Esta edición del Sudamericano presentó como novedad la reducción de participantes a solo seis, buscando maquillar las enormes diferencias en el nivel de juego en la región. El sistema impuesto indicaba un todos contra todos y los dos primeros clasificados lucharían por el título. El torneo otorgó pasajes para los Juegos Panamericanos y el Torneo de las Américas, que se disputarían pocos días después.  
Después del enorme impacto en el Mundial, Argentina encaró el torneo con la intención de ir desarrollando otros jugadores y reservando a las figuras de Indianápolis para el Torneo de las Américas. El propio Magnano condujo al equipo, que apenas contó con Leonardo Gutiérrez y Gabriel Fernández para liderar a un grupo con amplia mayoría de debutantes.
En medio de la preparación, antes de viajar a Montevideo, la tragedia golpeó al equipo argentino, con el fallecimiento de varios familiares de Herrmann, lo que obligó a su reemplazo por Palladino.
El debut fue casi un trámite ante Chile, que no opuso ninguna resistencia. Pero en la segunda fecha sufrió un cachetazo duro de asimilar, ya que Brasil lo dominó con una facilidad asombrosa, ganándole por 21 puntos. Paraguay pagó el precio de la bronca que generó en los argentinos la caída ante Brasil y sufrió una paliza durísima. Un equipo con tradición como Venezuela tampoco fue rival y Argentina se impuso con amplitud. Lo mismo sucedió ante Uruguay, que no pudo hacer pesar su condición de local. Argentina lo dominó siempre, pero lo aplastó con un tercer cuarto demoledor.
La final, entre brasileños y argentinos no se pareció al juego de la ronda anterior, ya que esta vez hubo gran paridad, aunque Brasil siempre pareció más sólido y se quedó con el triunfo y el título sudamericano. Para Argentina fue la frustración, más allá de las clasificaciones para los torneos continentales que le dieron continuidad a su proyecto.