Aunque se gestionó que un grupo clasificatorio se jugara en Argentina, con la presencia de su selección, finalmente el Mundial se disputó en todo su desarrollo en Uruguay. La inesperada renuncia del entrenador López y obligó a que en su lugar se designara a Ripullone. Al entrenador armar el equipo le resultó complicado por las importantes ausencias de Desimone y Ferello en Italia, Domínguez en Estados Unidos y Riofrío, Chazarreta, Arce, Farías o Mazzini por diferentes motivos.
Con una preparación limitada y sin amistosos previos no fue casual que la selección argentina sufriera hasta el cierre para vencer a Japón, lo que levantó dudas. En cambio se festejó el triunfo ante Perú, contra el que había perdido en los años anteriores, ya que aseguraba el pase a la ronda final. La dura derrota frente a la Unión Soviética, quien más tarde sería el campeón, lo trajo a la realidad.
La lucha entre los mejores, y con Sandor lesionado, se le hizo complicada aun. A la caída ante Estados Unidos le sucedió un meritorio triunfo ante el local, Uruguay. Nuevamente ante la Unión Soviética y frente a Yugoslavia, poderosos en lo físico y acostumbrados al roce internacional, se estuvo muy lejos. En cambio con Polonia, ya con el regreso de Sandor para pelear bajo los tableros, se peleó de igual a igual, luego de un claro dominio en la primera mitad, pero no alcanzó, porque el equipo bajó mucho en la parte final. Ante Brasil se hizo un flojo primer tiempo del que no pudo recuperarse, quedando en el séptimo lugar final. Así Argentina, después de dos mundiales en los que no pudo traspasar el grupo clasificatorio, esta vez alcanzó a mezclarse entre las potencias.
Algo similar hizo Gehrmann a nivel individual, terminando como cuarto mejor anotador del torneo. Un ejemplo de la condición casi amateur de los jugadores argentinos en aquella época fue que tanto Sandor como Barreneche debieron viajar en medio del torneo a Buenos Aires por compromisos laborales, para luego regresar a Montevideo para seguir disputando el Mundial.