después jugué en clubes de mi ciudad, pero la exigencia y la motivación era otra. En parte, el retiro temprano fue también por el físico. Podría haber jugado unos años más, pero hay tipos que saltaban y casi mordían el aro y hoy están con prótesis de caderas o reemplazos de rodillas, y no quería eso para mí.
-Pasemos a la Selección. Tu debut no sólo fue como jugador, sino también como guardavidas, ¿puede ser?
-Ja, eso fue en el 2000, nos invitaron a un torneo de gran nivel en Brasil. Yo estaba fascinado porque estaban todos los europeos que conocía de memoria. Rubén Magnano llevó algunos consagrados como Wolkowyksi, Dani Farabello y Pepe Sánchez, e invitó jóvenes como Herrmann, Cerutti y yo. En una mañana libre, estábamos en la playa de Copacabana, cuando veo a Leo alzando las manos y gritando: ‘!Yaca, Yaca!’. Pensé que era joda, pero como seguía me acerqué a ayudarlo, era la primera vez que se metía al mar, pero yo estaba más ducho. Nadé hasta él y de la desesperación me hundió, entonces le dije: ‘¡Leo, tranquilizate porque nos ahogamos los dos, ahí viene una ola, brazeá con fuerza!’. Por suerte salimos, y Leo terminó en la arena desparramado y cansadísimo, diciendo ‘Yaca, me salvaste’.
-¿Te acordás de tu bienvenida a la preselección previo al Mundial 2002?
-Siempre pasaba mis recesos en Goya, pero los fines de semana me iba a Corrientes capital para visitar amigos. Era viernes, y ya estaba saliendo en el auto, cuando vi que mi mamá salía con el teléfono inalámbrico gritando que llamaba Magnano. Ahí Rubén me explicó que Juan Espil había renunciado y quería que me sume a la preselección, así que me tomé un cole a Colón. Llegué un día libre, Colo (Wolkowyski), Chapu (Nocioni) y Leo (Gutiérrez) se iban a pescar y me invitaron. Carlos Delasoie -histórico presidente del club La Unión- ya tenía las lanchas preparadas. Salimos a fondo, y yo como pesqué toda la vida sabía de algunas precauciones como poner el tapón para que no se filtre agua. Entonces levanté una tapa, vi agua, y empecé a preguntar. Tuvimos que volver a la costa porque se habían olvidado el tapón. Menos mal que lo vi, sino nos hundíamos...
-En el Preolímpico 2007, con un equipo cuyas figuras se habían tomado un descanso, consiguieron una clasificación épica. ¿Cómo recordás la hazaña y qué tal te llevaste con La ciudad del Pecado?
-Siempre recordamos la complejidad de ese torneo: USA y Brasil fueron con todo lo que tenían, mientras que nosotros sólo teníamos como estrellas a Prigioni, Scola y Delfino. Ganarles a los brasileros de aquella forma fue, como dijiste, épico. Jamás olvidaré el desborde de alegría por habernos metido en otro Juego Olímpico. Y jugar en Las Vegas, la verdad es un crimen. Yo compartía posición con Mati Sandes y al principio jugaba poco, así que iba mucho al gimnasio. Para ir tenías que pasar por el bar del hotel, donde veías toda la gente de joda, bebiendo en la pileta o jugando en maquinitas, y uno se iba en zapatillas a entrenar.
-En Pekín tu poca participación en la cancha te llevó a frustrarte y no disfrutar la experiencia. En cambio, en Londres 2012 tu cabeza cambió y fuiste el de siempre. ¿Cómo recordás ambas competiciones?
-Más allá de que valoré mucho la medalla del 2008, no estaba en mi mejor forma psíquica y sufrí el no jugar. Incluso les manifesté a Sergio Hernández y Scola que no quería jugar más. Después me di cuenta que estaba equivocado, me había ganado la competitividad, la frustración y el egoísmo. Pensé más en lo individual que en lo colectivo, por lo que pedí las disculpas correspondientes e hice un click. En Londres, pese a no jugar, mi cabeza era otra y gocé la experiencia. Pude disfrutar y también llorar en ese vestuario inconsolable tras la derrota por el bronce con Rusia, cuando Julio (Lamas) y Luis se quebraron en sus discursos.
-En el Preolímpico 2011 pasó una cosa muy loca con vos y la gente. Revolucionaste partidos, levantaste el estadio, y el público terminó cantando "Son los bigotes del Yacaré"…
-Es algo que guardo en el cofre de los mejores recuerdos. La preparación fue buenísima en lo personal, estaba físicamente excelente, y todas mis intervenciones en los amistosos fueron positivas. Tenía a Chapu adelante, pero a raíz de su desgracia (NdeR: lesión de tobillo frente a Brasil) tuve más protagonismo. El torneo fue durísimo porque las expectativas eran muy altas, desde 2001 no se jugaba un torneo así en el país, siempre hablábamos sobre esa presión en la sobremesa. Por suerte el tiro de Barea no entró, y luego le ganamos la final a Brasil. Se cumplió el objetivo y fue un desahogo enorme.
-Fue un torneo de mucha presión, nada fácil para la convivencia del grupo. Aun así, tu buena energía reflejaba cómo la pasabas con la camiseta argentina…
-Con los años me fui adaptando cada vez mejor, y esperaba ansioso la convocatoria para encontrarme con los chicos. La convivencia era fantástica y, a pesar de la buena relación, se competía de manera muy agresiva. A mí me venía bárbaro, siempre sacaba algo nuevo de Luis, Chapu o Leo. Eso fue lo que más me costó el día del retiro, pero ya lo superé. Hasta hace poco no podía mirar a la Selección porque sufría, extrañaba, me generaba mucha nostalgia. Pero tuve la mala idea de ver la final del Mundial que perdimos contra España, y me pasó lo mismo con Regatas, que me senté a ver los cuartos de final de esta Liga con San Martín y perdimos.
-Ja, y pensar que antes no eras supersticioso... Aunque sí cumpliste la promesa de caminar hasta Itatí luego de ser campeones.
-¡Viste! Me burlaba de las cábalas, pero el ambiente te termina contaminando. En mi provincia, la Virgen de Itatí y el Gauchito Gil son sagrados. Comenzando los playoffs de la liga que ganamos, les propuse a Miguel Gerlero y Nico Ferreyra que si todo salía bien agradezcamos caminando hasta Itatí, casi 80 kilómetros. Fuimos unos días pasadas las Finales, pero los jovencitos se acalambraron y quedaron en el camino. Yo llegué casi hasta la entrada del pueblo, y me comuniqué diciéndoles: ‘Bueno, vamos a hacer una trampita, total nos van a perdonar’. Le pedí a un amigo que nos buscara, porque ya eran las 18 y habíamos salido a las 6. Llegamos, le pedí perdón al cura por la trampa, y el sacerdote resultó ser un chico de Bella Vista con el que competí toda mi etapa de formativas, ¿podés creer? Nos perdonó y nos dio las bendiciones.
-Ya retirado como profesional, volviste a jugar para tu querido Unión de Goya. ¿Cómo te sentiste? Según tus palabras, fue más una obligación que un deseo…
-Primero me sumé a Juventud Unida para jugar el Argentino de Clubes, pero no pude seguir por problemas de rodilla. Ya rehabilitado, Unión ingresó al Provincial y me convocó para la etapa final. Salimos campeones, y luego ganamos el Argentino para clasificar al Federal. Di un paso al costado y me integré como asistente técnico, pero llegando apPlayoffs cortaron un jugador y me pidieron que juegue unos partidos más. Fue una linda etapa, Unión es el club de toda mi vida, pero ya no lo disfrutaba porque ligaba mucho.
-Siempre llevaste bien el retiro. ¿Es verdad que en una ocasión Gabriel Díaz se te acercó desesperado para preguntarte cómo cambiar el chip tan rápido?
-Sí, cuando ya ocupaba el puesto de parrillero en el club, ja. Llama la atención cómo a la mayoría le cuesta desprenderse, aunque es lógico, es algo que hiciste toda tu vida. No supe qué decirle, pero al poco tiempo que dejé el básquet parecía que llevaba años de retirado, no me costó nada. Será porque empecé a trabajar y mantuve ocupada la cabeza. Mis padres siempre me insistieron en prepararme para el futuro. Atender en el mostrador no es como picar la pelota, no se siente esa adrenalina y emoción, pero soy consciente que es lo que hoy toca, lo disfruto y lo llevo bien.
-Así que hoy tenés un comercio familiar y además sos productor forestal, ¿no? Pero tuviste otro tipo de emprendimientos, como una empresa de transportes, si no me equivoco…
-En mi retorno a Corrientes, decidimos con un amigo comprar un furgoncito al que nombramos ‘Yacapack’, ¡mirá que mente comercial! Al final fue puro nombre, no pudimos sostenerlo, el negocio fracasó. Cuando regresé a Goya, con mi esposa nos unimos a la casa de venta de motos y repuestos que tiene mi padre, algo bien familiar. También compré un campito y empecé a plantar eucaliptos y pinos, una inversión a larguísimo plazo.
-Hablemos de tus hobbies. ¿Qué música escuchás y tocas habitualmente? ¿Y qué te gusta leer?
-Antes era más voraz en la lectura, hoy soy intermitente. Pero siempre estoy leyendo algo, me gusta la literatura argentina, la historia, la política y la actualidad. La música es mi gran pasatiempo, lo que más me gusta escuchar y guitarrear es el chamamé. Tuve varias etapas, consumí cantautores españoles y mexicanos, pasé por el rock nacional, y hasta me entusiasmé con el jazz. En Valencia, iba a bares donde se juntaban estos locos del jazz, eran más los que estaban en el escenario que los del público. ¡Y soy de los que compran discos todavía! Hace unos días, un amigo se compró un auto y me mostró que no traía para escuchar CD’s. ¿Cómo puede ser? Yo ando con mi portaCD, tengo uno redondito con dibujo de pelota de básquet.
-Tus hijos están creciendo y en el pueblo habrán escuchado sobre vos. ¿Tienen idea de todo lo que logró su padre?
-Tengo a Nora de 9, Pablito de 8 y Justo que va a cumplir 3. Con el internet y el celu, siempre está apareciendo algún video o entrevista, algo saben. En casa tengo algunas fotos y trofeos, así que a veces preguntan. Eso sí, escucharon la historia de la NBA y revuelven la herida reclamándome el hecho no haber ido, no lo pueden entender… Todavía son chicos, pero trato de transmitirles que hagan lo que les gusta, que lo importante es la satisfacción interna.
-¿Cómo valoras tu carrera? ¿Qué sentís que hiciste con tu talento?
-Más allá de los aciertos y los errores, estoy muy conforme con mi carrera. Me remonto al chico de pueblo que no se perdía un partido de Liga Nacional, que miraba básquet europeo, que iba al club y simulaba ser Milanesio, Campana o Montenegro. Crecí, tuve la suerte de enfrentarlos y luego llegué a la Selección, que es lo máximo para un deportista. Tuve el orgullo y el privilegio de compartir viajes, hoteles, partidos y entrenamientos con la Generación Dorada. Pude vivir de lo que me apasionaba, y creo que ese es el camino por donde uno más se acerca a la felicidad.
-Fuiste un jugador muy importante, pero tal vez la gente y tus compañeros te recuerden más por tu calidez humana y tu carisma. ¿Sentís que es así? ¿Y para vos quién fue el Yacaré Kammerichs?
-Tuve muy buena relación con casi todos mis colegas. Me quedo con toda esa gente que conocí en el camino y los amigos con los que hasta hoy tengo relación. Me gusta y me enorgullece que elogien más lo humano que lo deportivo, es lo que quiero que escuchen mis hijos el día de mañana. Más allá de lo que haya logrado o no en la cancha, prefiero que sientan que su papá es buen tipo. Fui un chico que hizo lo que le apasionaba, que trató de dejar todo, y que disfrutó muchísimo. Viví de lo que amé y eso es algo que les deseo a todos. Fui un privilegiado, a los 5 años mi madre me puso en una cancha de básquet, y hasta mis 35 no salí más. No es poca cosa…